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España en el mundo, su grandeza y la automutilación, por Hermann Tertsch

Hermann Tertsch, periodista.

El periodista Hermann Tertsch habla de la manipulación de la historia y de la derecha acomplejada para entender lo que está ocurriendo con el proceso independentista catalán.

Su paso como corresponsal por Viena, Bonn y Varsovia -en tiempos difíciles- le ha dado la opción de conocer a fondo aquella Europa dividida y la actual.

Por su interés reproducimos su artículo en el blog del General Dávila:

Los sentimientos cotizan muy baratos en estos comienzos del siglo XXI. No solo en España. Una mayoría en las nuevas generaciones en el mundo desarrollado solo cree en sus derechos individuales y en la razón incuestionable de sus emociones personales. Que priman sobre los hechos, tantas veces sobre el derecho y siempre sobre el sentido común.

El presente que hemos construido -o hemos dejado que se construya- con la chatarra cultural del neomarxismo reciclado en sesentayochismo y posmodernismo se basa ante todo en el desprecio al pasado.

Y por supuesto de la resultante manipulación de la historia para adecuar el relato de lo sucedido como convenga a lo que se pretenda que acontezca en el presente para definir el futuro. Los hechos se equiparan a opiniones. Y todo es maleable, modulable y transformable por la voluntad política.

El relativismo ha calado ya tan profundamente en la forma de pensar de nuestros contemporáneos que lo mismo vale una revelación mística que la alegría por un gol del equipo favorito, el cariño a un perro que la defensa de la familia, un piano Bösendorfer que una flauta ovejera, Mozart que Wyoming, las opiniones de Gregorio Marañon, Isaiah Berlin o Karl Popper que las de Alberto Garzón o Bibiana Aido.

Vale menos la vida de un niño no nacido que la de una colonia de ranas, menos las víctimas del comunismo que víctimas de accidentes, menos el honor que la fama, la honradez que el éxito, el medro que el prestigio, el capricho que el compromiso, menos el patriotismo que la pasión por un cantante o el equipo del barrio.

Creer en que estamos todos hechos a imagen de Dios confería durante siglos la inviolable dignidad al ser humano que ha sido decisiva y necesaria para “pensar” nuestra civilización judeocristiana hacia la sociedad de hombre libres que pretendemos ser.

Hoy, sin dios, todos han pasado a considerarse su propio dios caprichoso, lo que excluye el sacrificio, desde el más pequeño al supremo que sería la entrega de la vida por algo que creemos superior a nosotros, nuestro Dios o nuestra Patria.

Sin sacrificio asumible por una masa crítica deja de ser defendible y posible la libertad, la soberanía, la propia Nación y Patria

Con todas las excepciones que se quiera, los jóvenes en el Primer Mundo no contemplan ningún sacrificio que no pueda interpretarse como inversión. Y sin sacrificio asumible por una masa crítica deja de ser defendible y posible la libertad, la soberanía, la propia Nación y Patria.

Eso es así en todo el mundo occidental y particularmente en Europa. Como tantas veces en la historia, en España las evoluciones políticas y culturales perversas se presentan a veces prematuramente, a veces con retraso, pero siempre de forma especialmente aguda.

La chatarra neomarxista de la escuela de Frankfurt que hoy domina culturalmente el mundo occidental, ahora ya con formas de expresión tan dramáticas, violentas y totalitarias como es la corrección política, nos llegó tarde a España por avatares del siglo XX.

Pero cuando lo hizo fue con redoblado impulso debido a una transición de la dictadura al sistema de partidos que muy pronto quedó dominada por la mentira. Que es precisamente el mejor alimento de ese mantra hegemónico que sostiene que la realidad y el hombre son transformables de forma prácticamente ilimitada, que no tiene ni alma ni núcleo esencial sino es un animal más moldeable de principio a fin. Toda la izquierda ha asumido ese mensaje del hombre transformable

En España ha sido letal para la libertad y el pensamiento, para la probidad política, la mentira antifranquista por la que se rompió el pacto de la Transición que asumía que las dos Españas habían sido culpables de la tragedia del fracaso de la república y la guerra.

Muy pronto, la izquierda comenzó la manipulación histórica que convertía al Frente Popular en una fuerza democrática, a la república en un régimen impecable y a las fuerzas que se levantaron contra la república como un mero manojo de militares fascistas con cuatro curas y Hitler.

Con esa grotesca simplificación se avanzó rápidamente hacia la plena caricaturización aunque tuvo que llegar en 2004 Rodríguez Zapatero, el peor felón en la historia de España desde Fernando VII, para imponer ya la radical mentira de la España buena “demócrata” y la España mala “fascista”.

La cobardía de la derecha española, acomplejada esta y aterrorizada por la mera idea de ser tachada de “franquista”, facilitó la imposición de aquella mentira como la verdad incuestionable. Bajo riesgo de ser señalado y represalias social y políticamente.

El miedo a ser tachados de franquistas y ser marginados sirvió como instrumento de eficacia implacable. El riesgo era cierto. Paulatinamente todo el que defendía una visión de la historia mínimamente alejada de la mentira quedaba expuesto y represaliado. Y todos comenzaron a refugiarse en el mantra antifranquista.

De aquel “Todos somos de derechas” que ridiculizó Mingote pasamos a “Todos fuimos antifranquistas”. Todo lo que había que desacreditar era “facha” y todos hacían lo indecible por no ser tachados de fachas. Así se fue “escribiendo” una nueva “historia” con las más obscenas falsedades que todos asumieron por el bien de la armonía y por miedo a significarse en oponerse, aun conscientes de la mentira.

Trágico y decisivo fue que en la “España buena” de la mentira antifranquista estaban los nacionalismos periféricos, esos inventos decimonónicos -catalán y vasco especialmente-, surgidos al rebufo del romanticismo y el carlismo.

Los nacionalismos, esencialmente antiespañoles y por tanto obligadamente desleales a la Nación, consiguieron un estatus especial de consentimiento y privilegio que jamás habrían tenido en otro país. Cierto que en parte a lomos de la violencia terrorista.

Como conseguidores de mayorías fueron logrando por negociación y chantaje que los partidos grandes españoles asumieran ya como hábito el entregar parcelas de soberanía a cambio de votos en Madrid. Lo cual garantizaba además la aceptación de su mensaje hostil a España que siempre se reforzaba con la identificación de España con Franco y el franquismo.

La izquierda hizo suyo el mensaje antiespañol muy pronto. Adoptó su lenguaje y llevó su complicidad con los nacionalismos hasta adherirse a la militancia que consideraba cualquier expresión de la Nación es sospechosa de ser “franquista”, “nostálgica”, “casposa”, “autoritaria” o lo que fuera.

Hay cien mil epítetos insultantes y descalificadores utilizados por la izquierda como por los nacionalista contra España como nación, contra su historia y sus símbolos

Hay cien mil epítetos insultantes y descalificadores utilizados por la izquierda como por los nacionalista contra España como nación, contra su historia y sus símbolos. La hegemonía de la izquierda en los medios, graciosamente fomentada por la derecha, hizo el resto. Nada es explicable sin el derrotismo, la indolencia y la cobardía de la derecha española.

El entreguismo del PP a la idea dominante nacionalista tanto en Cataluña como el País Vasco tuvo efectos devastadores. La entrega de la educación en estas autonomías al mensaje separatista y antiespañol se complementó pronto con la idea antiespañola y cada vez más revanchista de la educación pública bajo la hegemonía de la izquierda en el resto de España. Así han crecido dos generaciones en el desprecio a la Nación Española. En su identificación con todo lo que se les presentaba como despreciable y condenable.

Después llegó la Memoria Histórica y ahora se avanzan otras leyes como la LGTBI para completar el blindaje de las mentiras y la amenaza a todo intento de articular verdades históricas o presentes. Pero la deriva de la mentira ha llegado a su fin por pleno agotamiento.

Las fuerzas antiespañolas habían llegado ya al punto en que su siguiente paso lógico era la muerte de la Nación Española, la ruptura de España que ahora mismo intentan. Todo esto no es irreversible pese a que a simple viste a mucho se les antoje.

La posibilidad de que se produzca una enmienda general se nutre de la certeza de que seguir por esta senda nos lleva a la catástrofe. Por eso no debe excluirse que comience un movimiento pendular hacia la verdad y la liquidación de estas servidumbres a ideologías extremistas que corrija esta bárbara evolución que tuvimos. Por supuesto que llevará mucho tiempo si acaso se logran.

Lo cierto es que todos los españoles están llamados a ello porque que todos somos responsables en alguna medida. Nuestras desgracias nos las hemos ganado a pulso. Por cobardía, frivolidad, falta de honradez intelectual o no.

Es una labor primero de líderes reales y después de dos o tres generaciones de políticos convencer a los españoles, también en Cataluña y en el País Vasco, de que no hay perspectiva más noble, atractiva y gratificante que recuperar la convivencia sobre la ley, la verdad y la unidad en el suelo patrio de España. Que es una de las naciones más relevantes y sin duda la nación que mayor labor civilizadora -solo quizás comparable a Roma- ha tenido en la historia de la humanidad.

La Nación española ha sido capaz de las mayores grandezas, de esa mayor gesta colectiva de la humanidad que es el Descubrimiento y la Conquista de América

La Nación española ha sido capaz de las mayores grandezas, de esa mayor gesta colectiva de la humanidad que es el Descubrimiento y la Conquista de América. Y de las mayores miserias como sus enfrentamientos cainitas y su automatización frívola e irresponsable.

España ha sido siempre su peor enemigo. Que nunca ha sido leal y agradecida a sus mejores defensores. Y que ha promovido como ninguno de sus rivales la Leyenda negra que ninguneada sus mejores logros y magnificaba sus errores y abusos.

En ese sentido, el proceso de autodestrucción inaudito que ha vivido España en estas décadas de bienestar material y libertad es reflejo de otros anteriores. Probablemente España hoy corra un peligro de autodestrucción como nunca desde 1808. Nunca tuvo tantos enemigos internos movilizados. Y unos defensores tan poco resueltos y conjurados entre sí. Con todo, hay pocas naciones con tantos recursos para una reactivación de su vigor histórico.

Formado en una casa en varias lenguas, abuelos de orígenes diversos y enorme vocación histórica por padre y madre, he tenido una formación alemana con la historia austriaca y centroeuropea como trasfondo al tiempo que he disfrutado de mi madre, hija de una vieja familia española y vasca que me inculcó siempre el amor a una patria, España, con sus debilidades abismales, sus grandezas conmovedoras y su vida de pueblo sabio de romanización temprana y vida tan trágica como dramática.

Con mi nombre raro, germanizado de origen eslavo, muchos enemigos míos me creen recién llegado y no saben de mi madre Felisa del Valle Lersundi ni nuestros orígenes vascos, luego españoles, documentados desde hace muchos siglos.

Ambos, padre y madre, me enseñaron a querer lo propio sin odiar lo ajeno, a nada ni a nadie. A saber que los seres humanos somos capaces de lo mejor y lo peor y hay que luchar porque lo peor no sea posible y lo malo evitable.

A emocionarme con los lazos íntimos entre quienes tenemos un pasado común, una cultura común, un sentido cristiano de la trascendencia, seamos o no creyentes. Para una reactivación del citado vigor histórico de España es necesario primero la convicción de que las otras sendas nos deparan catástrofes.

Y la voluntad de defender estos valores, legado de nuestros antepasados que tenemos el deber de ceder enriquecidos a nuestros descendientes, ese hogar del espíritu que se llama Patria.

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