Algún avezado lector me reprochará que el día de autos no fue tal día como hoy 4 de octubre (de 2017), sino el 3. Y en parte tiene razón. Pero la alocución del monarca español ante la parálisis silente del Gobierno de Mariano Rajoy frente al golpe de estado plebiscitario, secesionista e ilegal ocurrido en Cataluña tuvo lugar a la hora de la cena.
El Jefe del Estado estuvo acertado en su diagnóstico: «Estamos viviendo momentos muy graves». También en el tono equilibrado entre lo enérgico y lo sobrio, y en la definición de los hechos. Habló de «un inaceptable intento de apropiación de las instituciones históricasde Cataluña» y de «la pretensión final de la Generalitat de que sea proclamada −ilegalmente−la independencia de Cataluña».
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraTambién aseveró indubitado que Puigdemont y sus compañeros de gobierno «con sus decisiones han vulnerado de manera sistemática las normas aprobadas legal y legítimamente, demostrando una deslealtad inadmisible hacia los poderes del Estado«. Dirigiéndose también a los impulsores del golpe de estado, les tildó de «irresponsables» por situarse «totalmente al margen del derecho y de la democracia”.
El monarca, fue igualmente certero en el diagnóstico de las consecuencias de la asonada: “han podido poner en riesgo la estabilidad económica y social de Cataluña y de toda España”. De hecho, la pusieron. Amén del enconamiento y la fractura social. «Han socavado la armonía y la convivencia en la propia sociedad catalana, llegando
─desgraciadamente─ a dividirla. Hoy la sociedad catalana está fracturada y enfrentada», recordaba Felipe VI.
Sí debo hacerle un reproche al monarca, pese a todo. Que no empleara palabras importantes, dada la circunstancia, como patria, patriotismo o compatriotas
Pero donde el monarca dio en la diana de pleno fue al dirigirse a los españoles. A todos. Infundiendo en el -en esas horas- temeroso y desconcertado pueblo de España la ración necesaria de orgullo patrio, generosidad, valor y entrega necesarios para combatir la desidia -cuando no la complicidad- de la mayoría de las Cortes y del Gobierno de la nación.
«Son momentos difíciles, pero los superaremos. Son momentos muy complejos, pero saldremos adelante. Porque creemos en nuestro país y nos sentimos orgullosos de lo que somos», expresó el capitán general de los Ejércitos de España.
En apenas seis minutos, el Rey dio el aire que necesitaba un pueblo con el pecho comprimido por la angustia, la pena y la rabia. Y ese pueblo respondió, tras reposar esa noche de inquietudes con el ánimo más presto a la defensa de la unidad de España, si quiera sea con la colocación de una bandera en su balcón.
Sí debo hacerle un reproche al monarca, pese a todo. Que no empleara palabras importantes, dada la circunstancia, como patria, patriotismo o compatriotas. Sí abundaron las referencias a la legalidad, la Constitución y la conciudadanía.
En todo caso, hoy 4 de octubre, hace un año que muchos españoles se sacudieron la pereza, la vergüenza y el miedo. Y fue gracias al mensaje de Rey, en buena medida, y a ese recóndita alma de España que, cuando es menester, emerge. Siempre que haya buen señor al que servir.
En esta ocasión, Felipe VI estuvo donde debía estar. Gracias, Majestad.