Los periódicos mienten, la televisión miente, los historiadores mienten, los analistas mienten. La información que manejamos en Occidente es falsa. Todo esto denunciaba Umberto Eco en Número cero, su última obra, publicada en 2015, un año antes de Brexit y de la victoria de Trump.
El autor de El nombre de la rosa se despachaba en su séptima novela con una de las críticas más mordaces que un escritor haya lanzado jamás contra la industria de los medios de información. Pero ¿es realmente la prensa occidental una fábrica de mentiras? ¿Es el periodismo actual una “máquina del fango”, como aseguraba Eco?
Mientras los medios tradicionales intentan encajar la revolución informática ofreciendo una supuesta prensa de calidad, el periodismo ciudadano de las redes sociales y los blogs avanza imparable. Hoy existen aproximadamente 7.200 millones de miniordenadores en el mundo, incluyendo tabletas tipo iPad, smartphones y portátiles tradicionales.
Por primera vez en la historia hay más dispositivos electrónicos personales que personas (algo más de 7.000 millones) en nuestro planeta. El panorama mediático es un confuso batiburrillo de medios informativos más o menos estandarizados, webs falsas, páginas de Facebook y cuentas de Twitter no confirmadas. En las redes sociales abundan las cuentas que “venden” ideas propias disfrazadas de información. Cuando una “noticia” funciona bien en Internet, puede repetirse hasta el infinito, tantas veces como haya personas dispuestas a rebotarla.
Del mismo modo que un tuit triunfador recorre el mundo a golpe de tecla, un concepto triunfador arde como pólvora por las páginas de Internet
La paradoja de esta forma de propagación es que no siempre maneja información verdadera. El economista estadounidense Paul Krugman mantiene que buena parte de lo que la gente sabe no es verdad. La primera víctima de este fenómeno es el periodismo tradicional. Del mismo modo que un tuit triunfador recorre el mundo a golpe de tecla, un concepto triunfador arde como pólvora por las páginas de Internet. Parece información, tiene todo el aspecto de ser información, pero no siempre lo es. Como señala Antonio Escohotado, repetir no es informar.
Donald Trump ha manejado esta paradoja informativa con inteligencia. Tras una exitosa década televisiva (2004-2015) como presentador del programa de realidad virtual “The Apprentice”, en junio de 2015 anunciaba en Twitter su intención de presentarse a las elecciones generales. Durante su campaña la Red Social del Pajarito Azul ha sido su arma preferida.
Del periodismo estadounidense ha dicho que “engaña al público usando mujeres como marionetas para contar historias inventadas y mentiras”. La decoración del Despacho Oval de la Casa Blanca, las finanzas de los grandes almacenes Macy’s, una canción de Neil Young, los gordos que beben Cocacola Light… Durante meses parecía que era imposible esquivar el bombardeo tuitero de Donald Trump, como bien saben Merkel, Bush, Obama, Sanders, McCain, Cruz, Rubio, Romney, Rand Paul, Warren, Fiorina, y Powell, por citar solo algunos.
Trump ha repetido casi a diario que “el sistema está amañado”, asegurando que las elecciones generales estadounidenses no son limpias
España se ha librado de su lengua viperina, cosa que no les ha sucedido Reino Unido, Alemania, China, Irán, Arabia Saudita, México y el propio Estados Unidos, al que ha descrito como “el gran vertedero del mundo”. Trump ha repetido casi a diario que “el sistema está amañado”, asegurando que las elecciones generales estadounidenses no son limpias y que el procedimiento electoral es injusto. El dato es relevante, porque Hillary Clinton le va ganando en número de votos directos, lo que significa que el sistema amañado le ha hecho presidente.
El éxito fulminante e inesperado de Trump se debe a la disociación que ha provocado en el público que le contemplaba. Los medios convencionales analizaban con sarcasmo su espectáculo diario, retratándole como un payaso, un zumbado, un friki, un macarra maquillado y gritón. Cabe pensar que fuera en “The Apprentice” donde Trump obtuvo la experiencia teatral que ha sido clave en su estrambótica campaña electoral, pero con Twitter ha completado su aprovechamiento de dos medios punteros: la televisión y las redes sociales.
Como explica el empresario Peter Thiel, fundador de PayPal, “la prensa interpreta lo que dice Trump en sentido literal, lo que les impide tomárselo en serio. Los votantes, en cambio, se toman en serio lo que dice sin interpretarlo literalmente”. Mientras los expertos de la prensa tradicional se equivocaban dramáticamente, Trump conectaba sin demasiado esfuerzo con la amplia franja de votantes que le ha dado la Casa Blanca. El periodismo occidental, cautivo de su ego, ha dado por válida una idea preconcebida y la ha publicitado, en vez de informar imparcialmente. A su distorsión de la realidad ha sumado la peligrosa sobrevaloración de su capacidad para cambiar la realidad.
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