Por su interés, reproducimos el artículo de opinión escrito por Fernando Sánchez Drago publicado el domingo 23 de abril en El Mundo:
Lo que en su día escribiese Julio César no ha perdido un ápice de su literalidad. La Francia que hoy acude a las urnas está dividida en tres partes tan enfrentadas entre sí como en los años de la Revolución lo estuvieron los jacobinos, los girondinos y los leales al Antiguo Régimen.
Mélenchon es un jacobino, un Robespierre, un Danton, un pablista, un sablista, un administrador de la miseria económica y un virtuoso de la guillotina ideológica. Ni caso. No pasará.
Hamon tampoco cuenta, porque el socialismo ha muerto y lo de la derecha y la izquierda suena ya a güelfos y gibelinos, a troyanos y aqueos, a bolcheviques y mencheviques, apolillados todos en el museo de figuras de cera de la historia.
Fillon es un girondino, un representante de la bourgeoisie y del bon sens, un político que ha sobrevivido a las sospechas de corrupción porque ésta -en España lo sabemos bien- importa poco a los electores, que la dan por descontada y aplican el sabio, aunque cínico criterio del más vale malo conocido.
«Si en la segunda vuelta, unidos sus adversarios en la usual alianza contra natura, le cierran el paso, la candidata del Frente Nacional llegará al Elíseo en 2022»
Macron es un flatus vocis, un bo-bo sietemesino del mayo francés, una moneda tan falsa como el euro, una musaraña, una pompa de jabón que se deshará en el aire del déjà vu si llega a gobernar (Montaigne, Voltaire y De Gaulle no lo votarían).
Excluidos de la Galia, por su condición de momias, Mélenchon y Hamon, e incluidos en ella Fillon y Macron, que por la docilidad de su europeísmo se superponen, nos falta la tercera región del mapa trazado por Julio César: Marine Le Pen, que es, nos guste o no, un arma cargada de futuro, como de la poesía dijese Gabriel Celaya.
Si en la segunda vuelta, unidos sus adversarios en la usual alianza contra natura, le cierran el paso, la candidata del Frente Nacional llegará al Elíseo en 2022.
Para entonces, el identitarismo ya será el máximo denominador común del mundo que se avecina, la Unión Europea, si no ha echado el cierre, estará en las últimas, se habrán erigido diques frente al oleaje de la inmigración y mano dura frente al yihadismo, el continente seguirá aislado de la Gran Bretaña y nadie seguirá llamando ultraderechista, como ahora lo hacen con rebañega unanimidad todos los chicos del coro, a una política escorada -así lo atestiguan sus propuestas y la extracción de sus votantes- mucho más a la izquierda que a la derecha.
Yo, como Julio César, cruzo en esta columna el Rubicón: si pudiese, votaría a Le Pen. También lo harían Montaigne, Voltaire y De Gaulle.
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