Conforme nos llegan noticias desde Irán, vamos desentrañando las claves de un levantamiento popular que no comenzó en Teherán, sino en Mashhad ―ciudad nororiental y segunda más grande del país―, desde donde se ha extendido esta contrarrevolución milenaria en la que las mujeres iraníes están teniendo un papel protagonista.
El hecho de que hasta ahora no haya surgido un líder demuestra que se trata de un levantamiento popular desencadenado en principio por la mala situación económica, la corrupción y el fraude político.
Para entender por qué se rebelan estos iraníes hay que remontarse al predecesor de los ayatolas, el sha Mohammed Reza Pahlevi, último soberano de la dinastía persa que llevaba 2.500 años gobernando Irán.
En 1941 un destacamento anglo-soviético obligó al padre de Reza Pahlevi a abdicar a fin de apoderarse del petróleo imprescindible para vencer a Hitler. Acabada la Segunda Guerra Mundial, todo parecía ir bien en Irán, con el joven sha permitiendo una cierta apertura religiosa y avances sociopolíticos notables que incluirían el voto femenino en 1963.
Entre tanto un grupo de clérigos islámicos, opuestos a la modernización de Irán, se iban organizando bajo el mando del ayatola Jomeini, dando lugar a un enfrentamiento personal entre el monarca y el clérigo, encarcelado en 1964 durante una violenta represión por parte de Reza Pahlevi.
Pese a la constante inseguridad política, la economía iraní creció durante la década de 1970. De esos años son las fotos que ahora inundan las redes sociales, mostrando el aspecto occidental de los iraníes ―y sobre todo de las iraníes, con falda corta o pantalón y la cabeza descubierta―, durante el reinado del sha.
En 1980 el sha moría de cáncer en Egipto mientras Jomeini paralizaba el proceso de modernización de Irán, obligando a las mujeres a cubrirse de pies a cabeza
Pero finales de los setenta al monarca se le diagnosticó un cáncer mientras un sector de la prensa internacional alababa el supuesto aperturismo de los ayatolas, que asesinaron al primer ministro Bajtiar en Francia, donde se había refugiado.
El 16 de enero de 1979 el sha Reza Pahlevi y su esposa Farah Diba abandonaron Irán, instalándose temporalmente en Egipto mientras el llamado ‘gobierno revolucionario’ de los ayatolas emitía una orden de ejecución de ambos.
En 1980 el sha moría de cáncer en Egipto mientras Jomeini paralizaba el proceso de modernización de Irán, obligando a las mujeres a cubrirse de pies a cabeza, prohibiendo la oposición, la libertad de expresión y los medios de comunicación.
Desde aquel momento, es decir, casi desde hace cuatro décadas, Irán es una ‘república islámica’ cuyas terribles fotos de homosexuales ahorcados y adúlteras lapidadas nos hielan la sangre.
Este régimen del terror y violencia, que asesina sin piedad a quienes se opongan a su control, es el que quieren derrocar los valientes hombres y mujeres que empezaron a manifestarse en las calles de Mashhad a finales de diciembre de 2017, consiguiendo que la llama de la rebelión prendiera casi de manera inmediata en Teherán y en Kermanshah.
Desde 1980 Irán ha tenido siete presidentes, incluyendo a Ali Jamenei ―actual Líder Supremo― y al notorio Mahmoud Ahmadinejad, extremista islámico pro-nuclear cuya elección se consideró amañada y que logró la ‘proeza’ de ser tan impopular en su país como internacionalmente.
El actual presidente Hassan Rouhani aparece citado con frecuencia en los gritos que corean los manifestantes iraníes estos días: “¡Queremos a Rouhani muerto!” y “¡Muera el dictador!”
Pero el verdadero líder de la llamada ‘teocracia nuclear’ iraní es el mencionado Ali Jamenei, sucesor de Jomeini, a quien también querrían ver muerto los manifestantes prodemocráticos.
La relación de Estados Unidos con Irán es un factor crucial en esta crisis, desde el pacto nuclear de Obama hasta la grotesca defensa por parte de la prensa demócrata estadounidense del velo integral femenino como una supuesta opción tomada libremente.
Por otra parte, el abierto desprecio de los ayatolas a Estados Unidos les ha permitido venderse como unos rebeldes antisistema que luchan contra el imperialismo yanqui ―sí, la vieja consigna sigue vigente―, siendo de hecho unos teócratas chiitas que tienen secuestrado a Irán desde hace casi cuarenta años.
El sha Reza Pahlevi no está vivo para ver esta contrarrevolución navideña, ni lo están sus dos hijos menores ―Leila y Alireza―, que se suicidaron en Estados Unidos, incapaces de sobreponerse al sufrimiento de haber tenido que abandonar Irán a manos de los ayatolas.
Quien estará pegada a la televisión y al móvil en su casa de Maryland es Farah Diba, la octogenaria viuda del sha. Y merece la pena recordar que el escritor angloindio Salman Rushdie ―obligado a vivir en reclusión desde que en 1988 los ayatolas iraníes emitieron una fatwa exigiendo su muerte― proclamaba a finales de noviembre que a los fanáticos islamistas se les está agotando el tiempo y que “pronto habrá un giro inesperado que lo cambiará todo”.
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