Verano del 2006. La Habana. Dos periodistas aterrizamos en la Habana con pasaporte de turista. ¿Nuestro objetivo? Patear la realidad para poder contarla. ¿Qué vimos? Una sociedad arrasada por el comunismo caribeño.
Como si el reloj se hubiera detenido el 1 de enero de 1959. Edificios señoriales en ruinas, suciedad en las calles, montañas de ociosidad y mucha desconfianza del vecino.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraEn Cuba todo era y es un estado policial. Un policía de uniforme cada 100 metros y otro de incógnito entre medias. En cada manzana un Comité de Defensa de la Revolución, los chivatos del barrio que informan quien entra, quien sale, con quién lo hace y qué es lo que hace. Y por si fuera poco, los informantes.
Todos los empleados de hoteles, restaurantes y taxis son colaboradores. Imposible dar un paso sin que el sistema se entere.
Tomamos todo tipo de precauciones para evitar ser deportados (…) pedíamos al taxi que nos dejara dos manzanas antes o después de nuestro destino
Tomamos todo tipo de precauciones para evitar ser deportados (…) pedíamos al taxi que nos dejara dos manzanas antes o después de nuestro destino.
Tomamos todo tipo de precauciones para evitar ser deportados. Vestimos como turistas, pedíamos al taxi que nos dejara dos manzanas antes o después de nuestro destino, y evitábamos conversaciones en público.
A los pocos días uno de los ociosos de la calle nos espeta: “Vosotros sois periodistas, ¿no?”
Y es que -como nos dijo el disidente Oswaldo Payá- el sistema comunista “no sólo es corrupto sino corruptor”. No sólo ha esquilmado de recursos al pueblo sino que le inoculado la desconfianza hacia el vecino.
Muerta la sociedad, sólo queda el Estado. Un Estado ineficiente incapaz de satisfacer las necesidades básicas de sus ciudadanos: dos huevos y una bolsa de leche al mes y una pastilla de jabón y pasta de dientes cada dos meses. ¿Y luego? Que cada uno se ‘invente’ la existencia.
Puede que el régimen funcionara en sus primeros años con la respiración artificial soviética. Pero tras la caída del Muro de Berlín, el sistema se derrumbó y optó por permanecer en la mentira.
En Cuba hay coches de los años 50 del siglo pasado no porque sean conservacionistas sino porque no hay para más.
“Se arreglan lavadoras rusas”, decía un cartel. Las lavadoras que había eran las que eran. Y había que sobrevivir con ellas…. Así es como un cubano se ‘inventaba’ la existencia.
Hay coches de los años 50 del siglo pasado no porque los cubanos sean conservacionistas sino porque no hay para más
En el Museo de la Revolución, propaganda castrista, o sea burda y cutre: que si EEUU es la encarnación del mal, que si somos pobres es por culpa del embargo, que somos igual de pobres que Nicaragua u Honduras, pero sin desigualdad y más dignos.
¿Si EEUU es tan mala porque los cubanos se juegan la vida para arribar a sus costas?, ¿si el sistema castrista es tan justo, por qué hay ejércitos de indigentes y prostitutas?,
¿Por qué los ninos corren descalzos con la tripa hinchada por el hambre?, ¿por qué los jovenes me ofrecían 10.000 dólares por un contrato de trabajo ficticio para poder escapar?
Practicar comunismo soviético en el indolente Caribe sería imposible si Cuba no fuera una isla y por tanto una cárcel gigante donde la mitad de la poblacion vigila a la otra mitad. En Cuba todo está prohibido, pero todo se hace.
Está prohibido internet, pero todos se acercan a los cibercafés y les piden a los turistas un pase.
Está prohibida la prostitución, pero las mujeres llevan a sus hijas a los hoteles de lujo para ‘inventarse’ la existencia…
Está prohibida la televisión por cable pero muchos tienen una. Eso sí, con el cable a mano por si alguien grita “agua” y hay que desenchufarla inmediatamente y disimular…
Está prohibido cobrar en negro, pero todos lo hacen porque con el sueldo de 12 dólares no es posible sobrevivir. Está prohibido el dólar, pero todo el mundo opera con el billete verde porque consideran que el peso cubano es moneda de Monopoli.
En Cuba viven dos sociedades en el mismo espacio: los turistas que funcionan en dólares a precios occidentales y los cubanos que funcionan en pesos a precios soviéticos. Mismo bar, misma hamburguesa, distinta zona de la barra y distinto precio. Tal cual.
Luego están los sitios donde los cubanos no pueden entrar. Están en Cuba, pero son espacios reservados para los extranjeros. Hoteles y restaurantes tienen vetada la entrada a cubanos. No sólo por el precio sino por la ley. Humillante.
El disidente Oswaldo Payá me lo advirtió hace 10 años cenando a orillas del Malecón: “el modelo chino es un cuento chino”
Entramos en un restaurante de esos. Regresamos a los años 60: mantelería de lino, cubertería de plata y servicio bien vestido. Diez camareros para un aforo de 50 personas. Comensales: cero. Nos trataron como reyes, comimos langosta a demanda y nos cobraron 20 dólares a los dos. ¿Eficiencia?
Por supuesto, todo esto es conocido por el régimen de los Castro. La solución fue la respiración artificial del petróleo venezolano. Pero eso ya se acabó. Así que la única manera de mantener el régimen es más represión. El Ejército asumió el control económico-empresarial. Es la nueva ‘casta’ que pretende perpetuarse con lo que Payá bautizó como el ‘cambio-fraude’.
El disidente Oswaldo Payá me lo advirtió hace 10 años cenando a orillas del Malecón: “el modelo chino es un cuento chino”.
Ahora que Fidel ha pasado a mejor vida todo cambia. Hoy hay cerca de 500.000 ‘cuentapropistas’ que emplean a unos 2 millones de personas que ya no dependen del Estado.
La mentira se basaba en su persona. La gente habla en las calles. De todo menos de ‘Esteban’: este-bandido.
Ahora está por ver si el ‘cambio-fraude’ evoluciona hacia el modelo chino que pretende la oligarquía de Miami: apertura económica, libertad de inversiones, pero firmeza en el control político.
El disidente Oswaldo Payá ya me lo advirtió hace 10 años cenando en un precioso restaurante a orillas del Malecón: la apertura económica sin libertad política sería un fraude, “el modelo chino es un cuento chino”.