Mientras el futuro político más inmediato se debate estos días en el Congreso de los Diputados, a causa de la moción de censura presentada por los de Iglesias contra Rajoy y su gobierno, el devenir real, el que cambiará, destruirá o reforzará nuestra identidad, se debate cada día en las calles, en los medios de comunicación y en las redes sociales. Un debate más silencioso, pero más trascendental y de un calado mucho más profundo que el “quítate tú para ponerme yo”.
Y la clave de este debate, esta semana, ha quedado marcada por dos hechos puntuales, con más alcance, a mi criterio, que la realidad fáctica en sí –sin, por supuesto, desdeñar ésta-.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraSiguiendo un orden temporal, el primer hito ha tenido lugar tras la multimillonaria donación de Amancio Ortega a la Sanidad pública para apoyar la lucha contra el cáncer, que ha levantado ampollas entre el espectro progre del panorama nacional.
La excusa oficial, que ya es grave de por sí, era que ésta debe financiarse, en exclusiva, a golpe de impuesto, lo que pasa inevitablemente por seguir trasquilando a las clases medias.
La razón subyacente, que no descubro yo, sino los propios postulados que defienden quienes vierten tan furibundas críticas contra el empresario gallego, es que, por definición, el hombre exitoso es sospechoso por el mero hecho de serlo, y cualquiera de sus actos estará siempre en tela de juicio, independientemente de la valoración que éstos, per se, debieran merecer.
A sus detractores, que se circunscriben con bastante exactitud a un redil muy concreto, el triunfo ajeno les origina un serio colapso del raciocinio, porque, a la postre, lo que deja en evidencia es su propia incapacidad de crear, de subsistir fuera de lo público, de sacar algo nuevo de donde no había y de ser originales -aunque parezca redundante cuando se habla de los adoradores de unas ideas decimonónicas que se derrumbaron con estrépito hace décadas-.
Es por ello que la izquierda no ceja en su empecinamiento de devanarse los sesos en la búsqueda de los mejores y más eficaces instrumentos para repartir y redistribuir la riqueza, en lugar de procurar medios para que quien no la tiene la origine, y dejar así en paz al que, con esfuerzo y sacrificio, la ha obtenido.
De ahí su afán por arremeter y demonizar la meritocracia, un concepto, cuyos resultados palpables allí donde se aplica, los deja sin asideros.
Por una extraña maldición son, en esencia, envidiosos -y por ello, si atendemos a las consideraciones de Fernando Díaz-Plaja, más españoles de lo que se suponen y de lo que, me temo, les gustaría-, y en atención a sus declaraciones, podrían pensarse que la atención que se vaya a procurar a los enfermos con los réditos de la donación de Ortega les provoca menos satisfacción que la simple idea de ver al magnate sumido en la miseria.
Las redes sociales se han volcado en elogios, mientras que Podemos ha menospreciado la donación tildándolo de ser la “limosna de un millonario”
Pero, en este caso, han pinchado. Las redes sociales se han volcado en elogios para con el fundador del grupo Inditex, y asociaciones y enfermos de cáncer de toda España han mostrado públicamente su agradecimiento y su respaldo a lo que Podemos ha menospreciado, tildándolo de ser la “limosna de un millonario”.
Repite la coletilla popular que “es de bien nacido ser agradecido”. Reitero: de bien nacido.
El segundo de ellos, según la cronología, ha sido el asesinato miserable y cobarde del español Ignacio Echeverría a manos de un musulmán, cuando acudía en auxilio de una mujer que iba a ser acuchillada por el islamista radical durante el último atentado terrorista perpetrado en Londres.
Su defensa, que le costó el apuñalamiento, por la espalda, armado con un monopatín y de mucho valor, le ha valido el título de “héroe” ante la opinión pública europea en general, y española en particular.
El Gobierno lo ha condecorado a título póstumo con la Cruz del Mérito Civil, y el Ayuntamiento de Las Rozas (Madrid), donde residía, ha decretado dos días de luto oficial y la creación de una medalla de la ciudad con su nombre. También en As Pontes, localidad gallega donde residió durante su infancia, se han sucedido distintos actos en su honor.
En Ferrol, el podemita Jorge Juan Suárez, cuyo gobierno sostienen los nacionalistas gallegos, ha decidido no dedicar por su paisano ni un minuto de silencio
Sin embargo, en Ferrol, ciudad donde nació Ignacio, su alcalde, el podemita Jorge Juan Suárez, cuyo gobierno sostienen los nacionalistas gallegos, ha decidido no dedicar por su paisano ni un minuto de silencio.
Como en el caso de Amancio, se buscan excusas que sonrojan. Aducía que no querían “quitar protagonismo a As Pontes” y que “este chico no tenía vinculación con la ciudad”. Porque haber nacido allí, como todos sabemos, no implica vinculación alguna.
En Europa, en España, siguen quedando héroes que, por serlo, dejan en evidencia a los villanos; sigue habiendo personas generosas que, con su proceder, desenmascaran a quienes sólo saben llamar a los instintos más bajos y ruines del Hombre.
Ignacio se ha convertido en el símbolo de toda esa España que no se rinde, y que quiere mantener, contra viento y marea, los grandes valores que un día la hicieron la más grande de las Naciones. Ha despertado un orgullo patrio que parecía anestesiado, como dormido.
No es la euforia de las enseñas rojigualdas ondeando aquí y allá tras la victoria de la Selección en un Mundial, ni la emoción que sienten incluso quienes no quisieran cuando se escuchan los sones de nuestro himno cada vez que Rafael Nadal se supera a sí mismo. Es algo más profundo, que permanece latente en la dermis de los españoles.
Ignacio Echeverría, sin saberlo, sin pretenderlo y sin buscarlo, ha levantado una bandera que, a la luz de lo que cuentan de él familiares y amigos, debe hacerle sonreír. Una bandera que pasa por encima del indecoroso alcalde de Ferrol y de sus conmilitones, que en su mediocridad y en su sectarismo, no soportan esa ola de honestidad, de señorío, de altura y de arrojo.
Su gesto ha puesto de manifiesto que, cuando se cree profunda y sinceramente en algo, puede llegarse incluso a dar la propia vida por la de otra persona
Su gesto ha puesto de manifiesto que, cuando se cree profunda y sinceramente en algo, puede llegarse incluso a dar la propia vida por la de otra persona; ha sido el reflejo de que la valentía y la gallardía, tan en retirada en una sociedad blandengue de flores mustias y velas medio consumidas, son la única respuesta válida ante muchos de los desafíos que nos acechan como sociedad.
Su pertenencia a Acción Católica, además, es una prueba de que, guste o no, las probabilidades de encontrar ejemplos de heroicidad como este, van muy ligados a la Fe que nos ha hecho libres.
Pero si la inmolación de Ignacio por pura generosidad es digna de toda loa, la actitud de la familia Echeverría merece un aplauso a la misma altura. La lección que nos han dado a todos de lealtad a España y a sus instituciones, su capacidad de asumir ese dolor inconmensurable con una paz que no clama por revueltas ni indignación, ha asolado a los camaradas de la pancarta y el altavoz.
Así, frente a una cultura del egoísmo, del recelo y de la sospecha, se ha impuesto la generosidad, la entrega y la lealtad; frente a la cobardía de quienes optan por agachar la cabeza ante un multiculturalismo desnortado y un relativismo desbocado, ha despuntado el heroísmo y el coraje de quien arraiga su vida en principios no negociables; frente a las imposturas desagradecidas y de la panfletada ramplona, ha lucido la lealtad y la reciedumbre de las personas que creen y esperan.
La gravedad y la urgencia de la situación, pues, no radica en que existan grupos o partidos que defiendan y proclamen ideas e inclinaciones de cenagal porque, al final, la naturaleza terrosa del Hombre va a presentar cierta tendencia hacia lo mezquino y lo soez, sino en que no haya nadie enfrente, con fuerza y capacidad argumental, por la vía del discurso y de los hechos, para mostrar con decisión, orgullo y entusiasmo cuál es el camino que nos puede salvar del abismo.
Pero, a la vista de las condolencias y del agradecimiento de miles de españoles ante la generosidad de Amancio Ortega y la heroicidad de Ignacio Echeverría, algo me dice que sí, que aún sobrevive la esperanza, y que España sigue en pie. Sólo le falta ponerse a caminar.