La intolerancia de los tolerantes y la autocensura

    Fascista, ultracatólico, ultraderecha, homófobo, o anti-derechos humanos se utilizan muy fácilmente para descalificar a aquellos que piensan de forma diferente. La censura, o la autocensura, limitan el intercambio abierto de ideas y el respeto de los derechos humanos.

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    Nicolás Márquez (i) y Agustín Laje (d) en Barcelona con motivo de la gira 'Marxismo, feminismo y LGTBI' organizada por HazteOir.org /HO
    Nicolás Márquez (i) y Agustín Laje (d) en Barcelona con motivo de la gira 'Marxismo, feminismo y LGTBI' organizada por HazteOir.org /HO

    En mi artículo Resaca del #8M: La intolerancia de las tolerantes en marzo de 2019 indiqué que “el feminismo y la ideología de género suelen atacar las libertades y derechos de otros ciudadanos, en el propio país y en el exterior. Hacen precisamente aquello que critican en otros. Su fin se presenta como teóricamente bueno, pero acaban limitando y restringiendo varias libertades como la de expresión, la de asociación o la de manifestación”.

    Solamente en las últimas semanas algunos de quienes piden tolerancia han aplicado buenas dosis de intolerancia en la sociedad. Como ejemplo, en México, ha existido una presión de grupos feministas y LGBTIQ+ a las Universidad de La Salle México y Bajío para que no se permitiesen o anulasen conferencias de Agustín Laje y Nicolás Márquez tituladas “Deconstruyendo el feminismo y la ideología de género”.

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    Es lamentable que exista esa presión ante unas universidades para cercenar el debate libre. No obstante, es incluso más lamentable la autocensura y que el comunicado oficial sea, literal: “Sobre la ponencia Deconstruyendo el feminismo y la ideología de género, la Universidad La Salle Ciudad de México informa que no se realizará en las instalaciones de nuestro campus universitario.

    La Salle reitera su compromiso con el respeto a los derechos humanos y al intercambio abierto de ideas, posturas e ideologías, siempre a favor de la generación del conocimiento y la promoción de una cultura de paz y justicia”.

    No deberían ceder al chantaje de grupos feministas o LGBTIQ+. La censura, o la autocensura, limitan el intercambio abierto de ideas y el respeto de los derechos humanos con los que la Universidad de La Salle dice estar comprometida.

    Recuerdo mis tiempos universitarios y mis debates, formales o informales. Los temas eran variados: aborto, terrorismo, política internacional, religión o marxismo, entre otros. Algunos de aquellos contertulios en las aulas o la cafetería son hoy diputados, senadores, o asesores políticos en Podemos, PSOE o Ciudadanos. La universidad debe ser un ámbito de debate, intercambio de ideas y de discusión.

    En una conferencia de Fernando Savater, autor de dos libros que leí en el instituto ‘Ética para Amador’ y ‘Política para Amador’, me sorprendió que dijera que algunos le llamaban fascista creyendo insultarlo y utilizando el término para definir a alguien que no pensaba como ellos. Le insultaban por su posición en País Vasco, por su oposición al nacionalismo, o por su defensa de la igualdad de todos los españoles. En su artículo en El País el 18 de mayo pasado, escribió: “Ya sabemos que hoy cualquier mequetrefe con ínfulas utiliza el término (fascista) en un tuit para referirse a quienes por su mejor juicio le enrabietan”.

    Durante muchos años, en Vizcaya, Álava, Guipúzcoa y muchas otras provincias españolas muchos callaban por miedo. Otros, pese al miedo, daban un paso al frente, defendían sus principios y valores y, en ocasiones, no sólo eran silenciados, sino que también eran asesinados. Recuerdo ir con una asociación de la universidad a Bilbao y reunirnos en un céntrico hotel de cuyo nombre no quiero acordarme con periodistas, políticos o miembros de la sociedad civil, mientras sus guardaespaldas les protegían desde el bar, fumando fuera del hotel o haciendo guardia en un coche. Eran discriminados en el trabajo, entre los amigos, en el colegio de los hijos y, lo peor de todo, cuando los asesinaban, los seres queridos escuchaban el conocido “algo habrá hecho para que ETA lo mate”.

    Creo que muchos tienen un buen corazón, aunque yerran en los principios y valores que defienden. Otros, en cambio, saben muy bien lo que buscan y para ellos cualquier medio es válido para lograr sus objetivos

    Hoy en día términos como fascista, ultracatólico, ultraderecha, homófobo, o anti-derechos humanos se utilizan muy fácilmente para descalificar a aquellos que piensan de forma diferente. No se busca sólo el insulto sino la descalificación y eliminar unas ideas perfectamente legítimas. Esos términos se utilizan para atacar a quien se posiciona como favorable a la vida desde la concepción hasta la muerte natural.

    Son calificativos que ‘merece’ alguien que cree que el matrimonio debe ser la unión natural de un hombre y una mujer, junto con su descendencia natural o adoptada. A estas personas o grupos se les podría calificar de provida, profamilia o de pro-libertad religiosa. Se podría decir que quieren proteger a los más débiles, a los indefensos, a los niños por nacer. Se podría incluso discrepar con ellos sobre la mejor estructura familiar o sobre cuáles son los métodos más apropiados para educar a los hijos pero no se les debería atacar teniendo el objetivo de hacerles callar. ¿Acaso es esa la táctica de los falsos tolerantes?

    Llevo más de 8 años trabajando en Ginebra, en diplomacia, colaborando y relacionado con estados, organizaciones internacionales y con organizaciones no gubernamentales. No tengo ningún problema en dialogar, hablar y negociar con personas que tienen distintas opiniones o valores. De hecho, lo hago muy frecuentemente. En muchas ocasiones hasta surge una mutua admiración profesional y colaboraciones en temas transversales. Creo que muchos tienen un buen corazón, aunque yerran en los principios y valores que defienden. Otros, en cambio, saben muy bien lo que buscan y para ellos cualquier medio es válido para lograr sus objetivos.

    Los que dicen defender los “derechos de la mujer” y pretenden dar el derecho a decidir sobre la vida de otros seres humanos, los niños por nacer, frecuentemente atacan, no sólo mediante la palabra sino físicamente, a quienes quieren proteger la vida del no nacido. En los últimos años se han visto vídeos espantosos de mujeres en Argentina escupiendo, tirando pintura o pegando con palos y piedras cuales neandertales a jóvenes que rezaban el Rosario y que querían evitar que esas feministas profanasen catedrales o iglesias. Esas mujeres actuaban en nombre de la libertad al tiempo que cercenaban y eliminaban la libertad ideológica, religiosa y de expresión a otras personas. Esa promoción de unas ideas, de una ideología de forma violenta jamás estará justificada.

    Muchos de los “tolerantes” que quieren ampliar el significado del matrimonio incluyendo cualquier tipo de unión entre dos personas no aceptan de buen grado opiniones contrarias. En multitud de ocasiones, atacan a quienes no piensan como ellos, yo mismo lo he sufrido en el Consejo de Derechos Humanos en Ginebra varias veces. No son infrecuentes los actos violentos de aquellos que piden tolerancia o reconocimiento para sus deseos o pulsiones sexuales. Para muchos de ellos, quien opina diferente se merece la etiqueta de homófobo, fascista, ultracatólico, ultraderechista o cualquier otra similar, en algunos casos también la violencia. ¿Habrá más casos de ataques violentos de LGBTIQ+ en algunas de las manifestaciones o celebraciones del llamado “orgullo LGBTI” durante las próximas semanas? El feminismo radical y la ideología de género promueven su agenda, una agenda excluyente y radical, cueste lo que cueste, incluso recurriendo a la violencia en ocasiones.

    La censura, o la autocensura, limitan el intercambio abierto de ideas y el respeto de los derechos humanos que deben existir en una sociedad democrática. Esos son los principios con los que la Universidad de La Salle dice estar comprometida. No deberían ceder al chantaje de grupos feministas o LGBTIQ+ dejando de lado sus valores y principios.

     

    [1] https://twitter.com/LaSalle_MX

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    Rubén Navarro es abogado y licenciado en Administración y Dirección de Empresas. Le encanta viajar y comunicarse con amigos de otras culturas e idiomas, además de un buen café por la mañana. Habla inglés, francés e italiano. En Ginebra desde 2011, ha trabajado con diplomáticos, legisladores y ONG en la defensa de la familia, la vida y la libertad religiosa en el Consejo de Derechos Humanos dela ONU. Es autor de un capítulo en el libro ‘La Batalla por la Familia en Europa’, coordinado por Francisco José Contreras.