
Una mañana Ervigio… Bueno, tal vez se llamaba Rodrigo o Sancho, como los reyes de su época; o Domingo, como el santo; o Iluminación, si era chica. Tal vez fuera un descendiente venido a menos de hispanorromanos o visigodos.
El caso es que allá por el año 1000, Ervigio, vamos a llamarlo Ervigio, andaba destripando terrones. Igual que su padre. Igual que su hijo. Y sus nietos y sus biznietos si llegaba a tenerlos y la fortuna les sonreía. Y sus tataranietos y los hijos de estos y sus nietos y…
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraErvigio trabajaba una tierra que no era la suya y le entregaba a su señor la parte mollar, pero tenía derecho a quedarse con una buena porción del fruto de su trabajo, con el que podía mantener a su familia.
Nuestro hombre no era esclavo sino siervo. Siervo de la gleba, que hoy suena fatal, pero en el año 1000 no estaba del todo mal. Su hijo podría heredar su “título” y su derecho a trabajar la misma tierra en las mismas condiciones.
Así que Ervigio, todos los Ervigios de aquellos tiempos, se sentían razonablemente satisfechos con su suerte.
Lo que ves es el paisaje dibujado por tu enemigo
Ervigio siempre consideró que el orden natural de las cosas pasaba por tener un señor, propietario de la tierra que le daba de comer. Y gracias a ese orden natural, él mismo podía encontrar su razón de ser en el mundo: servir a su señor le situaba en el lugar que en justicia les correspondía a él y a los suyos.
Asumiendo su papel de campesino sometido a la gleba, Ervigio daba sentido a su vida. Y no solo eso: la servidumbre le hacía partícipe del gran orden del mundo, en el que cada uno ocupa y desarrolla su función y tiene su lugar y es reconocido por ello.
Ervigio consideraba normal, “natural” según los términos de la época, estar bajo la dominación de un señor feudal. Aceptaba las razones que sustentaban tal situación
Que la visión del mundo de Ervigio respondiera exactamente a los intereses particulares de su señor era algo en lo que él no reparó nunca. Y por eso su suerte y la de todos los Ervigios tardó tanto en cambiar.
El señorío al que pertenecía Ervigio nunca había ejercido violencia física alguna contra él, ni contra su familia. De hecho nuestro siervo alababa entre los suyos a su señor porque, comparado con otros de los que había oído hablar, el suyo siempre le había tratado con delicadeza.

Luchar con las armas del contrario
Ni Lenin, ni mucho menos Gramsci habían aparecido todavía por las tierras del dueño de Ervigio, de modo que el siervo no podía saber que, en efecto, su señor sí se estaba ejerciendo violencia contra él. Exactamente la violencia necesaria para que siguiera trabajando la tierra con buen ánimo y actitud agradecida.
A eso los marxistas lo llaman hegemonía: el dominio sin ejercer violencia física. Un dominio que se ejerce de tal modo, que el dominado no es consciente de ello y sobre todo sigue al pie de la letra los códigos y el relato impuesto por el dominador. Incluso cuando quiere enfrentarse a él y disputarle la hegemonía.
Ervigio consideraba normal, “natural” según los términos de la época, estar bajo la dominación de un señor feudal. Aceptaba las razones que sustentaban tal situación. Y no se le ocurría enfrentarse a su señor: asumía como propio de su condición el punto de vista de su señor, el dueño de la tierra, el que podía retirarle la condición de siervo de la gleba y condenarle así a la más atroz pobreza.
Y si este buen siervo hubiera tenido que combatir su situación, habría jugado en el terreno de aquel a quien quería enfrentarse. Con sus mismas armas, su mismo discurso e idéntico relato. Eso es la hegemonía: hasta para combatirme, usarás de buen grado las armas que yo te diga creyendo incluso que son las tuyas.
El PP utiliza los mismos códigos de comunicación, conducta y acción que la izquierda
Hegemonía y bloque dominante
El sugerente concepto de hegemonía y de bloque dominante de Gramsci encaja a la perfección en el paisaje milenarista de Ervigio… y en la actualidad de nuestro país, cuyo partido político supuestamente de derechas (junto a su predecesor) lleva cuarenta años asumiendo como propio el relato y los códigos de conducta de la izquierda.
La derecha política en España se comporta ante la izquierda como el siervo de la gleba ante el señor feudal, porque ha asumido como propia la hegemonía de la izquierda y por lo tanto no está en condiciones de derrotarla.

El PP utiliza los mismos códigos de comunicación, conducta y acción que la izquierda, su misma manera de aproximarse a los problemas y proponer soluciones, asume su relato.
Pero es muy fácil hablar del PP y de su inoperancia como agente transformador de la vida colectiva. Fijemos por un momento la atención en quienes hacen posible su futilidad: sus votantes (de buen grado o no).
Derrota es miedo a transgredir las imposiciones de la izquierda
¿Se puede repartir a la puerta de los colegios folletos informativos sobre las leyes LGTBI aprobadas en España?
Los colegios públicos y privados españoles son frecuentados con regularidad tan sorprendente como inadecuada por organizaciones LGTBI que animan a los niños a practicar sexo a edades tempranas y cantan las supuestas delicias de hacerlo con personas del mismo sexo.
Suena fatal, sí, y seguramente no es muy legal escribirlo. Pero es la verdad, señoría.
Sin embargo bravas organizaciones que denuncian de las turbias prácticas adoctrinadoras de las organizaciones LGTBI se niegan a repartir en las puertas de los colegios simples folletos informativos que alerten de estas circunstancias… porque han aceptado la hegemonía de esos grupos, los códigos y el relato de sus adversarios.

Los niños tienen pene, las niñas tienen vulva
Vayamos más allá. Probemos un sencillo test para comprobar nuestro grado de sumisión a la hegemonía del bloque dominante.
¿Se puede quemar una estelada cuando el parlamento regional catalán da un golpe de Estado?
¿Puede estacionarse frente a la puerta de un instituto un autobús que muestre en sus laterales la frase “Los niños tienen pene, las niñas tienen vulva”?
No ha sucedido. Las rutas de los distintos autobuses de HazteOir.org fueron cuidadosamente estudiadas para sortear los centros educativos. Porque a pesar de su imagen de disidencia, de resistencia y rebeldía, también el bus de HO terminó aceptando, sin ser demasiado consciente de ello, el relato hegemónico del señor del lugar. Y cuando tuvo que enfrentarse a él, aplicó sus reglas de juego.
Y por eso su suerte y la de todos los Ervigios tardó tanto en cambiar.
Toda la tradición conservadora española, poblada de pensadores notables, ha sido quemada en la hoguera del vilipendio por la hegemonía de la izquierda
La derecha de la gleba
Con la derecha política el panorama no es mejor. El Partido Popular ha integrado en su ADN la hegemonía de la izquierda política y aun la sociológica, incluso en sus aspectos más asilvestrados. Pero además, a través del control que ejerce sobre diversos medios de comunicación, alienta los valores hegemónicos y el discurso y el relato del bloque dominante y cercena con singular eficacia cualquier atisbo de rebeldía.
Comparte la derecha política con la derecha sociológica el terreno donde ambas pastan, páramo de la ignorancia más desoladora; sin referencias más allá de los 140 caracteres; sin predecesores ideológicos de los que heredar fundamentos e ideas; sin más lecturas que el titular del digital más chillón; sin pasado y, por lo tanto, si el menor atisbo de futuro.
Toda la tradición conservadora española, poblada de pensadores notables, ha sido quemada en la hoguera del vilipendio por la hegemonía de la izquierda sin que nadie enfrente haya hecho ni tan siquiera el ademán de ir a por el extintor.
Cánovas, Pastor Díaz, Donoso Cortés, Menéndez Pelayo, Balmes, Ortega, Ramiro de Maeztu, D’Ors, Laín Entralgo, Ridruejo, Antonio Tovar, Fernández de la Mora, Julián Marías. Ni rastro. Y tal vez por eso apenas hay brotes verdes a la vista. Tenemos, eso sí, algunos buenos agitadores, que no por casualidad proceden del periodismo. Pero nos falta épater le bourgeois, qué nostalgia de un Nicolás Gómez Dávila, un francotirador contemporáneo que señale el camino de la quiebra del discurso hegemónico.

El onanismo como ideología
Mientras tanto, nos miramos el ombligo, nos miramos mucho mucho el ombligo y nos lamemos las heridas, actividad esta que en la derecha sociológica y en las escasas organizaciones sociales conservadoras parece haberse convertido en profesión.
La violencia simbólica de los Pierre Bourdieu sigue intacta, hegemónica, mientras los políticos que pudieron haber sido y no tuvieron valor para ello tratan de montar plataformas ciudadanas (que no organizaciones concretas con fines puntuales) para seguir mandando y los políticos que podrían ser, venden su alma al escaño de enfrente.
Divididos, ignorantes y miedosos. No quememos banderas contra la Constitución ni molestemos a los grupos genitales de presión. Ser de derechas en España.
‘There is no limit’
Aunque en lo que a mi concierne y contra lo que pudiera parecer, soy francamente optimista. En el despacho oval, Ronald Reagan colgó una plaquita con esta frase: «Lo que un hombre puede hacer y hasta dónde puede llegar no conoce límites si no le importa quién se lleva el mérito».
Soy francamente optimista porque conozco a bastantes personas exactamente así, como la frase de RR.
Solo les falta un empujoncito para romper los límites del sistema hegemónico y que así todos echemos de una vez a andar. Y tal vez tú, lector, seas quien puede dárselo. ¿Sabes? España te necesita.