El sábado pasado, 30 de enero, se cumplió el 27 Aniversario de la trágica muerte de Alfonso de Borbón Dampierre, primo hermano de Juan Carlos I, “guillotinado” por el cable de acero que debía sujetar la pancarta de meta en los campeonatos del mundo de esquí alpino que se celebraban al día siguiente en la estación de Beaver Creek, en Colorado (Estados Unidos).
Mientras componía mi libro El Borbón non grato, la única biografía del duque de Cádiz publicada hasta la fecha, llegó a mis manos una copia de un documento secreto de la Policía del distrito de Eagle County, que investigaba la muerte de Alfonso de Borbón como si se hubiese tratado de un crimen.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraEmpecé a leer así, trémulo, el encabezamiento:
«Office of the Sheriff»
«Eagle County/328-6611»
«Case: 89/524»
«Date: 2-3-89»
«Offense: Attended Death/HOMICIDE».
La expresión “homicidio”, anotada en inglés y en mayúsculas por los propios agentes encargados del caso, en un documento fechado treinta días después de la tragedia, añadía un dato muy relevante a un lamentable episodio sobre el que aún hoy persiste una aureola de misterio.
Por si fuera poco, el centenar de fotografías tomadas al moribundo mientras se desangraba tendido sobre la nieve en Beaver Creek, sin que ningún médico ni la preceptiva ambulancia le socorriesen a tiempo, fueron inexplicablemente destruidas por la propia policía; un material gráfico de primera mano que hubiese arrojado luz sobre las extrañas circunstancias de su muerte, en torno a las cuales algunas personas muy próximas a él abrigaban serios recelos.
¿Tenía el duque de Cádiz acaso enemigos dispuestos a terminar de forma tan salvaje con su vida?
Su madre afirmó que un «masón», enemigo de la causa legitimista que representaba su hijo Alfonso, puedo haberle asesinado
Su madre, Emanuela Dampierre, afirmó en cierta ocasión a la periodista Consuelo Font que un “masón”, enemigo de la causa legitimista que representaba su hijo Alfonso, pudo haberle asesinado.
Y en sus propias Memorias, publicadas en ¡Hola! en 1991, Emanuela hacía sorprendentes afirmaciones sobre las amenazas que se cernían sobre su hijo, tras haber adoptado los títulos de duque de Anjou y de Cádiz en los documentos de su cancillería y manifestado su “firme intención de proseguir la obra de su padre”, el infante don Jaime de Borbón y Battenberg.
El propio Juan Balansó, amigo y erudito en la historia de las dinastías reales, me brindó hace años una copia de la carta escrita por José Antonio Dávila, abogado del duque de Cádiz, en la que éste reflexionaba así sobre el “cruel y ciego destino” que segó la vida de Alfonso:
“Sabido es que la “ley de la Colmena” elimina, en los enjambres y sin contemplación alguna, a todos los rivales de la Reina. En determinados momentos históricos parece suceder lo mismo en las dinastías soberanas… Sería cansado citar precedentes al caso de lady Di en que se ve palpablemente esta realidad ilógica, incluso en nuestra Casa Real”.
La campeona de esquí Blanca Fernández Ochoa, que se hallaba entonces en Beaver Creek, declaró a la revista ¡Hola! el 23 de febrero de 1989: “Lo que le ha ocurrido a don Alfonso es algo muy extraño, una posibilidad entre mil”.
Su hermano Paco, quien compartió los últimos momentos con él en Colorado, me confesó abiertamente en su día su perplejidad por lo sucedido: “Sigo sin entender qué pasó aquella tarde; sinceramente, me resulta todo muy extraño, entre otras cosas porque Alfonso era un esquiador excepcional”.
¿Qué sucedió realmente aquella funesta tarde invernal, en la que lucía un sol espléndido, para que el duque de Cádiz no alcanzase a ver aquel obstáculo que lo “guillotinó”, como a sus antepasados Borbones en Francia?
Alfonso de Borbón Dampierre descendía por la pista Eagle County acompañado del ex campeón austríaco Tony Sailer, ganador de tres medallas de oro en los Juegos de Invierno de Innsbruck, en 1956, de la esposa de éste, Gabi, y del encargado de seguridad de los campeonatos, el canadiense Ken Read.
Inspeccionaban el estado de la pista cerrada al público, en la que al día siguiente, como ya sabemos, se disputaba la prueba de descenso del campeonato mundial de esquí alpino.
Mientras marcaban el trazado del recorrido y cada una de sus puertas, Tony Sailer reparó en la existencia de un cable trenzado de acero que atravesaba la pista unos cien metros más abajo, y previno del peligro en su idioma, el alemán, al duque de Cádiz, que le seguía a unos metros de distancia: “¡Alfonso, cuidado! ¡Abajo están trabajando!”, vociferó.
El empleado de la estación Daniel Conway, quien más tarde desapareció para siempre como si se lo hubiese tragado la tierra, manipulaba un cable de acero de unos cuatro milímetros de grosor para la pancarta de meta; la cuerda metálica estaba situada a una altura de 1,75 metros sobre la nieve.
Pero Alfonso, aunque se manejaba bien en alemán, no le escuchó. Había enfilado ya, a unos cuarenta y cinco kilómetros por hora, el último trayecto de su vida.
“¡Oh, Dios mío! ¡Dios mío!”, exclamó Tony Sailer segundos después, al verle tendido en la nieve, cuando eran las 15.56 del lunes (las 23.56 en España).
El duque de Cádiz permaneció inmóvil alrededor de media hora en la pista, debatiéndose entre la vida y la muerte, sin que ningún facultativo en condiciones le auxiliase
El duque de Cádiz permaneció inmóvil alrededor de media hora en la pista, debatiéndose entre la vida y la muerte, sin que ningún facultativo en condiciones le auxiliase. El médico dio instrucciones de que no se le trasladase al hospital hasta que no se personase en la pista la policía local. Cuando al fin llegó la ambulancia, avisada por una patrulla de aquélla, tenía ya el pulso muy débil.
Le introdujeron con sumo cuidado en la furgoneta para trasladarle al Vail Valley Medical Center. Pero una vez allí, a las 16.48 de la tarde, el forense certificó su muerte.
El cadáver, como evidenciaba la autopsia del doctor Ben Galloway, presentaba una incisión en el cuello, en forma de media circunferencia. “Aquel cable lo desconejó”, me dijo Paco Fernández Ochoa de forma tan gráfica, deslizándose por el cuello hasta partirle las cervicales por la propia inercia del descenso.
El doctor Ben Galloway recibió los restos mortales del duque de Cádiz envueltos en una gran bolsa sellada con el nombre de Joe Venaman, miembro de la oficina del sheriff.
Alfonso de Borbón Dampierres según la Ley sucesoria de Franco de 1947 pudo ser rey
El cuerpo estaba completamente vestido: calcetines violáceos, pantalones de esquiar azules, impermeable del mismo color, con ligeras manchas de sangre; jersey también azul, igual que el pasamontañas, tirantes rojos, camiseta y ropa interior blanca de invierno. El fallecido tenía cincuenta y dos años; medía 1,85 centímetros y pesaba 83 kilos. Así terminó sus días el príncipe que, según la Ley sucesoria de Franco de 1947, pudo ser rey.
Al cabo de los años, los pleitos de la familia Borbón hallaron el frío consuelo de una indemnización, cerca de 100 millones de las antiguas pesetas (casi 600.000 euros) que fueron a parar a Luis Alfonso, a quien ya nadie podría devolverle a su padre.