La nación innominada

    Nicolás Gómez Dávila: "Quien acepte el léxico del enemigo se rinde sin saberlo. Antes de hacerse explícitos en las proposiciones, los juicios están implícitos en los vocablos".

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    La rendición de Breda de Diego Velázquez.

    Uno de nuestros principales problemas es la inadvertencia con la que usamos los términos trucados impuestos en el lenguaje contemporáneo. En el caso de los conservadores resulta desconcertante que ellos, reacios a la innovación,  seguros de los términos familiares que sostienen lo existente, hayan adoptado con entusiasmo, más que con vergüenza, la forma de hablar que imponen sus enemigos.Y uso el término enemigo y no adversario en cuanto la pretensión de estos es la supresión de aquellos, no la legítima competencia por el poder.

    En el Génesis, que incorrecto es citar el Génesis, se describe el enorme poder de Adán de nombrar a los animales. Hoy en día observamos ese poder cedido sin discusión a quienes controlan por él todo el pensamiento.

    Algunas personas creen que La Sexta da información.

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    Pero también es cierto que entre nosotros apenas quedan  conservadores desde la emigración masiva al centro reformista y progresista; otra cesión en el lenguaje realizada como una supuesta maniobra victoriosa y que ha tenido como resultado desplazar al electorado hacía el denominado centroizquierda, allí es probable que se prefiera la versión original a las dobladas por la derecha.

    España es la nación más antigua de Europa

    La manipulación del lenguaje, y la rendición de quienes tenían algo concreto y real que defender, ha llegado al extremo en lo que se refiere a España. Fuera de aquí, de la obscena reconstrucción ideológica, no hay que explicarle a nadie que existe una nación, la más antigua de Europa, es decir, del mundo pues aquí se inventaron las naciones, que se llama España.

    Si a alguno le da por buscar en los textos históricos se volverá a desesperar escudriñando las supuestas nacióncillas milenarias que dicen competir con la presencia permanente de España. Pese a ello, en los últimos decenios, se ha proscrito el nombre de España, sustituido por el de Estado o “este país”,  forma despectiva por excelencia, que ofende del mismo modo que “este tipo” ofende a quien tiene un nombre.

    De la negación de España, proviene igualmente el dejar solo entre nosotros a España sin lengua española, con el peregrino argumento que las demás lenguas también eran españolas. Argumento abandonado en cuanto se avanzó en el proceso reconstructor. Así el español es una lengua que sólo se menciona en el extranjero, con fuerza por cierto por la mayoría de sus hablantes.

    La manipulación, que comenzó en los partidos de izquierda se ha extendido a todas las instituciones

    Prohibida España, se proscribe a continuación el empleo de nacional para referirse a ella, de forma que España es nación quizás solo en el texto constitucional, pues cuando se habla de ella para referirse a cualquier institución pasa a ser estatal, hasta en lo que se refiere al Instituto Nacional de Meteorología, o al de Industria. La manipulación, que comenzó en los partidos de izquierda y en sus sindicatos se ha extendido o a lo largo de todas las instituciones, ahora si, del Estado,

    Por no continuar con la obviedad, nunca suficientemente repetida, me referiré finalmente al hallazgo que no falta en la terminología de ningún bobo. Me refiero a soberanista, término incorporado por los separatistas para referirse a sí mismos que se ha vuelto común, como antes desde el inicio de la transicion lograron ser ellos los únicos posibles nacionalistas admitidos, exclusividad que no les envidio.

    Tan fuerte ha sido este poder, que la unión de ñoños resolvió en un fulgurante contraataque contestar con una marca, ya se sabe honor y sacrificio por la marca, o con un texto jurídico,  como si en España la realidad nacional de muchos siglos se hubiese improvisado en los restaurantes aledaños a la Carrera de San Jerónimo.

    Y así seguimos bailando la música impuesta, esperando la próxima ocurrencia y recordando  con Jacques Bainville que “todo ha ido siempre mal”, pero no tan mal, añadiríamos  nosotros.

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