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Cruda realidad / La podemita que no servía ni para observadora 

Lorena Ruiz-Huerta, diputada de Podemos en la Asamblea de Madrid. /Twitter

Lorena Ruiz-Huerta, diputada de Podemos en la Asamblea de Madrid. /Twitter

«Rumbo a Bogotá para participar en las elecciones del domingo como observadora internacional. El pais que firmó un histórico acuerdo de paz hace un año y medio tiene la posibilidad de hacer a Gustavo Petro presidente de un país tan maravilloso como hambriento de justicia social».

Por este comentario, transmitido desde su cuenta en redes sociales, Lorena Ruiz-Huerta, diputada y portavoz de Podemos en la Asamblea de Madrid, vio revocada la credencial de observadora internacional para los comicios presidenciales de este domingo el Consejo Nacional Electoral (CNE) de Colombia. Eso sí, el viajazo se lo ha pegado.

No deja de sorprenderme el frondoso bosque de formalidades y ficciones jurídicas que rodean los actuales regímenes democráticos. La razón alegada por el CNE es que con este comentario público «se vulneran los principios de neutralidad e imparcialidad que inspiran a las misiones internacionales de observación electoral», pero haría falta ser tonto de baba para imaginar que una diputada de Podemos iba a ser ‘imparcial’. Los partidos se llaman ‘partidos’ por algo. La idea de que a una representante elegida por defender determinada ideología le iba a dar igual de repente quién ganara unas elecciones es tan fantasioso que no cabe en cabeza humana.

No es que esté contra las ficciones jurídicas. Al contrario, me parece que la vida política está necesitando formas, formalismos y formalidades como el comer. Si por mí fuera, los diputados llevarían uniforme y se dirigirían obligatoriamente unos a otros llamándose «su señoría por Albacete…».

Y no, no voy a llorar, pero tampoco me voy a sumar al coro de quienes señalan que Ruiz-Huerta es más tonta que Pichote, porque hay otro asunto que me interesa más en todo esto.

Y es el de la pervivencia de la izquierda. Es un verdadero misterio. No es que se haya probado, es que se ha probado hasta la náusea, y siempre con idénticos resultados: colapso económico, miseria, desabastecimiento, represión, opresión y un pozo sin fondo de mentiras.

En cada ocasión, la cadencia en la izquierda real -no ese sucedáneo socialdemócrata que, afortunadamente, hemos tenido en Occidente- que todavía no ocupa el poder es siempre la misma.

Primero, cuando estalla la revolución, cuando todo es pueblo en las calles y tremolar de banderas y gritar consignas facilonas y cantas canciones solidarias, el entusiasmo. Esta vez sí que sí, esta es la buena, al fin el pueblo se ha sacudido el yugo de los tiranos y va a reinar la dicha y la armonía, no como las otras veces anteriores.

«El régimen en cuestión se convierte en un estercolero del que escapa todo el que puede, una dictadura descarada, y nuestro político radical calla… Hasta que ve una nueva ‘revolución’ en ciernes»

El izquierdista radical de nuestros pagos se fotografía con el líder todo lo que puede y no para de hablar de él y de los ‘amaneceres que cantan’ y que ya están al alcance de la mano.

Luego empiezan los primeros problemas, pero nuestro hombre confía, habla, si acaso, de dificultades, de sabotaje burgués, de boicot y bloqueo imperialista. El tono baja unas octavas de entusiasmo. Las referencias ya no son continuas.

La situación, como puede prever el que asó la manteca, se agrava. Empieza a faltar de todo, a vaciarse las tiendas. El Gobierno cierra periódicos, televisiones, radios. Reprime manifestaciones. La propaganda empieza a ensalzar al líder obsesivamente.

El político europeo de nuestro cuento dejo de citar el caso y de publicar las fotos en las que aparece abrazado al Hombre Fuerte. Ya no le cita en sus discursos. Sus adláteres y seguidores, si tienen obligatoriamente que hablar del asunto, empiezan a sugerir que «eso» no era «verdadero socialismo».

El régimen en cuestión se convierte en un estercolero del que escapa todo el que puede, una dictadura descarada, y nuestro político radical calla… Hasta que ve una nueva ‘revolución’ en ciernes. Y todo vuelve a empezar.

Sí, como han adivinado, estoy pensando en Pablo. Las frases que dedicó a Chávez y a Maduro son de vergüencita ajena, de niñata con el seso sorbido en pleno megaconcierto. El griego Tsipras era «mi amigo Alexis», camarada de armas.

Pero Venezuela se fue a los perros, es un infierno infecto que solo exporta disidentes, y su ‘amigo Alexis’ de bajo los pantalones hasta los tobillos ante la Troika y cuando el ministro alemán Schäuble le pedía que saltara su única respuesta era «¿hasta dónde?». Grecia también da pena verla, claro.

Y aquí entra la obstinada esperanza, contra toda experiencia. Lorena Ruiz-Huerta habla con esperanza en su tuit de la victoria de Petro, otro que tal baila. ¡Caray, Lorena, que la otro lado de la frontera tienes el agujero chavista! ¿De verdad quieres crear otro? Esta gente, ¿ha venido al mundo para sembrar la desolación y la miseria?

Porque aquí todavía estamos lejos, vivimos muy bien y somos razonablemente libres, por eso podemos permitirnos el lujo de tontear con la izquierda podemita. Pero Colombia ha vivido lo suyo y está puerta con puerta con el horror. Desearle eso me parece ya más sadismo que ceguera.

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