Tradicionalmente la palabra “Europa” hacía pensar de modo automático en París y en Londres, las capitales de dos grandes naciones inseparables del devenir histórico del “Viejo Continente”. Incluso antes de la crisis económica, sin embargo, el concepto de Europa empezó a sufrir una transformación. Francia, entorpecida por una izquierda tan conflictiva como la española, parece haber perdido su posición hegemónica, que lleva años intentando recuperar sin éxito. En cuanto al Reino Unido, su ausencia del Euro lo ha ido empujando paulatinamente hacia una periferia agravada por un euroescepticismo que, lejos de atenuarse, parece ir en aumento.
El ocaso de “la grandeur”
Sin embargo, entre Reino Unido y Francia existen diferencias significativas. La City londinense no solo es el centro financiero de Europa, sino que ha superado a París como gran ciudad turística de Occidente, abonando la opinión generalizada de de que Francia ya no está en la primera fila de Europa. Convertida en el eslabón más débil entre las democracias de primera categoría y las de segunda, Francia insiste en mantener un gasto público desaforado, ha superado su propio récord de deuda y sobrelleva un 10% de desempleo desde hace quince años. Pese a todo ello es la quinta economía mundial, aunque Hollande parezca haberse obstinado en perder ese puesto con la estatización y el gasto público como ejes de su política económica.
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Suscríbete ahora¿Mentía el mentor?
El mentor económico del partido socialista francés ha sido Thomas Piketty, para quien la progresiva acumulación de capital en manos de una minoría crea un “capitalismo patrimonial” solo controlable con impuestos progresivos que incluyen una imposición específica para los más pudientes. Piketty pretende ahora desgajarse del desastre económico francés, alegando que su reforma fiscal no se ha llevado a cabo, pero el hecho de que su libro El capital en el siglo XXI sea uno de los manuales preferidos de Podemos es significativo.
La automarginación británica
En cuanto a la pérdida de poder del Reino Unido en Europa, todo apunta a su creciente euroescepticismo y su aparente incapacidad para forjar alianzas. Siendo una de las cinco primeras economías del mundo, con armamento nuclear, una poblacion en crecimiento y un asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU, su presencia en Bruselas –es decir, su influencia en la UE– ha ido disminuyendo año tras año. Es cierto que a medida que Europa crece, sus miembros van perdiendo poder, pero cuando Gran Bretaña se unió a la CEE en 1973 tenía dos eurocomisarios de los 13 que había, el 20% de los votos en el Parlamento Europeo y el 17% de los votos en el Consejo. Ahora tiene un eurocomisario de los 28, el 9,5% de los votos en el Parlamento y el 8% de votos en el Consejo.
Euroesceptiscismo
La influencia británica en el Parlamento de la UE también se ha reducido manifiestamente. El partido independentista UKIP ahora cuenta con 22 eurodiputados que se dejan ver poco por Estrasburgo y que, cuando aparecen, suelen atacar a la UE. Por si esto fuera poco, los eurodiputados britanicos conservadores se vieron condenados al ostracismo en 2009 cuando Cameron los sacó torpemente del grupo más poderoso del centro-derecha, el Partido Popular Europeo. Con el reducido número de altos funcionarios que tiene el Reino Unido en la Comisión Europea, su capacidad de intervenir en las primeras etapas de la legislación de la UE es escasa.
Además, varios eurocomisarios britanicos veteranos se han jubilado recientemente o lo harán en breve. Esta desconexión con respecto a Bruselas se corresponde con la indiferencia generalizada en el país. La cúpula política y empresarial del Reino Unido hace gala de una sorprendente ignorancia sobre la Unión Europea y su funcionamiento. El nuevo líder del Partido Laborista, Jeremy Corbyn, es un euroescéptico convencido, para quien la Unión Europea es un club de capitalistas y “neoliberales”.
La Alemania eurócrata
Mientras Reino Unido y Francia, absortos en sus problemas nacionales, parecen desdibujarse en Europa, la Alemania de Merkel representa desde hace una década, a ojos de muchos, el alma de una Europa responsable, cumplidora y capaz de mirar lejos tras haber solucionado con eficacia sus propias dificultades. La indefinición británica y la decadencia francesa contrastan con la determinación partícipe de Alemania, incluso ante una crisis tan grave como la de los refugiados. Si la pauta llegara a trascender, la vieja Europa desarticulada renacería en forma de madura Eurocracia funcional.