En mis años de universidad (tempus fugit), la socialdemocracia era el presente, el futuro, lo in y lo políticamente correcto. En Europa gobernaban Felipe González, François Mitterrand, Bruno Kreisky (cuyos veraneos en España provocaban escalofríos de gozo en la cateta sociedad), Bettino Craxi, Andreas Papandreu, Mario Soares, Olof Palme y tantos otros.
Sólo quedaban al margen Estados Unidos, en manos de un actor mediocre como Ronald Reagan; el Reino Unido (al que entonces los progres no consideraban Europa), gobernado por esa señorita Rottenmeier que era Margaret Thatcher; y la Alemania Federal, cuyo canciller era un gordo y tardo Helmut Kohl.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraAdemás, la socialdemocracia controlaba los principales periódicos de los países europeos: Le Monde, que era el sumo sacerdote de la religión laica, con sus apóstoles, The Guardian, La Repubblica, El País… De modo que sus intelectuales orgánicos podían adoctrinar y reprender a diestra y siniestra.
Lo progresista eran la educación comprensiva, la despenalización del consumo de drogas y del aborto, la reinserción de los delincuentes, la empresa pública, el apoyo a los sandinistas nicaragüenses y la equidistancia entre el bloque socialista, que no era lo deseable, pero que al menos ofrecía pleno empleo a sus súbditos, y el capitalismo despiadado de los anglosajones, en cuyas ciudades había cientos de vagabundos.
2008: la esperada vuelta de la tortilla
Después vinieron el desplome del socialismo apellidado real y el imperio de las políticas económicas liberales, de desregulación.
Cuando empezó la crisis económica en la que seguimos, los miembros de la Internacional Socialista se frotaban las manos, porque esperaban la vuelta de la tortilla. Como dijo en 2008 ese profundo pensador que es José Blanco:
“Igual que la caída del muro de Berlín supuso el fin del comunismo en 1989, la caída del sistema financiero en EEUU va a suponer la caída del neoconservadurismo en todo el mundo”.
La socialdemocracia es un zombi tambaleante, un vampiro con una estaca clavada. Sin programa económico, se vuelca en la ingeniería social realizada por medio del Estado
Menos de diez años después de semejante pronóstico, la socialdemocracia es un zombi tambaleante, un vampiro con una estaca clavada. Sin programa económico, se vuelca en la ingeniería social realizada por medio del Estado. Como escribió Nicolás Gómez Dávila, “reformar la sociedad por medio de leyes es el sueño del ciudadano incauto y el preámbulo discreto de toda tiranía”.
La izquierda se cae de la mesa
En los últimos años, a la mesa de la política se han sentado nuevos comensales: los populismos, de Podemos, a UKIP, de Syriza a Alternativa por Alemania, de los Demócratas Suecos al Frente Nacional… La derecha bendecida por el establishment con el elogio envenenado de ‘civilizada’, se ha trasladado al centro (el PP español se define desde hace años como un partido de centro; sin conservadores ni liberales).
Y en esta mesa se están quedando sin sillas los partidos socialdemócratas: pierden votos, que se marchan a los nuevos partidos, y pierden sus propuestas políticas (gasto público, inmigración desaforada, agenda LGTB…), que las aplican los partidos ‘de centro’.
¿Y cómo reacciona la socialdemocracia? Pues repitiendo sus errores, como un adolescente torpe atascado en un videojuego de niveles. En su discurso y sus programas el escorado a la izquierda alterna con la adhesión al ideario que ha generado la crisis vigente, el globalismo, lo que supone para sus líderes que al menos les aplaudan en Wall Street y Hollywood.
Las bases laboristas reeligen a Corbyn
El penúltimo ejemplo de esta contumacia ha sido la reelección por las bases del Partido Laborista británico de Jeremy Corbyn, que es diputado desde 1983 y antes fue concejal desde 1974, cuatro años antes de que naciese otro renovador de la política europea, el español Pablo Iglesias. Su nueva victoria amplía en 60.000 votos su primera elección, en 2015.
Da igual que la mayoría de los diputados laboristas, que han ganado sus escaños pateando sus circunscripciones y tratando con electores de diferentes ideas, estén convencidos de que Corbyn les dirige a una derrota similar a la que sufrió su partido con Michael Foot en 1983. Lo importante es que sea anticapitalista (su único empleo fue el de cooperante durante unos meses), pacifista, solidario, pluricultural, ecologista y otros atributos que agradan a los entregados miembros del ‘Imperio de la Bondad’, pero que no dicen nada a los obreros de verdad.
El único líder similar en España a Corbyn, no por ideas y talante, sino por edad, es el octogenario separatista gallego Xosé Manuel Beiras, al que Manuel Fraga, en un anticipo de la estrategia del miedo que aplica su pupilo Rajoy, daba espacio en la televisión gallega para asustar a aldeanos y clase media. Como muestra de la irracionalidad que mueve a las izquierdas, tenemos a jovenes supuestamente rupturistas colaborando con un anciano funcionario franquista que se resiste a la jubilación.
El último ejemplo es el PSOE de Pedro Sánchez, heredero del de Zapatero, propone más feminismo, más memoria histórica, más aborto, más federalismo, más eutanasia, más anticristianismo, más inmigración
La agonía del PSOE: quinto en Bilbao
Y el último ejemplo es el PSOE de Pedro Sánchez, heredero del de Zapatero, propone más feminismo, más memoria histórica, más aborto, más federalismo, más eutanasia, más anticristianismo, más inmigración (Sánchez propuso ir a buscar a los refugiados a Turquía), más endeudamiento público, más impuestos, más ‘delitos de odio’ (islamofobia, homofobia, transfobia…). De modo que, por un lado, va borrando las diferencias que le separan de Podemos y, por otro, se ratifica en un programa que fracasa una y otra vez.
En las elecciones a los parlamentos regionales gallego y vasco, los resultados del PSOE han sido catastróficos: los votantes le huyen, las derechas locales (el PP gallego y el PNV vasco) le derrotan y sus rivales de Podemos le superan.
El domingo 25 de septiembre se votó en 565 municipios españoles, 314 gallegos y 251 vascos. El PSOE sólo quedó primero en diez de ellos, nueve gallegos (todos con un censo inferior a los 2.000 habitantes) y uno vasco, Lasarte-Oria, de 18.000 vecinos.
Galicia se declara #Azul y con mucha natalidad, fiel al @PPopular @ppdegalicia https://t.co/DAJJ4eJ6iT pic.twitter.com/B9KUauPb4P
— Carballino.tv (@Carballino_tv) 26 de septiembre de 2016
En anteriores fortalezas del voto socialistas como Vigo, Baracaldo, El Ferrol, Sestao, Eibar y Ermua, fue tercero. En Bilbao, la ciudad más populosa de todas las que votaron, quedó quinto, con un escuálido 12%, cuando en las generales de 2008 fue primero, con un 36%.
Desde 2009, en que también hubo elecciones a ambos parlamentos autonómicos, el PSOE ha pasado en Galicia de 524.488 votos a 254.552 y en el País Vasco de 318.112 papeletas a 126.139. Es decir, en siete años, los socialistas han perdido el 52% de su electorado gallego ¡y el 61% del vasco!
Antes morir que rectificar
Pero el PSOE, como el Partido Laborista y como Angela Merkel, representante de esa derecha ‘civilizada’ degradada a centro-progresista, se niegan a rectificar. Porque la guerra civil que está librando la cúpula de los socialistas españoles es por los despachos y el poder interno, no por motivos ideológicos. Tanto Pedro Sánchez como Susana Díaz aceptan el ‘género’, el calentamiento global y la memoria histórica.
Quizás la primera víctima de la eutanasia que el PSOE quiere legalizar en España sean los propios socialistas.
(Para otro día queda la refutación del engaño de que la derecha –aunque se camufle como centro- necesita de la abstención para ganar, porque la izquierda en España es mayoritaria.)