Nuestra izquierda está muy inquieta por el futuro de la democracia. Mantiene la vigilia para controlar que los grandes enemigos de la democracia. Por eso ha mostrado su consternación, su preocupación sincera, por el futuro de este sistema político en Brasil. Una cosa es que el país celebre elecciones y otra que salga elegido un presidente como Jair Bolsonaro.
Hay un dato para la preocupación en la biografía política de Bolsonaro que, para los hombres y mujeres de progreso en España, es motivo de condena sin paliativos para el vecino de Brasilia y es que el actual presidente ha mostrado su admiración sin paliativos por la dictadura brasileña. Sus palabras son inequívocas, e incluso varios de los que no tenemos en la cartera carnet de demócratas como para irlos repartiendo (o quitando) por ahí, hemos mostrado nuestras cuitas al respecto.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraBien es cierto que, al menos por lo que a mí respecta, yo mostré la misma preocupación por otro entusiasta de la dictadura brasileña, Luiz Inacio ‘Lula’ da Silva, por el cual la izquierda patria, entonces y ahora sólo ha mostrado un desbordante entusiasmo. Con todo, es posible que mis preocupaciones actuales por Bolsonaro estén tan infundadas como lo estaban con Lula da Silva.
Hay otro dirigente hispanoamericano que me produce una mayor inquietud, por lo que se refiere al futuro de la democracia en la región, es Andrés Manuel López Obrador, AMLO para los titulares. Recordará el lector que el presidente de Méjico no puede renovar su puesto. A cambio de las facilidades que supone contar con seis años para realizar su proyecto político, pasado ese período tiene que abandonar el poder, sin posibilidad de retenerlo por otros seis años.
El gobierno plantea una votación, sólo participan los que son muy activos políticamente y están directamente implicados en la aprobación de esa medida, y luego se vende el resultado como si fuera la voluntad mayoritaria de los electores
Con todo lo falible que es aquélla democracia, que no sin motivo fue considerada la dictadura perfecta, este aspecto tan sobresaliente de su estructura está bastante bien pensado. Pero seis años siguen siendo muchos, si un presidente tiene como objetivo cambiar las reglas del juego desde el poder. Y eso es lo que está haciendo, precisamente, López Obrador.
Nada se escapa a su voluntad de acabar con la democracia en Méjico, y de acumular todo el poder en sus manos. AMLO tiene una amplísima mayoría en la Cámara de Diputados. Y una mayoría importante, aunque no tan grande, en el Senado. Pero él sortea el poder legislativo. En su lugar, organiza referendums para refrendar sus políticas. La lógica de estos referendums la conocemos bien en Madrid: el gobierno plantea una votación, sólo participan los que son muy activos políticamente y están directamente implicados en la aprobación de esa medida, y luego se vende el resultado como si fuera la voluntad mayoritaria de los electores.
También carga contra el poder judicial. El gobierno ha asumido el control del proceso de promoción dentro de la carrera judicial. Ha rebajado el sueldo de los jueces, y yo creo que el objetivo es obligar a que algunos de ellos decidan ganar más dinero fuera del sistema, para que los huecos que dejen sean ocupados por fieles al poder.
Dentro de la Administración, ha desatado una caza de todos los funcionarios de carrera y con formación; los que podrían suponer un obstáculo a cualquiera de sus políticas. Y ha segado la capacidad de actuar por sí mismos de los pocos institutos independientes políticamente en el Estado mejicano.
Todo ello muestra que AMLO sí añora la dictadura. La dictadura del PRI, lógicamente.