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Los desastres del PP

Pablo Casado y Soraya Saénz de Santamaría contrincantes por la presidencia del Partido Popular.

Pablo Casado y Soraya Saénz de Santamaría contrincantes por la presidencia del Partido Popular.

La erótica del poder. Solo sabe lo que es eso el que lo ha disfrutado. El poder funciona inmediatamente de alcanzarlo y desgasta luego, claro, pero mucho menos de lo que desgasta el no tenerlo. El viejo Giulio Andreotti decía que «el poder desgasta al que no lo tiene» y nuestro Pio Cabanillas españolizó la frase diciendo que «el poder desgasta, pero mucho más desgasta la oposición». Es una regla casi matemática. Que se lo digan al PP y a Pedro Sánchez.

Las encuestas dicen hoy que el PSOE, que estuvo a punto de ser fagocitado por Podemos, es ya el primer partido, con una cierta ventaja sobre Ciudadanos y con el Partido Popular en tercer lugar y en una caída que no parece que vayan a parar las primarias de esta semana. Y Pedro Sánchez, que había sido desahuciado por casi todos, entre ellos el que suscribe, menos por él mismo, es hoy «el líder más valorado» sin necesidad de haber hecho prácticamente nada más que gestos. El peso del poder, la fuerza del poder.

Decía Balzac que «todo poder es una conspiración permanente». Y la lucha por el poder, ni les cuento. Que se lo digan a los dos aspirantes a liderar el PP. Parecía que la marcha de Rajoy era el último desastre que le podía suceder al PP -asfixiado por la corrupción de otra época, por la falta de ideas, por la indecisión ante los problemas, por la incapacidad de lograr pactos o consensos y por otras muchas cosas- pero Casado y Sáenz de Santamaría se están empeñando en demostrarnos que puede haber más y que la caída del PP en las encuestas puede seguir para alivio de Rivera.

«Que los líderes detenten siempre, al menos en la España de los últimos cuarenta años, un poder casi absoluto no es la mejor garantía para nuestra democracia»

La imposibilidad de un acuerdo entre los dos candidatos y la división entre los pesos pesados del partido (algunos más que pesados, un lastre para el futuro del partido), ha imposibilitado un acuerdo para alcanzar una lista única, pero, sobre todo, ha desatado lo peor de cada candidato. Y anuncia que, gane quien gane, habrá divisiones y «purgas» que van a debilitar aún más al partido. La imposibilidad de un debate entre los dos candidatos, un debate de ideas, indica que siguen mandando los nombres sobre los proyectos y los programas.

No me vale que se diga que eso debe fijarlo el Congreso extraordinario. Cada líder debe tener su proyecto que luego deberá compartir y ahormar con todos. Pero no existe. Por eso surgen los nervios, «la conspiración permanente», la descalificación del otro.

Decir, como ha dicho Sáenz de Santamaría que «un debate con Casado le haría mucho daño a él y al partido» y la enorme división de los que hasta hace poco eran compañeros en el Consejo de Ministros rebela cómo eran de verdad las relaciones entre ellos y cómo la administración de las cosas se hacía más en función del poder que del debate y el consenso.

Que los líderes detenten siempre, al menos en la España de los últimos cuarenta años, un poder casi absoluto no es la mejor garantía para nuestra democracia. Y quienes aspiran a volver a liderarla deberían ser ejemplares en sus actuaciones si quieren que volvamos a recuperar la confianza en la política y en los políticos.

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