Los caló a la primera Ramón Pi, maestro de periodistas, al poco tiempo de que llegaran al poder, en 1982.
Los caló y lo clavó: Los socialistas nos han quitado la libertad de ser (el aborto), la libertad de saber (la ingeniería social en las aulas), y la libertad de tener (expropiación de Rumasa).
Felipe González y los suyos confundieron el agua de Suresnes con la de Lourdes y se creyeron que les limpiaba los genes marxistas, pero su comportamiento en el poder demostró lo contrario.
Porque entraron en el Parlamento como un elefante totalitario, aplicando el rodillo; enterraron a Montesquieu; desactivaron los mecanismos de control del Ejecutivo; politizaron la Justicia; tiraron de los Fondos Reservados y se garantizaron -mediante el voto subsidiado- el control del cortijo andaluz.
Así se blindaron en el poder durante trece años (los 13 años del felipismo, los casos de corrupción y el terrorismo de Estado).
Así se convirtieron en los faraones de la corrupción. No es que los demás partidos estén libres de polvo y paja: desde el PP a Ciudadanos, pasando por los gangsters del pujolismo. Pero al PSOE nadie podrá disputarle el triste honor de ser el pionero y el que mayor número de casos acumula (Filesa, Ibercorp, Fondos Reservados, el despacho de Juan Guerra, Roldán etcétera).
Se llevan la palma. Lo cual no justifica a los mafiosos y aprovechados del resto del arco parlamentario. Pero esta no es una película de buenos y malos, sino de malos y peores. Y ellos son los peores. Se siente.
Crearon un Estado paralelo hecho de sobornos y compra de voluntades
En parte por su herencia genética (el marxismo es lo que tiene: robar al pobre para dárselo al político); y en parte también porque han creado una cultura alérgica a la alternancia en el poder, un Estado paralelo hecho de sobornos y compra de voluntades, premio al amigo y castigo al desafecto.
El paradigma fue Andalucía y el caso de los ERE. El cortijo bético se convirtió en el patio de Monipodio, un cuartel general de la Cosa Nostra a la española.
Todo eso es lo que se juzga ahora en la Audiencia de Sevilla. La pieza política de los ERE. Dos ex presidentes de la Junta, Manuel Chaves y José Antonio Griñán, seis ex consejeros y una ex ministra, Magdalena Álvarez, van a dar cuenta ante el juez de su responsabilidad política en uno de los mayores casos de corrupción de la democracia.
Se enfrentan a penas de hasta ocho años de cárcel y 30 de inhabilitación por delitos de prevaricación, malversación y asociación ilícita. Están acusados de haber creado un mecanismo para eludir los controles de la Intervención General y hacer un reparto arbitrario de no menos de 855 millones de euros a empresas en crisis y prejubilados.
Ese río de dinero, caudaloso como Guadalquivir y oculto como el Guadiana, sirvió para lucrar a amiguetes de la Junta, y nunca llegó a los afectados por despidos masivos de empresas con verdaderos problemas, durante una década (2000-2010).
Y forjó una férrea red clientelar, que explica la supervivencia del caciquismo socialista, una red irrompible de intereses creados, para mantenerse en el poder y enriquecerse.
Todo es grave: el volumen de dinero, la injusticia, el agravio comparativo… pero lo más grave de todo es la prueba de que el PSOE instauró un Régimen (con mayúsculas) en Andalucía. Un Régimen totalitario, al controlar las Cajas de Ahorro, las aulas, la televisión (Canal Sur), la administración, las empresas públicas… y opaco, blindado ante el sistema de contrapesos de una democracia.
El Partido de González y Guerra no es una formación política más que compite con otras para gobernar cada equis años sino una costumbre, una segunda piel en Andalucía
El Partido de González y Guerra, de Chaves y Griñán no es una formación política más que compite con otras para gobernar cada equis años -como en todas las democracias- sino otra cosa: una institución, una costumbre, una segunda piel. Una firma de toda la vida, una casa comercial. Y la sabiduría popular andaluza acertó a bautizarla con nombre de factoría ‘la PESOE’, de resonancias inamovibles, llamada a perdurar cuando aquí no queden ni nuestros nietos, algo que no puede desaparecer, como el ministerio de Hacienda.
Al final era eso. Tomar el Palacio de Invierno y acabar con la oligarquía zarista no para redimir a los parias de la tierra, sino para instalar a la nueva oligarquía soviética.
O traducido al “andalusí”, tomar el cortijo y sustituir a la oligarquía caciquil por unos nuevos señoritos, montados en jacas marcadas con el hierro de una ganadería: el puño y la rosa.
Hasta ahora.
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