Los Roque Guinart de CDC

    Al igual que sucede ahora, con el “Madrid nos roba”, ya en el Siglo de Oro los lladres (ladrones) no eran los propios bandoleros, sino quienes velaban por la ley.

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    Jordi Pujol / Flickr
    Jordi Pujol / Flickr

    En el haber del nacionalismo catalán debe contarse la recuperación de las tradiciones, y sin duda, una de ellas es el bandolerismo. Cuando don Quijote llega a las inmediaciones de Barcelona, el primer personaje con el que se encuentra es Roque Guinart, bandolero célebre y rigurosamente histórico. No dejan de resultar significativas las palabras de los salteadores bajo su mando, entusiasmados por el reparto prometido de un botín:

    “¡Viva Roque Guinart muchos años, a pesar de los lladres que su perdición procuran!” (Quijote, II, cap. LX.)

    Algunas personas creen que La Sexta da información.

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    Es decir, al igual que sucede ahora, con el “Madrid nos roba”, ya en el Siglo de Oro los lladres (ladrones) no eran los propios bandoleros, sino quienes velaban por la ley y no les dejaban ejercer su oficio con entera libertad.

    Mas y Roque Guinart 

    Artur Mas se ha considerado objeto de una “caza mayor”, y ha sugerido que en una Cataluña independiente, esto no pasaría. ¿Se considera un continuador, un digno heredero de Roque Guinart? Ello sería no solo compatible con haberse declarado hijo político de Jordi Pujol, sino que encajaría a la perfección, atendiendo a las habilidades extractivas del patriarca del nacionalismo y su nutrida prole.

    No conozco una reclamación de la catalanidad de Albert (pronúnciese como Artur, aguda) Einstein

    Pero los paralelismos no se limitan a los bandoleros del XVII, sino que se extienden a sus víctimas. Y es así que, conformándose Guinart con cobrar un módico peaje a unos capitanes de infantería, una dama y unos peregrinos que había asaltado camino de Barcelona, estos se deshacen en muestras de agradecimiento, llegando incluso la dama, esposa de un alto cargo, a querer arrojarse del coche para besarle los pies al ladrón.

    ¿Cómo no reconocer la actitud de los gobiernos de España durante años, respecto al nacionalismo catalán? Mientras este mantuvo en hibernación sus amenazas separatistas, el patriarca llegó a merecer portada de ABC como ”español del año”; desde entonces se corrió un tupido velo sobre el caso Banca Catalana y casi todo lo que vino después, hasta la detención del tesorero de CDC la semana pasada.

    La historia catalana

    Pero la oligarquía política catalana ya no se conforma con unos simples peajes. Ahora lo quiere todo, todo y todo, como en el anuncio de una aseguradora. Ni siquiera se priva de reclamar la catalanidad de Cristòfor Colom (así aparece oficialmente en los callejeros de Cataluña) y hasta del propio Miguel de Cervantes, perdón, Joan Miquel Servent (busquen en Google, si creen que bromeo). Por ahora, no conozco una reclamación de la catalanidad de Albert (pronúnciese como Artur, aguda) Einstein, a la espera de que aparezca algún borrador en catalán de la Teoría de la Relatividad.

    Inciso: he dicho oligarquía con intención, pues no de otra forma puede considerarse a una clase política cuyos miembros poseen, en más del 70 %, apellidos de origen regional, mientras que en el total de la poblacion catalana la proporción de apellidos típicamente españoles, como García, Martínez, López y otros supera el 60 %. (Véase el revelador estudio de Alejandro Macarrón, Características demográficas de Cataluña y el País Vasco, editado por Alianza de los Demócratas y los Liberales por Europa.) Fin del inciso.

    Los fanáticos no han conseguido que el castellano sea desplazado en la calle

    El nacionalismo ahora reclama no sólo el botín económico, sino el institucional. Después de la educación, la sanidad, la policía y los medios de comunicación públicos y no pocos privados, ya sólo le queda la Justicia y el Ejército. Sobre lo segundo suelen ser discretos, porque todavía no ha llegado el momento, pero sobre lo primero llevan tiempo sin disimular sus inclinaciones, más propias de un régimen bolivariano asesorado por Pablo Iglesias e Íñigo Errejon que de un Estado de Derecho europeo.

    «Som una nació»

    Recuerdo, hace más de treinta años, las primeras grandes pintadas que aparecieron con el lema “Som una nació”. Por entonces esta afirmación nos parecía, a casi todos, un lema paradójico y extravagante.

    Al principio, incluso nos chirriaba cuando Pujol se refería a la comunidad autónoma como “el país”. Uno de los volúmenes de las obras completas de Josep Pla se titula precisamente “El meu país”, pero cabe notar que se refiere, sin ánimos secesionistas que sepamos, al Ampurdán.

    La inmensa mayoría de catalanes creíamos que la única nación era España, y difícilmente hubiéramos imaginado que, tres décadas después, habría tantos que lo verían de otra forma.

    Zapatero fue el inicio

    Pero no debemos caer en el fatalismo. Incluso con el dominio absoluto de la educación, la inmersión lingüística y la propaganda masiva y constante de TV3, los fanáticos no han conseguido que el castellano sea desplazado en la calle, en el trabajo o ni siquiera en el patio de recreo de los colegios, y no digamos ya en los hogares.

    Que el nacionalismo se haya echado al monte en los últimos años no es consecuencia de un proceso inevitable, sino algo que debemos agradecer, fundamentalmente, al ínclito Zapatero, aquel que dijo que aceptaría el Estatuto que viniera de Cataluña, el mismo que consideró que la nación es un concepto discutido y discutible (refiriéndose a la española, no vayan a creer) y el mismo que tuvo la ocurrencia de desnacionalizar el Instituto Nacional de Meteorología, ahora una agencia “estatal”.

    Bien es cierto que Cataluña carece de la menor posibilidad de separarse de España sin el reconocimiento de la ONU y la UE, reconocimiento que jamás se producirá. Pero sí tiene la posibilidad de hacer como que se independiza, con efectos no menos catastróficos, para la economía y la convivencia, que una independencia real.

    Una Cataluña en manos de los Roque Guinart de CDC y los trabucaires de la CUP. Interesante escenario para una novela distópica, siempre y cuando se quedara en eso, en novela.

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    Barcelona, 1967. Escritor vocacional y agente comercial de profesión. Autor de Contra la izquierda (Unión Editorial, 2012) y de numerosos artículos en medios digitales. Participó durante varios años en las tertulias políticas de las tardes de COPE Tarragona. Es creador de los blogs Archipiélago Duda y Cero en progresismo, ambos agregados a Red Liberal.