Marine Le Pen ha completado una de las operaciones políticas más importantes de la Europa Contemporánea. Ha heredado el partido político de su padre, el Frente Nacional. Ha eliminado o rebajado sus venenosas esencias (antisemitismo, racismo, simpatía por la combinación de nacionalismo y socialismo…), ha dejado atrás sus referentes históricos y ha creado un partido nuevo, con referencias políticas de plena actualidad.
De camino, Marine ha cumplido con la tarea freudiana de matar al padre. No físicamente, vive Dios, pues el hombre sigue dando guerra a sus 89 años. Pero lo ha expulsado de su propio partido, lo ha descompuesto y recompuesto de nuevo, y finalmente le ha cambiado su nombre. Ya no es un frente, es una reunión. Reunión Nacional; Rassemblement National, si lo van a pronunciar bien.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraNo es un cambio muy profundo, verdad es. Dejar atrás el frentismo sugiere abandonar el proyecto de echar abajo al sistema político francés. Ahora es una reunión, un acto político legítimo y popular, que encaja, o busca encajar, en el sistema actual. Marine no ha ido más lejos y quizá debería haberlo hecho.
«El sistema político francés, y adelanto que es mi preferido, tiene como una de sus características que es eficacísimo a la hora de expulsar a formaciones políticas indeseadas por la mayoría de los ciudadanos»
Si hubiese optado por una Reunión Popular habría limado aún más su pasado; habría lanzado un mensaje más integrador y habría apelado a la existencia de una parte del pueblo francés, no desdeñable, que no está representada en las instituciones republicanas, pero que es tan popular, tan democrática en el sentido real, como el resto. Pero el FN (o RN) y el escorpión son lo que son y no vamos nosotros a cambiarles más de lo que ya ha hecho Marine Le Pen.
A Le Pen le ha faltado arrojo para dar ese paso, y eso que una conocida política francesa ha pronunciado exactamente las razones por las que debería haber llamado a su partido Reunión Popular. Esa política es, claro está, ella misma, que en la convención en Lille en la que operó el cambio de nombre dijo: “Porque siempre ha estado en el corazón de nuestro proyecto el respeto a la gente y a su voto. Y el referéndum. Porque luchamos en las elecciones presidenciales bajo el lema ‘en nombre del pueblo’”.
¿Qué hay detrás de estas palabras? El sistema político francés, y adelanto que es mi preferido, tiene como una de sus características que es eficacísimo a la hora de expulsar a formaciones políticas indeseadas por la mayoría de los ciudadanos. Ha sido el caso, durante décadas, del Frente Nacional francés. El sistema de elección uninominal a dos vueltas, unido al “pacto republicano” según el cual cualquier rival del FN en la segunda vuelta recibirá los votos del resto, ha dejado fuera del sistema al partido xenófobo.
«El éxito de Marine Le Pen ha sido indudable. Se convirtió por derecho propio en la alternativa a la candidatura de Macron, contra la que perdió, eso sí, miserablemente»
Por otro lado, los partidos del sistema se han protegido sobre un conjunto de ideas que cada vez son menos comúnmente aceptadas. Como la de que la inmigración no tiene aparejada ningún mal a la sociedad. O que la laicidad del Estado es para cristianos y no para musulmanes. Ideas que pueden ser ciertas, o no, pero que tienen una efectividad total, a pesar de que no son compartidas por una clara mayoría, o por una mayoría a secas. Por eso la llamada “derecha identitaria” europea tiene un gusto evidente por los referendum, porque recogen la voluntad mayoritaria sin que intervenga el sistema político. Y por eso la Reunión Nacional estaría mejor servida si fuera Popular.
Da igual. En el fondo, toda la Francia que lo desea, sabe qué propone Marine Le Pen. Un nuevo nacionalismo refractario a los dictados de la Unión Europea y que sostiene un nacionalismo económico trumpiano, con fronteras más difíciles de cruzar para los ciudadanos y los bienes foráneos. Sabe que define perfiles más nítidos al pronombre personal “nosotros”, que son más culturales que raciales. Y que dejan fuera a la importante comunidad musulmana, a la que se señala como una amenaza cultural y también vital, por la incidencia del terrorismo, y por el retroceso del Estado en ciertas áreas.
El éxito de Marine Le Pen ha sido indudable. Se convirtió por derecho propio en la alternativa a la candidatura de Macron, contra la que perdió, eso sí, miserablemente. El suyo es ya uno de los primeros partidos de Francia, y en alguna elección ha recibido uno de cada tres votos. Su éxito ha sido tal que le ha salido un competidor. Su ex número dos, Florian Philippot, ha creado Los Patriotas, que es una formación indistinguible del nuevo RN, excepto por el hecho de que Le Pen abandona el proyecto del Frexit, mientras que la salida de la UE es la gran apuesta de los patriotas de Philippot. Le Pen tiene la suerte de que a la nueva formación le apoya Nigel Farage, lo que casi le asegura un fracaso rotundo.
Más éxitos para Le Pen. Su mensaje cala tan hondo en la población francesa, incluso en la que sigue aferrada a la idea de no votar nada que se asocie a esa familia, que los partidos que forman parte del stablishment lo adoptan de forma más o menos descarada. El presidente Macron promueve una ley que criminaliza cruzar las fronteras ilegalmente, y facilita la deportación de inmigrantes en situación irregular. Marine Le Pen jamás será presidenta de Francia. Pero eso no quiere decir que sus posiciones políticas vayan a fracasar con ella; todo lo contrario.