Mauricio Macri, un cambio de época

    Argentina ahora está ante el fin de la era bolivariana y el inicio de una nueva ola política. A ver hasta dónde nos lleva.

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    Mauricio Macri en su comparecencia ante la Prensa, sobre los papeles de Panamá. (Fotografía: David Fernández / EFE)

    El adanismo de Apple se cuela en el análisis político cuando se oyen decir cosas como “la historia de (coloque aquí su país favorito) ha vuelto a cambiar de nuevo”. Como si la historia no fuera otra cosa que cambio. Pero es cierto que alguno de esos giros políticos o sociales tienen más calado que el habitual, incluso en el curso pautado de las elecciones democráticas. Es lo que ha ocurrido recientemente en Argentina, de la mano de Mauricio Macri y su plataforma llamada… Cambiemos. Otra moda.

    Macri, claro está, es el presidente de Argentina. Las últimas elecciones eran legislativas, y han acabado por despejar el camino a las reformas económicas. El argentino es un sistema que se parece al estadounidense. También hay elecciones cada dos años, y también se renueva un tercio del Senado.

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    El partido de Macri avanza, en ocasiones hasta vencer, en feudos difícilmente expugnables del peronismo

    Pero a diferencia de lo que ocurre en los Estados Unidos, la Cámara Baja no se renueva por completo, sino por mitades. Así, el 22 de octubre se eligieron 127 de los  257 diputados y 24 de los 72 senadores. Tras los comicios, Cambiemos logra controlar 109 congresistas, 19 más que antes. En el resto, controla 73 el Partido Justicialista, plataforma del peronismo, 30 de Unidad Ciudadana, propiedad de los Kirchner, y 19 el peronismo de centro derecha del país. En el Senado, Cambiemos obtiene 9 asientos más, pero todavía son menos (26 frente a 28) que los que militan en el peronismo oficial.

    Pero el cambio va más allá del recuento de votos la asignación automática de escaños, y es que el partido de Macri avanza, en ocasiones hasta vencer, en feudos difícilmente expugnables del peronismo, como La Rioja o Salta.

    Y la provincia de Buenos Aires, en la que vive uno de cada tres argentinos, y en la que Cristina Fernández de Kirchner se presentaba como candidata al senado, también ha ganado Cambiemos, con más de la mitad de los votos. La formación de Macri ha vencido en las cinco provincias más pobladas (la capital más Ciudad Autónoma, Córdoba, Mendoza y Santa Fe), lo que no lograba ningún líder político desde Raúl Alfonsín, en 1983. Y entonces el país acababa de salir de una dictadura.

    Macri le ha dado la vuelta a la política de subvención masiva, gasto público, proteccionismo y desvío de renta y riqueza a los apoyos políticos y a la propia familia, que es la marca de la casa de los Kirchner. Todo, se entiende, en nombre de los pobres en Argentina.

    Ha liberalizado el comercio exterior, en un intento de volver a reconectar la economía americana al mundo. Ha logrado que de nuevo haya inversores foráneos en la deuda nacional, unos títulos que no deberían salir de una mesa en cualquier casino de Las Vegas o Atlantic City. También ha eliminado los controles de precios dentro del país. Ha levantado las subvenciones al consumo de energía, pero no ha tocado los programas de asistencia, quizá porque no se ve con apoyo político suficiente.

    El presidente anunció que, si ampliaba su apoyo en el Congreso, aceleraría las reformas. Necesita poner coto al crecimiento del gasto público, y cerrar el agujero fiscal, pues si lo mantiene no va a encontrar financiación. Pero por otro lado necesita rebajar la carga fiscal al sector privado para revivir la economía del país. Se trata de un problema habitual, que tiene como única solución cortar el gasto más improductivo, pero que suele encontrarse con una lógica resistencia por sus benefactores. También necesita reformar el anquilosado mercado de trabajo, y los mercados de capital.

    Macri no pertenece a la hidra peronista, y ahí está gobernando el país. Algo impensable hace unos años.

    Pero el cambio va más allá de la lucha entre las reformas y la reacción, encarnada hoy por la izquierda. Por un lado, él ha demostrado que se puede gobernar el país fuera del peronismo. Desde el espadón demagogo, el país se ha regido por distintos sectores del peronismo, desde la extrema izquierda a la derecha, sin olvidar la ideología que enamoró al general, que es el fascismo. Mauricio Macri no pertenece a la hidra peronista, y ahí está gobernando el país. Algo impensable hace unos años.

    Por otro lado, Macri sabe que, para sobrevivir políticamente, necesita luchar contra el narcotráfico. El comercio de estupefacientes, de cocaína principalmente, une al bloque bolivariano en una comunidad de intereses, personales, con una cobertura ideológica progresista.

    Venezuela ya no es un Estado, es un acuerdo de no agresión entre distintos grupos narcotraficantes. Evo Morales es algo más que un líder cocalero. La droga sostiene a la vieja dictadura cubana. La lucha contra el narcotráfico en Argentina es, para Macri, una cuestión de supervivencia. Si el país se convierte en otra república cocalera, es el fin.

    Pero ahora estamos ante el fin de la era bolivariana y el inicio de una nueva ola política. A ver hasta dónde nos lleva.

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    José Carlos Rodríguez es periodista. Forma parte del equipo de ProducciONE, pero en otra vida ha sido redactor jefe de Internacional de La Gaceta, y ha trabajado en la prensa digital en medios como Factual.es, elimparcial.es y libertaddigital.com. También ha colaborado con el semanario Alba, Expresión Económica, La Ilustración Liberal, La Gaceta de los Negocios o la agencia APIE, entre otros.