Daniel Ortega vive las horas más duras de su segunda dictadura. La primera la recordamos muy bien: gobernó entre 1979 y 1990. Líder del Movimiento Sandinista por la Liberación, Ortega había pasado por la Universidad de la Amistad de los Pueblos, en Moscú, y que no es nada de eso: ni Universidad ni, por supuesto, para ninguna relación con los pueblos que no fuera el sometimiento a la URSS.
Ortega perdió las elecciones frente a la oposición, liderada por Violeta Chamorro, y da la impresión de que cuando volvió a ganar las elecciones en 2006 lo hizo con el convencimiento de que no volvería a cometer un error que le obligase a abandonar de nuevo el poder. Una vez, pase, pero no dos.
Cuba demuestra que la comunidad internacional, sea lo que ello fuere, transige con una dictadura. Pero resulta más prometedor el ejemplo de Putin: su modelo político consiste en mantener el cascarón democrático, pero vaciarlo de contenido. Concentrar todo el poder, respetar a los grandes empresarios a cambio de que contribuyan al mantenimiento del régimen, y autoperpetuarse en el poder, por medio de un teatro democrático. Y robar a espuertas, por descontado.
Daniel Ortega controla el 80% de la Asamblea Nacional, toda la judicatura es suya y de sus siete hijos, todos los resortes del poder, desde el Ejército a la televisión pública
Eso, exactamente eso, es lo que ha hecho Daniel Ortega. Controla el 80 por ciento de la Asamblea Nacional, toda la judicatura es suya y de sus siete hijos, todos los resortes del poder, desde el Ejército a la televisión pública. Es un sistema político soñado por Pablo Iglesias. No le falta nada. Ni la vía erótico-filial al poder: la número dos del régimen es la mujer de Ortega, Rosario Murillo. Murillo, por cierto, es conocida por respetar la ciencia en la misma medida en la política, donde defiende el socialismo, y fuera de ella, donde practica la brujería.
Construir una democracia transformadora y de progreso, en la que la gente sea la que mande, pasa por realizar operaciones políticas arriesgadas. En las últimas elecciones, por ejemplo, el gobierno de Ortega, por medio del Tribunal Electoral, le quitó los escaños al Partido Liberal Independiente y se los otorgó a los sandinistas.
Pero más allá de estas labores de mantenimiento, hoy diríamos de regeneración democrática, el sistema parecía funcionar. Nicaragua es un país seguro, y la propia estabilidad de la autocracia sandinista hace que sea un país receptor de inversiones foráneas. Es cierto que, como no es una economía liberal, las oportunidades no son para todo el mundo y sólo los cercanos al clan de Ortega pueden prosperar. Y que ello genera una sorda indignación por parte de muchos nicaragüenses. Indignación, sí, pero sin consecuencias políticas.
Hasta ahora. El sistema de pensiones está a punto de quebrar. En lugar de hacer con años de antelación y con cambios paulatinos pero inexorables, Ortega ha tirado por la calle de enmedio: exige grandes contribuciones a las empresas, una medida bolivariana como la de Rajoy en España pero más ambiciosa, una mayor aportación de los trabajadores al sistema, un impuesto a los jubilados (una forma de rebajarles la pensión a lo bestia), y una rebaja de las pensiones futuras. Y lo poco que hay de sociedad civil en el país, comenzando, cómo no, por universitarios y mayores, salió a la calle para protestar.
El régimen ha respondido con una atroz represión, que ha creado una espiral de protestas y de violencia que se ha saldado con decenas de muertos
El régimen ha respondido con una atroz represión, que ha creado una espiral de protestas y de violencia que se ha saldado con decenas de muertos. El socialismo siempre, siempre, acaba en muertes violentas. Ahora que la careta demócrata se ha quebrado, será más difícil disimular que Nicaragua es una dictadura.
Y ahora viene lo duro: ¿cómo salir de una situación así? Todos proponen el camino venezolano: llamamos «diferencias» entre partes a la posición de opresores y oprimidos, y proponemos el «diálogo». Un diálogo que nunca pasa por obligar al tirano a abandonar el poder y que, por el contrario lo legitima y le da tiempo para rearmarse.
Le auguro larga vida a la cleptocracia progresista de Daniel Ortega.
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