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No es Houellebecq, sino Mahfuz contra la nada

El Premio Nobel,Naguib Mahfuz, pasó sus últimos años de vida protegido por la policía.

Hace unas semanas comentaba en este foro mi interpretación de la novela distópica Sumisión, de Michel Houellebecq, que imaginaba una Francia gobernada por un partido islamista.

Los ataques terroristas de París han devueltoa Houellebecq a los titulares, con el argumento de que supo adelantarse a los acontecimientos, como si los atentados replicaran los pasos de los integristas por hacerse con el poder. Aprovecho para refutar de nuevo.

Para empezar, Sumisión no habla en realidad del peligro del islam, sino del tema preferido (prácticamente el único) de Houellebecq: él mismo. Lo que tiene su valor, tanto literario como sociológico, en cuanto el personaje que se ha forjado en todos estos años cristaliza el arquetipo de la Francia progre aburguesada y carente de valores, decadente hasta la náusea, perdida sin una brújula moral ni horizontes vitales.

Un país que, según Houellebecq, podría caer en las garras tanto del islamismo como de cualquier otro ismo con un poco de garra.

La vileza extrema de los terroristas no era el vehículo para la pesadilla de dominación islámica inventada por Houellebecq. Al contrario, el camino lo pavimentaba la inanidad de una sociedad anestesiada por una postmodernidad pegajosa en su glamour de cartón piedra.

El islamismo llega al poder por las urnas a través de hábiles juegos políticos

De hecho, en la novela el islamismo llega al poder por las urnas a través de hábiles juegos políticos. Pero hete aquí que, ante una agresión tan desalmada como la del viernes pasado, Francia ha demostrado estar viva. Solo necesitaba despertar. Así lo prueba la Marsellesa cantada a voz en cuello de forma unánime (¡qué envidia!) contra quienes cuestionan su forma de vida con la única arma de la violencia.

Personalmente creo que el fractal literario de lo que acaba de pasar en París enfrenta más bien a dos bandos en los que Houellebecq y la política pintan poco: les da vida es algo más profundo.

En uno de los bandos militan narradores como Naguib Mahfuz, un autor que me trae recuerdos de El Cairo antes de estar en El Cairo, en mi juventud anterior a los viajes físicos, en la que mi imaginación lectora, sin embargo, despegaba fácil del suelo, seducida por los aromas de sugerencia infinita del bazar de Al Jalili.

Premio Nobel de 1988, Mahfuz murió en 2006 a los 95 años. Su obra más conocida es El callejón de los milagros, magistral fresco de la épica sencilla protagonizada por gente de barrio, humildes héroes que merecen una historia grande como la vida. Pero también destacan novelas como Café Karnak, El café de Qushtumar, encarnaciones de cafés entrañables, propiciadores de largos diálogos, poblado de parroquianos que armonizan sus complejidades desde un lenguaje pausado y comprensivo, más complejo, hermoso y definitivo que cualquier pistola. Pura vida.

El Cairo lleva años infectado por la enfermedad del fanatismo

Sin embargo, El Cairo, como tantas ciudades de Oriente Medio, llevan muchos (demasiados) años infectados por la enfermedad del fanatismo. El inmenso pelotón de personas hermosas que describe Mahfuz, normalmente fuera de foco, queda más opacado aún por el protagonismo de los pocos, en comparación, que asesinan en nombre de Dios.

En 1994, siendo ya un anciano de 83 años, un extremista islámico acuchilló a Mahfuz cuando se disponía a entrar en su casa. Su pecado, seguir viviendo en las amadas calles de su ciudad. Viviendo en el más pleno sentido de la palabra: desplegando una narrativa honesta y clara, que se salía de la ortodoxia literaria del otro bando del debate que nos ocupa.

El otro bando, el enemigo de Mahfuz, esgrime un solo libro, el Corán, torticeramente (mal) interpretado según los intereses fanáticos de egos insatisfechos, inasequibles al diálogo, acomplejados por su insignificancia moral.Cualquier historia es una amenaza para el fanático. La diversidad de la vida misma resulta disolvente para su mundo estrecho. El único argumento, la nada. La muerte.

Ese es el debate. Y los que sembraron el terror en París no ganarán. No pueden hacerlo. Porque la literatura no morirá jamás.

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