No me gusta España (por eso quiero ser presidente)

    Pablo Iglesias quiere ser presidente de un país del que reniega, tanto por su nombre como por su bandera.

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    El secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, durante su participación en un acto de campaña de la candidatura Catalunya Sí que es Pot. EFE/ Andreu Dalmau
    El secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, durante su participación en un acto de campaña de la candidatura Catalunya Sí que es Pot/Fuente:Efe.

    Siempre he creído que el peor enemigo de Pablo Iglesias es la hemeroteca. Cuando era un perfecto desconocido, el líder de Podemos se desmelenaba cada vez que arengaba a sus contadísimos fieles de “La tuerka”. Ahí era Iglesias en estado puro: estalinista, comunista y confeso admirador de Chávez y los Castro. Nada que objetar: cada uno puede derretirse en amores hacia quien le venga en gana. Después llegó la fama y, con ella, el líder de Podemos suavizó el mensaje, almibaró la voz y hasta soltó alguna que otra lágrima en sus mítines. Donde dije digo digo Diego.

    Pero, como les decía al principio, la hemeroteca es traicionera. Todos vimos el vídeo de Iglesias en una herriko taberna disfrutando de la buena compañía de batasunos y defensores del tiro en la nuca, mientras les comentaba aquello de que la ETA y la izquierda abertzale habían sido los únicos que entendieron los límites de la recién estrenada democracia española. Ahora circula otra grabación en la que el profesor universitario confesaba que “no puedo decir España, no puedo usar la bandera rojigualda. Yo puedo decir que soy un patriota de la democracia”.

    Algunas personas creen que La Sexta da información.

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    Debe ser un suplicio ser el dirigente de una nación de la que no te gusta ni el nombre

    Aparte de la cursilería del final, no deja de ser sorprendente el ahínco de Pablo Iglesias por llegar a presidente de España cuando tiene tantas dificultades para pronunciar “España”. Debe ser un suplicio convertirse en el dirigente de un país del que no te gusta ni el nombre. “Hola, buenas tardes, soy el presidente ‘deste país», va a ser su saludo en caso de que ocupe La Moncloa.

    A mí no me interesa en absoluto el cricket. Tampoco dedico un solo minuto de mi tiempo a la defensa del urogallo cantábrico. Mi preocupación por los bailes folclóricos de Tucumán roza la nada. La órbita del satélite Ganímedes alrededor de Júpiter jamás me ha logrado quitar el sueño, por más que lo he intentado, y moriré en paz sin llegar a saber quién manejaba la barca de Remedios Amaya que nos llevó a la última posición del festival de Eurovisión de 1983.

    Seguro que hay gente a la que le interesan muchísimo estos temas, pero, lamentándolo una barbaridad, a mí no. Por eso, si el día de mañana me postulase como presidente de la federación española de cricket, o me vieran con una pancarta defendiendo el ave gallinácea o enfundado con el traje típico tucumano, hagan el favor de desconfiar de mí.

    No se puede ser presidente de un país del que no te gusta su bandera, como le pasa a Pablo Iglesias

    No se puede ser presidente de un país del que no te gusta su nombre ni su bandera. No se puede ser presidente de un país si no se tiene clara su unidad como nación. No se puede, en definitiva, dirigir España cuando no te gusta casi nada de su historia.

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