Lo vi hace unos días en las noticias. Una profesora universitaria de Barcelona, transexual ella, pedía a sus alumnos que la llamasen por su nuevo nombre, David, creo recordar. El rector de la institución se apresuró a salir al paso para decir que sí, que lo que ella –o él- quisiera, que la llamarían por su nuevo nombre y que aquí paz y después gloria.
Luego soltó las consignas de rigor para dejar claro que él estaba alineado con lo políticamente correcto y disertó brevemente sobre los tres o cuatro manidos tópicos de tolerancia, respeto, libertad y lo modernos que somos.
A continuación, el periodista entrevistó a varios alumnos, que hicieron gala de estar también perfectamente adoctrinados en el rodillo del pensamiento único (ése contra el que, precisamente los jovenes, deberían estar más en desacuerdo por su condición de jovenes e inconformistas) y se mostraron encantados y en total connivencia con su profesor.
“Ya está bien –sentenció una de ellos- de que las viejas ideas nos impongan lo que tenemos que creer. Vivimos en el siglo XXI, con una forma de pensar diferente, y estamos de acuerdo con que cada uno escoja su sexo”. Atención al tema de la elección de sexo, porque va a seguir trayendo cola en los próximos tiempos.
«No existe una ‘idea vieja’ o ‘nueva’. Habrá, en todo caso, ideas que son verdad y otras que no lo son»
Hay zapatos nuevos y otros pasados de moda. Los televisores gordos de toda la vida quedaron desfasados hace ya varios años y en la actualidad se llevan los que son más finos que un dedo. Las hombreras quedaban muy bien en los 80, pero ahora nos ruborizamos cuando vemos fotos de esa época. Pablo Iglesias habla de “nueva política” pero sus postulados comunistas son más viejos que la tos.
Las cosas se pueden separar en nuevas o viejas, pero no tengo claro es esa misma clasificación se pueda aplicar a las ideas. No existe una “idea vieja” o “nueva”. Habrá, en todo caso, ideas que son verdad y otras que no lo son. ¿Qué importancia tiene que un postulado sea modernísimo, si es falso? Y, al revés, ¿qué gaitas importa que esa idea nos parezca viejísima si es verdad?
Pero, en nuestra sociedad de apariencias, lo importante es la novedad, lo último, lo que se estrena, el paquete que abrimos por primera vez aunque su interior se encuentre hueco y vacío.
«Si una profesora suya dice que, a partir de ahora, se siente hombre, lo que seguramente necesite sea ayuda profesional, y no la aprobación y el aplauso de sus alumnos»
Me dan pena esos jovenes obsesionados por estar a la última (o estar en aquello que les han vendido como lo último). Me revuelvo contra esa juventud que no busca la verdad ni por mera curiosidad. Me rebelo contra esos jovenes que tienen su alma contagiada por la lepra del conformismo y de lo políticamente correcto.
Si una profesora suya dice que, a partir de ahora, se siente hombre, lo que seguramente necesite sea ayuda profesional, y no la aprobación y el aplauso de sus alumnos. Si un hijo suyo les dijese que se quiere convertir en mujer, ¿estarían de acuerdo tan rápido con él, o se pararían a pensar un poco más?
Las nuevas generaciones, ¿cómo van a entender esa “belleza siempre antigua y siempre nueva” de la que nos hablaba San Agustín? Vana ilusión, porque seguramente ni siquiera abrirán las obras del santo de Hipona. Es demasiado antiguo. ¿Qué le va a poder aportar un africano del siglo IV a un urbanita del XXI? Al final, como observaba Oscar Wilde, “no hay nada más peligroso que creerse demasiado moderno. Corre uno el riesgo de quedarse súbitamente anticuado”.
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