Vivimos en un mundo globalizado en el que las instituciones supranacionales son cada vez más poderosas y nos marcan el camino del progreso, el camino hacia un futuro global de bienestar y armonía, derechos humanos y solidaridad. Vamos camino de superar las rivalidades de antaño, somos todos ciudadanos del mundo y la gobernanza será también cada vez más global y benéfica.
Es posible que quien lea estas líneas sea un tanto escéptico respecto de este luminoso futuro que ya estamos tocando con los dedos, pero coincidirán conmigo en que el “discurso dominante” va por aquí.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraIncluso los últimos Papas parecen hacer guiños a la idea de un gobierno mundial, una utopía que no resiste la prueba del contraste conla realidad
Porque si uno analiza los logros tanto de la Sociedad de Naciones como de la ONU, el balance es bastante pobre. Pocos logros y muchos fracasos. Intervenciones tardías, avala a tiranías, comportamientos inadecuados, imposición de la cultura de la muerte… parecen caracterizar la labor de Naciones Unidas.
Dudas sobre la «gobernanza benéfica»
Y si en el plano de la realidad no parece que haya muchos motivos para el optimismo, en el plano teórico también surgen muchas dudas acerca de esa pretendida «gobernanza benéfica» que, alejada de todo tipo de rendición de cuentas y de limitaciones institucionales (los famosos checks and balances), no puede más que tender hacia un despotismo, más grave si abarca el mundo entero y no tiene a ningún actor estatal que se le pueda enfrentar.
El problema no se limita a la ONU, sino que se extiende a la totalidad de las organizaciones supranacionales. El último ejemplo lo tenemos en el Tribunal Penal Internacional, que acaba de ver cómo, desde hace unos días es un poco menos internacional. Gambia lo ha abandonado. Lo mismo hizo el año pasado Sudáfrica y el mes pasado Burundi
El origen de esta crisis es la propuesta de incriminar a la Unión Europea por la muerte en el mar Mediterráneo de africanos que intentaban llegar a Europa en patera. El Tribunal desestimó la propuesta y el presidente gambiano Yahya Jammeh ha declarado que era la gota que colmaba el vaso y que su país abandonaba el popularmente conocido como Tribunal de La Haya. ¿Sus argumentos? Es un tribunal de blancos, que persigue y humilla a los negros y mira hacia otro lado cuando los culpables son blancos.
En palabras del portavoz del gobierno gambiano, Sheriff Bojang, “desde su creación muchos países occidentales, al menos 30, han cometido atroces crímenes de guerra contra estados soberanos independientes y contra sus habitantes y ni un solo criminal de guerra occidental ha sido procesado”. Palabras duras que tienen algo de verdad, aunque tampoco pueden ocultar los desmanes que muchos gobiernos africanos han cometido y siguen cometiendo.
El Tribunal de la Haya es ineficiente
El Tribunal de La Haya fue saludado en su día como un suceso histórico que iba a cambiar la historia de la humanidad. “Será muy valioso para prevenir los crímenes de guerra y contra la humanidad”, declaró el presidente de la Conferencia ONU para la institución del Tribunal en 2002; “es un recurso seguro y eficaz para las víctimas de las violaciones más graves”, sostenía el Alto Comisario de Naciones Unidas para los Derechos Humanos.
Y sin embargo no ha sido así. El Tribunal de La Haya no ha servido para prevenir los crímenes ni detener los genocidios y su balance roza el ridículo: en catorce años, tres casos actualmente abiertos y seis resueltos con sentencia de absolución (en ocasiones por falta de pruebas).
La Corte ha emitido además cinco órdenes de captura que están aún pendientes de ejecución. Todos los catorce imputados son africanos, de igual modo que lo son nueve de los diez países que el Tribunal investiga (entre ellos el vicepresidente de Gambia, lo cual es probable que haya molestado al presidente que ahora ha dado el portazo). Ah, y un coste de 153 millones de euros sólo en 2016 (hagan el cálculo de por cuánto nos sale cada proceso).
Un panorama nada alentador: los vencedores y poderosos siempre son inocentes, mientras que los derrotados siempre son hallados culpables de todo tipo de atrocidades
Las motivaciones de los países africanos para abandonar el Tribunal Penal Internacional pueden ser poco edificantes (yo así lo creo), pero hay que reconocerles que aciertan cuando denuncian un sesgo. Es cierto que África es escenario de numerosas acciones perseguibles por parte del Tribunal, pero los africanos no tienen la exclusiva.
Al final, lo que resulta es que eso del gobierno o de la jurisdicción mundial no existe; sería más apropiado hablar del deseo de algunos estados y grupos de presión muy concretos de imponer su diktat en todo el mundo, aplicando una vara de medir muy diferente según sus intereses. ¿Alguien se puede extrañar del sesgo a favor de los intereses de los poderosos?
Sólo ha existido una instancia de arbitraje internacional realmente neutral, independiente y con autoridad reconocida, es más, realmente interesada en el beneficio de todas las partes litigantes. Se llamaba Papado y desde que los poderosos dejaron de reconocer su autoridad moral los conflictos en el mundo no han dejado de crecer.