El PCE: de la reconciliación a la guerra civil

    El PCE de la Transición enviaba a sus matones a retirar de sus manifestaciones las banderas tricolores. Hoy los sucesores de los viejos comunistas se han hecho hasta camisetas de fútbol con el morado. ¡Cuánta agua ha pasado bajo este puente!

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    Palo Iglesias y Santiago Carrillo
    Palo Iglesias y Santiago Carrillo

    Los viejos progres tienen pesadillas con los Le Pen, desde hace muchos años, desde que el socialista François Mitterrand jugó al aprendiz de brujo y le abrió la televisión pública. Hace más tiempo, ese tipo de pesadillas las tenían las beatas con los rojos.

    Y la verdad es que el PCE de Santiago Carrillo y Dolores Ibárruri daba miedo, porque en él era habitual la violencia no sólo contra “los enemigos de la clase obrera”, sino, también, contra los propios camaradas. Carrillo mandó a numerosos sicarios al interior de España con la misión de asesinar a camaradas desobedientes y Pasionaria solía añadir la calumnia sobre los asesinados, acusándoles de delatores. Así lo reconoció Carrillo en 2005.

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    “Incluso, en algún caso, yo he tenido que eliminar a alguna persona, eso es cierto; pero no he tenido nunca problemas de conciencia, era una cuestión de supervivencia”

    Uno de esos asesinos del PCE, Cristino García, fusilado en 1946 por el asesinato de su camarada Gabriel Trilla y Alberto Pera, tiene calle en Alcalá de Henares y París.

    Antes de que acabase la Segunda Guerra Mundial, el PCE montó en octubre de 1944 la invasión de España a través del Valle de Arán, que concluyó en derrota; el maquis también fracasó y acabó en bandidaje; y los vencedores de la guerra se negaron a intervenir para derrocar el general Franco; ni Stalin reconoció al Gobierno republicano en el exilio.

    Después de tantos fracasos, el PCE optó por alternar el palo y la zanahoria. En vísperas del vigésimo aniversario del estallido de la guerra civil, en junio de 1956 presentó su declaración por la “reconciliación nacional” (nacional, no estatal), sin abjurar de sus planes de terminar con el franquismo por la vía violenta.

    El PCE jugaba a todas las cartas y usaba la estructura de la Iglesia, protegida por el Concordato, para encubrir sus actividades

    En los años 60, con motivo del paradigma ‘buenista’ introducido en la Iglesia católica por el Concilio Vaticano II, el eslogan de la reconciliación caló entre muchos católicos.

    Sin embargo, el PCE jugaba a todas las cartas y usaba la estructura de la Iglesia, protegida por el Concordato, para encubrir sus actividades. Así, era capaz de condenar la invasión de Checoslovaquia por el Pacto de Varsovia, fundar el sindicato Comisiones Obreras, que se infiltró en los Sindicatos Verticales del franquismo, y mantener la subversión.

    Carrillo, responsable de la matanza de Paracuellos del Jarama (más de 4.500 asesinados en unos días) prosiguió sus purgas. En 1963, envió a España a Julián Grimau, condenado a muerte en ausencia por sus crímenes cometidos como jefe de una cheka en Barcelona. Semejante imprudencia trajo como consecuencia su detención por la Policía, quizás delatado por el PCE, y su ejecución.

    En los últimos años de Franco, su heredero, el príncipe Juan Carlos, se puso en contacto con él a través de hombres de su confianza como Manuel Prado y Colón de Carvajal y el general Díez Alegría. Uno de los escenarios fue la espantosa Rumanía de los Ceaucescu.

    Quienes iban a realizar la Transición dieron a Carrillo garantías de que se iba a legalizar el PCE. El asturiano seguía metiendo miedo a los españoles. En 1974 aseguró que Juan Carlos, en caso de ser proclamado, sería conocido como el Breve, pues le derrocarían o los demócratas (o sea, los comunistas) o los franquistas.

    Para suavizar su historia siniestra, el PCE aceptó aliarse en la Junta Democrática (julio de 1974) con personajes sin partido como José Vidal Beneyto, Raúl Calvo Serer, Antonio García Trevijano y Hugo de Borbón.

    Una vez muerto Franco y proclamado Juan Carlos, éste empezó a dirigir a España hacia el pluralismo político. Manuel Fraga, vicepresidente del Gobierno, declaró en junio de 1976 que el PCE sería legalizado. Paradójicamente, el nuevo presidente del Gobierno, el falangista Adolfo Suárez (julio de 1976) prometió a la cúpula militar que el PCE no sería admitido en el juego político.

    Carrillo no tenía causas pendientes por la guerra, pues en 1969 Franco había declarado prescritas todas las responsabilidades

    En diciembre, Carrillo entró en España y se dejó detener. No tenía causas pendientes por la guerra, pues en 1969 Franco había declarado prescritas todas las responsabilidades penales por los delitos cometidos en la guerra. El Gobierno, en vez de expulsarle, le dio un pasaporte y le permitió permanecer en España.

    Entre los adversos a la legalización de los comunistas, que seguían financiados por Moscú, los dirigía una cúpula proveniente de la guerra civil y no se había arrepentido de sus muchos delitos, estaba el PSOE de Felipe González y Alfonso Guerra.

    Éstos contaban con el apoyo de Estados Unidos y del Gobierno alemán (presidido por el socialista Willy Brandt, otro colaborador de la CIA), que querían evitar una situación como la que se estaba viviendo en Portugal, miembro de la OTAN, donde la extrema izquierda amenazaba con tomar el poder de manera violenta. El PSOE esperaba captar todo el voto de izquierdas, pero el Gobierno de Suárez desbarató sus planes con la legalización del PCE por sorpresa el Sábado Santo de 1977, cuando casi toda España estaba de vacaciones.

    En las negociaciones secretas entre la cúpula comunista y el Gobierno, éste exigió al PCE que aceptase la bandera rojigualda y la Monarquía y condenase el terrorismo, cosa que Carrillo hizo.

    En esos años, se sorprenderán los jovenes, los servicios de orden del PCE y del PSOE, o sea los matones, vigilaban que no aparecieran banderas rojas ni tricolores en los mítines y las manifestaciones. Y cuando alguien se negaba a entregarlas solía recibir una paliza. ¡Cómo les gusta a los izquierdistas apalear, incluso a sus camaradas!

    Hoy en cambio en toda manifestación, aunque sea para pedir la prohibición de las corridas de toros, la apertura de un hospital o la instalación de un semáforo, aparece el que Antonio Burgos ha llamado el Tonto de la Bandera republicana.

    Los comunistas quedaron terceros, con veinte escaños y 1,7 millones de votos, muy por detrás del PSOE

    El PCE esperaba rentabilizar su organización y el hecho innegable de que fue la única oposición política al franquismo, pero las elecciones de 1977 fueron una ducha de agua fría. Los comunistas quedaron terceros, con veinte escaños y 1,7 millones de votos, muy por detrás del PSOE. Sólo el PSUC, limitado a Cataluña, obtuvo unos resultados destacables: ocho diputados y un 18% de los votos.

    En los años siguientes (incluida la elaboración de la Constitución de 1978), el PCE fue una fuerza moderadora frente a la demagogia del PSOE de González. Entre sus actos destaca la aprobación en las Cortes de la ley de amnistía (1977), la misma que ahora la nueva izquierda quiere derogar como obra de los franquistas.

    Sin embargo, la ley electoral y el pasado de sus dirigentes perjudicaron al PCE. El PSOE, que contaba con el apoyo del Gobierno y del extranjero, era el caballo ganador y hacía él se fueron trasladando los cuadros y votantes comunistas. El trasvase fue imparable a partir de las elecciones locales de 1979, en las que el PCE aprobó formar coaliciones de gobierno con el PSOE en cientos de ayuntamientos.

    En 1982, el PCE quedó reducido a cuatro escaños, Carrillo dimitió y los comunistas trataron de camuflarse a través de una nueva coalición: Izquierda Unida.

    La Transición la hicieron los franquistas. Los tres principales fueron: Juan Carlos de Borbón, heredero de Franco a título de rey; Torcuato Fernández-Miranda, falangista, vicepresidente en el Gobierno de Carrero y presidente de las Cortes; y Adolfo Suárez, ministro-secretario general del Movimiento y presidente del Gobierno. Y salió tan bien que en los años siguientes la izquierda se la quiso atribuir.

    Carrillo se convirtió en un ‘maestro’ y se contaba con él en numerosos actos académicos. Y ni él ni la Pasionaria, fallecida en 1989, en ningún momento se mostraron a favor de buscar fosas de la guerra civil. Quizás porque muchos de esos cadáveres eran de gentes de izquierdas hechas asesinar por ellos en la guerra y la posguerra, como el ‘poumista’ André Nin.

    En los años de Julio Anguita (1989-2000), aunque IU-PCE superó los dos millones de votos en 1996, fracasó el proyecto de superar al PSOE como partido principal de la izquierda española. En 2008 cayó a los dos diputados.

    Sin embargo, la irresponsabilidad de Rodríguez Zapatero rescató a esa izquierda extrema al introducir las consignas y los conceptos elaborados en sus años de derrota, como la ‘memoria histórica’ y la España resultado de la agregación de naciones previas.

    El revanchismo de Zapatero coincidió con el agotamiento del Régimen: planes separatistas, crisis económica, negociación con ETA, inviabilidad del Estado de bienestar, monarquía y partitocracia desprestigiada, corrupción…

    La izquierda, toda la izquierda, que durante años había reivindicado la Transición como obra propia, debida a su generosidad y su sacrificio, ahora abjura de ella. El sector más opuesto al anterior relato de la Transición es el organizado en torno al PCE y a Podemos, que constituye la ultra-izquierda generada por la LOGSE y Twitter.

    En una reciente entrevista, el comunista Alberto Garzón expone la nueva teoría: la Transición fue una traición, en la que la izquierda, por miedo o por torpeza, se sometió a los planes de los franquistas, que, como las serpientes, estaban mudando de piel.

    “El PCE cometió el error de racionalizar su derrota. Sabía que no había conseguido lo que perseguía, pero se autoengañó y engañó a los militantes diciéndoles que la Constitución del 78 era el camino al socialismo. A partir de ahí, el partido adoptó una estrategia conservadora con un deje muy institucionalista y moderó su discurso para competir en las elecciones.”

    En los años 70, era la izquierda la que pedía la amnistía en las calles, no el franquismo

    En la Transición se quiso hacer olvidar que Carrillo mató hasta a sus camaradas. Para ello, el Gobierno de UCD destruyó sumarios de expedientes militares en la Capitanía General de Valencia, con declaraciones de maquis que inculpaban a Carrillo.

    En los años 70, era la izquierda la que pedía la amnistía en las calles, no el franquismo; y fueron diputados de izquierdas, como Marcelino Camacho, quienes pronunciaron discursos más sentidos para defenderla en las Cortes y para declarar canceladas las dos Españas.

    Como la postura de la reconciliación no le ha dado réditos al PCE, ahora sus sucesores, de dentro y de fuera, pretenden que no existió y que hay que regresar a 1940, incluso entre aquellos que tenían muertos por la fe en sus familias y órdenes religiosas.

    “El Partido Comunista de España declara solemnemente estar dispuesto a contribuir sin reservas a la reconciliación nacional de los españoles, a terminar con la división abierta por la guerra civil y mantenida por el general Franco.”

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    Cuando me digo por las mañanas que el periodismo es lo más importante, me entra la risa. Trato de tomarme la vida con buen humor y con ironía, porque tengo motivos para estar muy agradecido. Por eso he escrito un par de libros con mucha guasa: Bokabulario para hablar con nazionalistas baskos, que provocó una interpelación en el Congreso por parte del PNV, y Diccionario para entender a Rodríguez el Progre. Mi último libro es 'Eternamente Franco' (Homo Legens).