El think tank liberal-conservador dedica un duro editorial al errático rumbo ideológico del PP, publicado en su web que titula Un partido sin memoria ni referentes, es un partido sin identidad.
Señala que el rajoyismo ha tirado por la borda el meritorio esfuerzo alcanzado por el PP en la era Aznar y la construcción de un gran partido de centro-derecha. Y añade que lo que prima ahora ya no son las convicciones sino “no tener ideas, gobernar a golpe de tendencia demoscópica y molestar lo menos posible a los adversarios políticos y sus plataformas mediáticas, no vayan a creer que tenemos alguna idea.”
Floridablanca también critica las purgas (mediante la elaboración de las listas) por parte de la actual dirección de los elementos que resultan incómodos, lo que se traduce en “una fuga de talentos” que ha mermado considerablemente la capacidad política del partido
Por su interés reproducimos el artículo:
Este año 2016 se cumplía el vigésimo aniversario de la llegada al gobierno, por primera vez en su historia, del Partido Popular. Lo que para muchos significó la consolidación definitiva de un sistema político estable, basado en la alternancia de dos grandes partidos que compartían el consenso constitucional pero diferían en las ideas y en las políticas públicas, no fue en ningún caso fruto del azar o de la fortuna.
La victoria de 1996 fue el resultado de un ímprobo esfuerzo de integración, consistente en la construcción de un partido de centro-derecha, moderno y abierto, que aglutinara a las distintas familias, hasta entonces dispersas, en un proyecto común frente a un socialismo que por entonces parecía imbatible.
Este proceso no fue fácil, ni fue breve. Fue el liderazgo de José María Aznar el que consiguió impulsarlo, convocando a todos los que se situaban a la derecha de la izquierda a una tarea ilusionante.
El décimo aniversario de Loyola de Palacio ha pasado casi desapercibido y en el linchamiento público de Rita Barberá participaron cargos de la actual directiva
Pues bien, ese mismo año de aniversario silencioso, el que fuera su gran artífice abandona la presidencia de honor del partido, lo que rompe de manera irrevocable la línea de continuidad entre lo que fue el Partido Popular y lo que se ha convertido hoy. ¿Qué es lo que ha pasado?
La dirección del Partido Popular ha renunciado voluntariamente a su propia memoria. La ausencia de celebración de la llegada al gobierno no es sino una prueba más.
Hoy sería casi impensable oír a algún representante del PP reivindicar a Manuel Fraga, porque se ha asumido el relato de la izquierda que nos atribuye un invencible complejo de origen. No importa que fuera él quien llevara a parte de la derecha por el camino de la democracia, ni uno de los siete ponentes de la Constitución más exitosa de nuestra historia; el décimo aniversario de Loyola de Palacio ha pasado casi desapercibido, y en el linchamiento público -injusto y desproporcionado- de Rita Barberá participaron cargos de la actual directiva; por no hablar del legado abandonado de las víctimas de ETA y de lo que éstas representaban.
Ahora Aznar abandona la Presidencia de Honor del partido que él construyó tras una virulenta ola de críticas de sus dirigentes por tratar de salvar la coherencia y la trayectoria del partido cuando ni siquiera él era ya su presidente.
Si la memoria es la fuente de la identidad -para las personas y para las organizaciones-, si la conciencia de la propia historia es un anclaje fundamental sobre el que proyectar nuestra acción futura, ¿sobre qué puede construir su identidad política un partido que rechaza su propia memoria, su propia historia?
No solo los referentes propios han sido condenados al olvido, también los referentes teóricos son despreciados. Hace poco, una conocida dirigente rechazaba expresamente a los autores clásicos del liberalismo por ser cosas “del siglo pasado”.
Lo importante ahora es no tener ideas, gobernar a golpe de tendencia demoscópica y molestar lo menos posible a los adversarios políticos y sus plataformas mediáticas, no vayan a creer que tenemos alguna idea.
El centro no como actitud de moderación sino como espacio vacío de contenido ideológico -comodín tramposo- es lo que parece haberse impuesto. Los liberales fueron invitados a irse. Los conservadores también.
La elaboración de las listas -partido ausente de cualquier tipo de debate interno y de funcionamiento democrático- sirvió para ir purgando a muchos de los que resultaban “incómodos”. El resultado era inevitable. Al progresivo estrechamiento de la base electoral se ha correspondido una fuga de talento que ha hecho mucho daño a la capacidad política del partido, que era extraordinaria.
En definitiva, se ha desandado el camino de integración que llevó al éxito y el PP se ha embarcado en una huida hacia delante que no sabemos dónde terminará. Lo que sí sabemos es que por ése camino no irá ni en favor de la reconstrucción de la casa común del centro-derecha ni de la elaboración de un ideario liberal-conservador centrado en los retos de la sociedad española actual, como hemos venido defendiendo en Floridablanca estos últimos dos años.
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