¿Por qué el Frente Nacional atrae a los electores?

    El autor reflexiona sobre el auge de Marine Le Pen en Francia a pesar de su derrota en las elecciones francesas.

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    Marine Le Pen, líder del Frente Nacional / EFE
    Marine Le Pen, líder del Frente Nacional / EFE

    Los resultados de la primera vuelta de las elecciones regionales francesas dispararon todas las alarmas: el Frente Nacional se había convertido en el partido más votado de Francia. Luego, el todos contra Le Pen de la segunda vuelta ha conseguido dejar al FN sin ningún gobierno regional. Podemos respirar tranquilos… hasta el próximo susto.

    Porque si algo parece claro es que el Frente Nacional ha ampliado su base social y difícilmente se le puede considerar un mero partido de protesta, una reacción ante la crisis o la voz del miedo, como algunos se empeñan en presentarlo.

    Algunas personas creen que La Sexta da información.

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    Con el 45% de los votos en las regiones en las que ha alcanzado mayores apoyos, el Frente Nacional ha conseguido, en el global nacional, el apoyo del 43% de los obreros, del 38% de los empleados y del 30% de los jovenes. Por el contrario, los mayores de 60 años son los que menos apoyan al FN: en ese segmento obtiene solo el 21% de los votos.

    Si en los años 80, explica el politólogo Nicolas Lebourg, el electorado lepenista era burgués y en los años 90 vivió la explosión del apoyo entre las clases populares, que abandonaban el comunismo para decantarse por el FN, en esta década estamos viviendo la generalización del apoyo a Le Pen: ”el voto FN abarca todas las categorías sociales, se ha convertido en un voto nacionalizado”.

    ¿Las causas? Para Lebourg, además de la crisis, existe en la sociedad francesa un profundo malestar y un descontento generalizado hacia las fórmulas políticas predominantes. Cada día son más los franceses que piensan que socialistas y republicanos son intercambiables (¿les resulta familiar?).

    Así, crece cada día el anhelo por una alternativa, que para Lebourg coincide con una mayor petición de autoridad. Por otro lado, la cuestión de la convivencia con el Islam no puede reducirse a un mero problema de miedo al extranjero, sino que plantea retos que no se resuelven con eslóganes sino que implican una profunda crisis cultural y de identidad.

    Pero quizás, para entender mejor qué está sucediendo en Francia, sea bueno detener nuestra mirada en lo que la prensa ha dado en llamar los “nuevos reaccionarios”. Una etiqueta que engloba a personajes de ideas y trayectorias muy diversas y que difícilmente encajan en el concepto clásico de lo que es un reaccionario.

    Éric Zemmour, Michel Houellebecq, Michel Onfray o Alain Finkielkraut son algunos de los nombres más conocidos bajo esta etiqueta. Son brillantes y polémicos, típicos exponentes de esa figura del «intelectual comprometido» tan francesa y su pasado es más bien izquierdista. Son judíos (Zemmour, Finkielkraut), ateos (Onfray) o enfants terribles como Houellebecq, y están hartos de lo políticamente correcto y de la decadencia de su patria.

    Son, me atrevo a poner yo también una etiqueta, neocons a la francesa. Y empleo aquí lo de neoconservador no al estilo de nuestra izquierda, para la que se trata de una palabra de contenido vago que aglutina todo lo malo que uno pueda imaginar, sino al término en su significado estricto, el que le dieron aquellos intelectuales estadounidenses, muchos de ellos judíos y provenientes del trostkismo, que fueron sorprendidos por la realidad y se pasaron a la gran tienda montada por Reagan y Buckley.

    Los «nuevos reaccionarios» franceses son muy críticos con el modo de abordar el problema del Islam en Francia, militan por el retorno a la educación clásica en los liceos franceses, defienden la libertad de expresión frente a las restricciones políticamente correctas, rechazan el legado de Mayo del 68, no se avergüenzan del pasado colonial francés y quieren revitalizar lo que ellos presentan como valores de la Revolución Francesa, en particular el orgullo nacional y una esfera pública laica.

    Pueden ser contradictorios, pero están acaparando el debate público en Francia. Y a pesar de algunas inconsistencias, la gente les escucha porque hablan de lo que es tabú y lo hacen sin pelos en la lengua. La gente les presta atención porque aunque las soluciones que proponen no siempre sean convincentes, se atreven a decir algo que muchos experimentan: que las ideas progres no funcionan.

    El multiculturalismo arrebata a la gente el sentido de comunidad, el igualitarismo es fuente de continuas injusticias y la ideología de género es una amenaza para la libertad. Es probable que muchos voten Le Pen por los mismos motivos por los que compran los libros y escuchan las entrevistas de estos «nuevos reaccionarios».

    No saben muy bien si serán capaces de arreglar el desaguisado, pero al menos suenan diferentes y no repiten los mismos tópicos y las mismas consignas gastadas que el establishment repite cansinamente y en los que ya nadie cree.

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