Dice Agustín Benito que algunos se empeñan en hacer del periodismo un parque temático infantiloide. Y no puede tener más razón, aunque no siempre es así, porque la difusión de imágenes sobre cadáveres -muy duras, sin duda- es selectiva: depende de la autoría del atentado.
Hemos visto hasta la saciedad el atropello del supremacista blanco de Charlottesville, las fotos de niños sirios víctimas de bombardeos o la del pequeño Aylan Kurdi, ahogado en una playa de Turquía, a la que llegó con su familia huyendo de la guerra en Siria.
Muy diferente, en cambio, ha sido la reacción tras el atentado terrorista islamista cometido el pasado jueves en Barcelona en el que, de momento, han muerto 14 personas.
El comportamiento de la mayoría de medios de comunicación y periodistas ha sido muy diferente al manifestado en otras tragedias: nada de publicar imágenes del atentado.
La pulsión moralista
El motivo, argumentan, es que hacerlo sería una falta de respeto a los familiares de las víctimas. Pero publicar una imagen macabra es tan peligroso como confundir el morbo con la legítima tarea de informar. Hay formas de hacerlo sin caer en el mal gusto.
De modo que resulta muy sencillo destapar la falacia de fondo: basta descubrir que toda esta compasión no la merecen los familiares de los atropellados en Estados Unidos o los de los niños sirios o iraquíes sepultados bajo las bombas de un ataque cualquiera.
Es más probable ver a ciertos medios de comunicación publicar una noticia positiva sobre Trump a que usen el término ‘terrorismo islámico’ en un titular
La diferencia entre ambos casos, claro, es que detrás de esas imágenes había historias que sí convenía explotar porque encajan con el discurso del establishment: el niño ahogado era un arma valiosa para ablandar la conciencia occidental sobre la necesidad de acoger refugiados.
Es decir, que tras el aparente arrebato de purismo periodístico que pide censurar las imágenes del horror en Barcelona no hay una sincera pulsión moralista, es tan solo la oposición a señalar al responsable de la creciente oleada de atentados en suelo europeo en los últimos años: el terrorismo islámico.
Es más probable ver a ciertos medios de comunicación publicar una noticia positiva sobre Donald Trump a que usen el término ‘terrorismo islámico’ en un titular.
Por eso no es casualidad que tras atentados como el de Barcelona la mayoría de partidos y medios de comunicación repitan el guión cocinado al fuego lento de la corrección política de que el terrorismo islamista no tiene nada que ver con el islam.
O repetir hasta la extenuación que el responsable del atentado ha sido el ‘terrorismo internacional’ -como si un día fueran budistas, otros cristianos y, a veces, musulmanes-, que en España mueren más personas por violencia de género que por yihadismo o que también hay musulmanes que mueren en atentados.
Ya podemos respirar aliviados.
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