Ya sabrán que hubo el otro día en Charlottesville, Virginia, una marcha con antorchas (de las de fiesta en el jardín, creo que se venden en Leroy Merlin) de los de la derecha alternativa, trufadita de trumpistas, y que acabó como el rosario de la aurora cuando un tipo con cara de no haberse acercado a menos de diez metro de una mujer real atropelló con su coche a un grupo de antifas.
Porque, sí, había antifas, AKA «antifascistas», que viene a ser como fundar una asociación de antigibelinos, es decir, una labor más bien segura y relajada. Pero como estos chicos tienen poco de seguros y relajados, pues en vez de buscar seguidores de Mussolini o Hitler y atizarles, llaman fascistas a los que quieren atizar.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraEl gobernador de Virginia dio orden a la policía de no actuar lo que, visto el resultado, perfectamente previsible, viene a ser una dejación criminal, pero eso es otra cosa. Porque la cosa que quiero comentar es la esvástica.
Entre los manifestantes HABÍA UNA ESVÁSTICA (escalofrío recorriendo la espalda) y, claro, fue una fiesta para todos en los medios y, sobre todo, las redes sociales
Sí, como lo oyen: entre los manifestantes HABÍA UNA ESVÁSTICA (escalofrío recorriendo la espalda) y, claro, fue una fiesta para todos en los medios y, sobre todo, las redes sociales.
Nazis. Todo el mundo ama a los nazis. Son el epítome del mal, la concreción del horror, la ideología que nos permite a todos sentirnos, por comparación, angelicales. Los nazis son una aportación inapreciable a nuestra mitología política.
La derecha tuvo un día de fiesta denunciándolo con caras muy largas y expresiones muy solemnes, con el alivio del perro apaleado que tiene un segundo de paz.
La izquierda aprovechó para exigir que dimita Trump por no controlar a sus chicos y no condenar la marcha
La izquierda aprovechó para exigir que dimita Trump por no controlar a sus chicos y no condenar la marcha. Bueno, sí, la condenó, pero en general, de forma vaga, refiriéndose a la violencia EN GENERAL, como si la de la izquierda importase. Vale, está bien, luego especificó pero, aun así… UNA ESVÁSTICA.
Sí, es una maldita lástima que los nazis no existan desde que fueron ignominiosamente vencidos, aplastados y borrados del mapa en 1945. Pero, ¿y esa bandera con la esvástica? ¿Y otras varias que se ven aquí y allá, disimuladas entre muchas otras, en alguna que otra manifestación?
Bueno, suponiendo que no sean los federales (sí, amigos lectores, todos los grupos extremistas de Estados Unidos están infiltrados por agentes del FBI, como debe ser), son neonazis, que se parecen a los nazis de verdad, a los del NSDAP de los años 30, lo que un huevo a una castaña.
El tipo que se hacía nazi en la Alemania de los años 30 iba detrás de una ideología de victoria
Estoy por decir que no existe un tipo humano más distinto al neonazi que el nazi de entonces, es decir, que el verdadero nazi. El tipo que se hacía nazi en la Alemania de los años 30 iba detrás de una ideología de victoria, de éxito, una idea que estaba en alza y tan de moda que incluso sedujo a no pocos de sus enemigos británicos.
El neonazi, por contra, es un perdedor que se une a una ideología derrotada, ridiculizada, odiada. En una altísima proporción no podrían hacer un resumen coherente e inteligible de los principios del nacionalsocialismo (que, en cualquier caso, siempre fue un cajón de sastre ideológico con su poquito de fascismo, su racismo confusamente ‘ario’, su antisemitismo algo histérico y un esoterismo que hubiera dado vergüenza a Iker Jiménez).
En muchos es una forma de «¡que te den, papá!», quedarse con aquello que más pueda horrorizar y escandalizar a sus mayores, muy en plan malote rebelde porque el mundo le hizo así.
En otros, trágicamente, es la respuesta a un espectro político que ha ignorado sus problemas; que, cuando ha intentando quejarse del ambiente irrespirable en su barriada obrera, le tachan, precisamente, de nazi por el hecho mismo de denunciarlo.
Pero la prueba definitiva de que el nazismo no existe en la práctica en el panorama político es muy sencilla: ¿puede citarme algún diputado de algún país de la CEOE que se declare nazi? ¿Alguien del mundo de la farándula, algún millonario, algún novelista de éxito? ¿Alguien con algún poder, fama o fortuna hace el saludo romano o lleva un brazalete con la esvástica?
Pues eso es lo que cuenta. Ninguna ideología llega a ninguna parte sin eso. Y la prueba la tenemos en otra ideología criminal, causa directa de millones de asesinatos, de la peor miseria, de opresión y represión espantosas en medio mundo durante décadas: el comunismo. Pero todos podemos pensar en diputados que han enarbolado la hoz y el martillo, ¿verdad? No digamos actores, artistas, escritores, catedráticos…
Entonces, ¿no hay nazis? Bueno, depende de la definición. Si partimos de la verdad histórica, no, o ninguno que cuente. Pero si partimos de la etiquetación de la izquierda, usted, querido lector, probablemente sea nazi.
Sí, sí, no mire a su alrededor: usted.
Si alguna vez se ha quejado de que entren en su país con el falsísimo nombre de ‘refugiados’ cientos de miles de africanos, usted es un nazi
Si alguna vez se ha quejado de que entren en su país con el falsísimo nombre de ‘refugiados’ cientos de miles de africanos y medioorientales haciendo burla de sus fronteras y, por tanto, de la ley, es usted un nazi. Es lo que hay.
Si alguna vez ha comentado que le parece de locos que unas madres lesbianas decidan que su hijo de tres años es transexual y empiecen a hormonarlo, condenándole a una vida de tratamientos y operaciones quirúrgica, por quedarnos en lo menos, qué le vamos a hacer: usted es un nazi.
Si alguna vez ha dicho que es una locura que una familia vuelva a su casa de vacaciones, la encuentre okupada, intente echar a los intrusos y la ley se lo impida, no disimule más: nazi, nazi, más que nazi.
Decía Marx que la historia se repite, la primera vez como tragedia y la segunda, como farsa. Pero en el caso que nos ocupa, yo hablaría más bien de sainete.