Nunca he creído en la existencia del voto útil (por ser el menos útil de los votos), pero sin duda el triunfo de la moción de censura presentada por el señor Sánchez nos da un argumento más para cuestionarlo.
Por desgracia estamos acostumbrado a que en todas las campañas electorales desde los partidos hegemónicos se cuestione el voto a otras formaciones políticas, y se afirme que votar a los partidos minoritarios es tanto como “tirar el voto”, ya que, según ellos, estas otras formaciones políticas no serán capaces de llevar adelante ningún proyecto.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraDesde luego podemos compartir la idea de que votar a algunas formaciones es lo mismo que tirar el voto, ahora bien, también consideramos que es tirar el voto votar a los partidos mayoritarios.
Los partidos políticos institucionalizados, y nos referimos tanto a los grandes como a los pequeños, nos tienen acostumbrados en cada campaña electoral a la cantinela de convencernos que la representación popular que no se encuentra acomodada en el arco parlamentario no tiene ningún derecho a ser un día representada, pues según ellos la representación política no la establecen los ciudadanos a través del voto en conciencia, sino que en realidad es una situación de status quo mantenida a lo largo del tiempo por el ejercicio continuado del voto útil, tesis que hay que reconocer que ha triunfado en los últimos cuarenta años.
«Ni el gobierno queda en manos de los partidos que recogieron el voto útil, ni la mayoría social esta representada en las cámaras, por cuanto el voto útil distorsionó notablemente la verdadera representación del sentir nacional»
Y no se equivocan nuestros políticos al constatar la existencia del voto útil, y por tanto del no útil, sino que se equivocan en la catalogación de las formaciones políticas cuyo voto se convierte en inútil.
Efectivamente, la historia de la democracia occidental nos demuestra que casi todo el voto resulta inútil, debido a dos grandes mecanismos mentales de los partidos; uno es la poca importancia que otorgan a palabra dada, es decir el sistemático incumplimiento de las promesas electorales; otro es la alta porosidad de las organizaciones políticas a la corrupción y al menosprecio del contribuyente.
En este escenario cobran importancia dos acontecimientos electorales recientes. El primero es el resultada de las últimas elecciones catalanas, elecciones en las que se produjo una fuerte concentración del famoso “voto útil” en manos de Ciudadanos, una formación política que se hizo con la victoria electoral sin que hasta la fecha sepamos qué beneficios nos ha deparado ese voto útil, ni los efectos prácticos que en España tiene el ganar unas elecciones.
La segunda quiebra del voto útil se produjo el pasado 1 de junio cuando el PSOE consiguió por vía parlamentaria lo que no había conseguido en las últimas elecciones generales, a saber: hacerse con un gobierno sin el apoyo de las urnas. Otra vez el voto útil, que hizo del Partido Popular la formación política ganadora de las elecciones de junio de 2016, se convirtió por arte del Reglamento del Congreso en un voto inútil.
En ambos escenarios (en el Parlamento Catalán y en el Congreso de los Diputados) el argumento es el mismo: ni el gobierno queda en manos de los partidos que recogieron el voto útil, ni la mayoría social esta representada en las cámaras, por cuanto el voto útil distorsionó notablemente la verdadera representación del sentir nacional.
Por ello es necesario ser claros al respecto: sí existe un voto útil, y es aquel que se deposita en cualquier organización política que trata de acabar con el actual sistema partitocrático, el que se deposita en aquellas organizaciones que dan importancia a la organización natural de la sociedad en familias (y después en municipios libres) y son capaces de restar poder a las organizaciones políticas, empresariales y sindicales asentadas en una organización política incapaz de defender los derechos de la sociedad y de satisfacer el bien común, e igualmente es útil aquel voto que se deposita en formaciones políticas que defienden el derecho a la vida.
El elector, si en algo se aprecia, tiene que decidir su voto no en función de la previsión de victoria de su formación política, sino en función de la capacidad de regeneración y cambio que prometa la formación política elegida; es decir, el elector ha de buscar la representación política de sus valores, creencias, e ilusiones, sin pensar si dichos valores serán o no los mayoritarios, de eso ya se encargarán los nutridos y bien pagados equipos de comunicación dependientes de los partidos del establishment.