Dije, en una comparecencia televisiva el miércoles, y también el jueves, que lamentaría que, con el encuentro ayer viernes con Albert Rivera, Mariano Rajoy diese por concluida su ronda de contactos con los principales líderes nacionales. Admitía yo que existía una controversia acerca de si el presidente del Gobierno, en esta hora de atribulación territorial para el Estado, debería o no recibir a la cabeza visible de Podemos, Pablo Iglesias.
Siempre me he pronunciado a favor, entre otras razones porque a Podemos le respaldan muchos cientos de miles de votos, lo que, ya solamente por eso, la formación adquiere una respetabilidad. Y si es cierto que Podemos y sus aliados varios se muestran bastante ambiguos en su constitucionalismo, eso es algo que la formación morada pagará caro algún día ante una parte de sus electores.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
Suscríbete a Actuall y así no caerás nunca en la tentación.
Suscríbete ahoraPero nada tiene que ver con ser o no recibidos en el palacio-fortaleza de La Moncloa. Adonde, por cierto, ¿por qué no podrían acudir incluso los claramente independentistas, si se trata de propiciar diálogos y acercamientos precisamente con quienes piensan diferente?
El peligro de Ciudadanos para el PP
Pero el caso es que el viernes Rajoy recibió también al líder de Podemos. Se ha impuesto, una vez más en estos últimos días, la sensatez ‘mariana’. Y el caso es también que también habló, larga y francamente, con la cabeza visible de Ciudadanos. Me consta que algunos, en el Partido Popular, se muestran especialmente recelosos ante la posibilidad de que la formación naranja absorba no pocos votos de un PP que en algunas autonomías -la valenciana, la balear, la castellano-manchega- se encuentra seriamente tocado.
Y no menos aprensiones suscita el hecho de que Rivera, cuya marca personal está indudablemente en alza, puede llegar a ser, para algunos, el líder ideal de un centro-derecha que, poderes económicos incluidos, comienza a detectar vías de agua en el casco de Rajoy.
Albert Rivera será con mucha probabilidad quien coloque a Rajoy o Sánchez en La Moncloa
Nunca sabremos el alcance de lo tratado entre Rajoy y Rivera, como nunca sabremos, aunque algo adivinemos a través de esa fotografía conjunta, tan preparada, tomada al final de la reunión, lo que de verdad ocurrió entre el presidente y el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, en su encuentro del miércoles.
En defensa de la Constitución
Los comunicados finales de ambas partes hablaban de acuerdo para defender la Constitución y la unidad de España, amenazada por las iniciativas conjuntas de la CUP y Junts pel Sí. Pero ignoramos si Rajoy y Sánchez hablaron, además, del futuro Gobierno de España. Uno de los dos será, presumiblemente, el presidente. Y el tercero en discordia, es decir, ese Albert Rivera que ahora se encuentra con Rajoy, será con mucha probabilidad quien coloque a uno o al otro -¿o tal vez a un tercero-sorpresa? me resulta improbable en estos momentos- en lo alto del podio.
Claro, el acuerdo a la hora de la adopción de medidas legales y constitucionales para impedir que los independentistas catalanes consumen su sedición -porque así está claramente tipificado en el Código Penal: sedición- es el primer y único punto en la agenda del día de las reuniones, sin taquígrafos, entre Rajoy y sus sucesivos interlocutores.
Pero yo confío en que estos contactos, que deberían ser mucho más habituales en lugar de ser, por su excepcionalidad, noticia de primera página, abarquen también una mirada al futuro del país tras el 20 de diciembre. Seguimos andando a tientas entre las tinieblas sobre quién acabará gobernando España, cómo, con quién y para qué. Los electores-ciudadanos tendríamos derecho a saber, cuando votamos, qué opciones estamos en realidad apoyando.
Dios lo quiera, nos sorprenda (Iglesias) con uno de sus raros ataques de sentido común
Y ello tiene, en realidad, no poco que ver con Cataluña. De quién acabe teniendo la vara del poder dependerá mucho la posibilidad de un diálogo flexible con quien acabe, a su vez, teniendo el poder en Cataluña; se trata, a mi juicio, de alejar las voces que hablan más de palo que de zanahoria, más de vendettas que de acercamiento, y aproximar a quienes buscan soluciones intermedias que, quizá sin ser definitivas, aparten de nosotros el fantasma de la ruptura con una parte de los españoles.
Cuánto me gustaría saber que Rajoy ha acordado con Sánchez, con Rivera y -ojalá- con Pablo Iglesias, eso que ha dado en llamarse hoja de ruta para la concordia, no solo con ese sector irredento de catalanes, sino entre todos los españoles.
Bien, hay que reconocer que el hecho de que se abran algo -algo más de lo inicialmente previsto, desde que nos anunciaron que Iglesias también traspasará el umbral- las puertas de La Moncloa y que se hablen, aunque sea por separado, algunos con los otros, aunque sea retocando la fotografía final, es ya un logro. Rajoy se apunta un tanto. Los otros que acuden a Moncloa, también. Incluso Pablo Iglesias, pienso, que quizá, Dios lo quiera, nos sorprenda con uno de sus raros ataques de sentido común.