En una sociedad pragmática, utilitaria y materialista, las alusiones a un discurso escatológico parecen prescindibles e incómodas.
Pero la escatología (esa disciplina teológica que expone y explica las “cosas finales” –muerte, Resurrección, Cielo, Infierno, Vida Eterna, Juicio Final,…-) no es sólo necesaria, sino conveniente, para no perder de vista hacia dónde nos dirigimos de modo inexorable, tanto si nos gusta, como si no.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraLa RAE la define como aquello “perteneciente o relativo a las postrimerías de ultratumba”, y quizás haya pocos días en el calendario más propicios que este de Todos los Santos, y su sucesivo de los Fieles Difuntos, para retomar este concepto.
El pasado viernes, tras la penúltima pantomima circense de los independentistas (podemitas incluidos) en el Parlamento de Cataluña, una amplísima mayoría del Senado votaba a favor de una aplicación del artículo 155 de la Constitución, que el Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, junto al Consejo de Ministros, concretaría al filo de la tarde con una batería de medidas.

Como colofón de las mismas, la celebración de elecciones autonómicas el próximo 21 de diciembre. Contando con hoy, cincuenta y un días. Menos tiempo de vigencia que cifras tiene el artículo que, por fin, ha activado el Gobierno.
Demasiados rotos para los que el parche de las elecciones se antoja pequeño. Muy pequeño
Después de los meses que España lleva repitiendo el número mágico, descontadas las interpretaciones que se han construido sobre él, y deshojada la margarita de las expectativas que muchos teníamos puestas en su estreno, cabe cuestionarse si, pasándolo por el filtro de lo que podríamos llamar escatología constitucional o de interés nacional, las pautas adoptadas para su concreción satisfacen suficientemente esas “cosas finales” a las que debería responder.
Los mínimos a cubrir en Cataluña (y no sólo allí, aunque en esa región la urgencia sea mayor) para entender que se cumple el mandato de dicho artículo, serían los encaminados a hacer cumplir “las obligaciones que la Constitución u otras leyes le impongan” y a evitar que se “atente gravemente al interés general de España”.
A saber, y de modo somero, podríamos hablar de
- la protección del deber de conocer y el derecho a usar el español (artículo 3 de la Constitución);
- a una educación en libertad (artículo 27) -esto es, sin adulterar los conocimientos y contenidos a conveniencia del poder regional de turno, y sin que los profesores persigan a los alumnos que disientan del régimen establecido en su taifa-;
- a una igualdad (artículo 14) que no dependa de la localización geográfica en la que vivan los españoles;
- y a que sean atendidas reclamaciones tan sensatas como no querer que gran parte de los impuestos se destinen a financiar la propaganda de un partido (la TV3 catalana consumió sólo en 2015 casi 160 millones de euros, y las inyecciones en 2017 elevan su presupuesto anual a 360 millones de euros) ni a los brazos ejecutores del independentismo (la Asociación Òmnium Cultural ha recibido desde 2005 más de 20 millones de euros, y la ANC, sólo en 2016, 3,3 millones de euros).
A voluntad de PP, PSOE y Ciudadanos, toda la retórica del 155 queda a expensas y pendiente de una única carta
Estas son sólo algunas de esas “cosas finales” a las que las medidas anunciadas el pasado viernes por el presidente del Gobierno deberían dar respuesta, en tanto que ejemplifican que en Cataluña, ni se respetan las obligaciones que impone la Constitución, ni mucho menos, se contribuye al interés general de España.
Demasiados rotos para los que el parche de las elecciones se antoja pequeño. Muy pequeño. En ese sentido, y siendo que, a voluntad de PP, PSOE y Ciudadanos, toda la retórica del 155 queda a expensas y pendiente de una única carta -la de la convocatoria electoral- casi podría decirse que al neonato 155 ya le están cantando más misereres que nanas.
En Cataluña no sólo hay que recuperar la legalidad –por fundamental que esto sea-, sino que es una necesidad perentoria restaurar la normalidad democrática.
Y eso no se soluciona con unas elecciones de resultado mucho más que incierto que, según todas las encuestas, dan como vencedores a los partidos que han conducido a esa región al borde del colapso.
Hace falta tiempo y mucho trabajo para sanear las Educación, garantizar los derechos de los ciudadanos y las condiciones para el cumplimiento de sus obligaciones, limpiar el espectro mediático de odiadores profesionales y supremacistas confesos, clausurar asociaciones y organizaciones nacidas por y para la separación y el enfrentamiento, asegurar a los vecinos constitucionalistas que la persecución a la que se ven sometidos a diario no quedará impune, y establecer unas circunstancias adecuadas para que se celebren unas elecciones en libertad.
La primera evidencia la tendremos el próximo 21 de diciembre. Ultraelecciones, esto es, más allá de las elecciones, se entonará un Réquiem
Sin embargo, el PP ha seguido de muñidor de Ciudadanos y, atrapado por el discurso bipolar del PSOE, ha convocado elecciones, en un salto hacia lo desconocido cuánto menos, insensato.
Sólo el tiempo nos dirá si el 155 que nos brindan para hoy, supondrá más independentismo para mañana. La primera evidencia la tendremos el próximo 21 de diciembre. Ultraelecciones, esto es, más allá de las elecciones, se entonará un Réquiem.
Veremos si es sólo al manido artículo, porque sea innecesario prolongar su aplicación, o es a la propia Nación, a quien no le espera otra cosa que la tumba y el descanso en paz. Que el 155 reparta suertes.
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