Sacad a Franco, pero vuestro resentimiento permanecerá

    Es necesario volver la mirada a la historia para aprender de nuestros antepasados y no cometer los mismos errores. Y es necesario también mirar en el interior de uno para descubrir las motivaciones que mueven nuestras acciones. Porque podrán sacar a Franco, pero su rencor permanecerá en ellos. 

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    El general Francisco Franco murió el 20 de noviembre de 1975.
    El general Francisco Franco murió el 20 de noviembre de 1975.

    El escritor Manuel Vilas visitó hace unos días el Valle de los Caídos y lo contó en El País. El escritor Manuel Vilas debía de tener un mal día (o una mala vida en general), porque sólo experimentó «un sentimiento de pena y de subdesarrollo moral. Paseo por la basílica con pena, una pena patética», describe el acongojado escritor.

    El escritor Manuel Vilas está triste, a pesar de que él mismo reconoce que todos turistas que hay a su alrededor pasean sin prejuicios, encantados, felices y admirando la obra. «A mi lado, hay dos chicas latinoamericanas. (…) Les encanta esta cruz, me dicen, para mi asombro, porque a mí me parece patética.

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    Les gusta lo que ven porque son turistas. Si eres un turista, todo te gusta», que es lo mismo que decir que, si eres turista, eres medio bobo, salvo que seas Manuel Vilas, el único que sabe descubrir y penetrar el verdadero sentido de este monumento. El escritor parece el clásico aguafiestas que se queda sentado y enfurruñado en un rincón de la sala mientras todos en torno a él bailan alegres y divertidos.

    Quizás Vilas no ha probado a quitarse las oscuras gafas de los prejuicios y las fijaciones para observar la vida con más mesura y serenidad

    Prosigue en sus pesquisas: «En la tienda de souvenirs me encuentro con dos chicas australianas. Les pregunto en inglés su opinión del Valle de los Caídos. Me dicen que están fascinadas, que es maravilloso». Nada; no hay forma. Tampoco le vale la opinión de estas dos turistas bobas. Quizás Vilas no ha probado a quitarse las oscuras gafas de los prejuicios y las fijaciones para observar la vida con más mesura y serenidad.

    A medida que avanza por la extraordinaria basílica excavada en la roca, una de las más grandes del mundo, comienzan a asomar sus obsesiones: «La tumba de Francisco Franco es aquí el centro gravitatorio de todo este montón de piedra. La mezcla de cristianismo y fascismo es un delirio bochornoso».

    «Vuelvo a la tumba de Franco y la piso con convicción. Debajo de mis pies está el horror, el crimen, la miseria, la humillación. Piso y piso con más fuerza. Debajo de mis pies está la nada. Debajo de mis pies está también el causante del dolor de miles y miles de muertos que yacen aquí por su retorcida voluntad. Sigo pisando la tumba. Me gustaría llegar con mis pies hasta su cráneo y hacerlo estallar en cuarenta y seis millones de gotas de agua», añade.

    Me gustaría llegar con mis pies hasta su cráneo y hacerlo estallar en cuarenta y seis millones de gotas de agua», añade

    He visitado la tumba de Napoleón, un genocida que arrasó Europa; la pirámide de Chichén-Itzá, en México, donde fueron sacrificados decenas de miles de seres humanos, y el Kehlsteinhaus o «Nido de Águilas» de Hitler, ubicado en un paraje de incomparable belleza. Yo no he estado nunca en los mausoleos de Lenin, de Stalin o de Castro. Tampoco he visitado la tumba de Carrillo, Durruti o Largo Caballero, responsables en gran medida de la Guerra Civil, y no me importaría hacerlo. Pero no me imagino sintiendo una especie de odio devorador que me invadiera y me hiciese pisotear la tumba de Carrillo o de Stalin como le pasó a Vilas con la tumba de Franco. Sencillamente contemplaría la lápida, musitaría una breve oración por el muerto y proseguiría mi camino. Tengo esa manía con los finados: rezar por ellos y dejarles en paz.

    ¿Qué les ocurre entonces a Vilas y a otros tantos que solo destilan resentimiento? ¿No será más bien que el problema está en ellos y no en el muerto que pisotean? A Franco lo podrán sacar del Valle, pero el odio permanecerá en ellos. Son espíritus heridos por el absurdo, el existencialismo y la falta de sentido. Franco es sólo la excusa, el chivo expiatorio que pone de relieve su vida mutilada y sobre el que vomitan su bilis.

    Sencillamente contemplaría la lápida, musitaría una breve oración por el muerto y proseguiría mi camino. Tengo esa manía con los finados: rezar por ellos y dejarles en paz

    El problema no es Franco, el problema es más profundo. Hace tiempo que en sus vidas no hay paz, ni serenidad, ni amor ni alegría. Sólo hay sarcasmo, acritud, oscuridad y fealdad. Y por eso dan coces en todas las direcciones: contra Franco, la Iglesia, la cruz, los valores, las tradiciones, España…

    Son personas en conflicto perpetuo consigo mismas. Son como sedientos que creen que esa sed se sacia bebiendo agua de mar, y por más que beban y beban, cada vez se encuentran más sedientos. Así ocurre con los que odian: que odian más y más y su frustración solo va en aumento.

    Las personas reconciliadas no necesitan odiar de ese modo. Reconocen el mal, lo condenan, lo rechazan, apuestan por el bien y la verdad, sin mirar de dónde viene ésta. Viven serenos y dejan vivir serenos a los demás.

    El problema no es Franco, el problema es más profundo. Dan coces en todas las direcciones: contra Franco, la Iglesia, la cruz, los valores, las tradiciones, España…

    Franco sólo fue un hombre, con sus aciertos y errores. No merece tanta atención e inquina por su parte. Si creen en Dios, dejen que sea el Supremo Juez el que le juzgue. Y si no son creyentes, entonces que se queden satisfechos igualmente porque ya ha sido engullido por la nada, por la no-existencia y el absurdo, y su odio no hace ninguna mella en él.

    Pero, ¿creen que esto de saquear tumbas es nuevo? En absoluto. Alejandro Dumas relata cómo en la Francia revolucionaria de finales del siglo XVIII, «el odio que habían logrado inspirarle al pueblo en contra del rey Luis XVI, y que la guillotina del día 21 de enero no había podido saciar, había retrocedido hasta los reyes de su dinastía: quisieron perseguir a la monarquía hasta en su origen, a los monarcas hasta en su tumba, lanzar al viento las cenizas de sesenta reyes».

    «El pueblo se abalanzó pues sobre Saint-Denis. Del 6 al 8 de agosto destruyó cincuenta y una tumbas, la historia de doce siglos. (…) Pues se trataba de aniquilar hasta el nombre, hasta el recuerdo, hasta los huesos de los reyes; se trataba de borrar de la historia catorce siglos de monarquía. Pobres locos los que no comprenden que los hombres pueden a veces cambiar el futuro… pero jamás el pasado», observa el literato.

    «El orgullo de los que no pueden edificar es destruir»

    La historia es algo larga, pero es fascinante comprobar las similitudes que guarda con el momento actual: «Habían preparado en el cementerio una gran fosa común según el modelo de las de los pobres. En aquella fosa, y sobre un lecho de cal, debían ser arrojados, como a un basurero, los huesos de los que habían hecho de Francia la primera de las naciones, desde Dagoberto hasta Luis XV. Así se daría satisfacción al pueblo, pero sobre todo se daría placer a los legisladores, a los abogados, a los periodistas envidiosos, aves de rapiña de las revoluciones, cuyo ojo queda herido por cualquier esplendor, como el ojo de sus hermanas, las aves nocturnas, es herido por cualquier tipo de luz. El orgullo de los que no pueden edificar es destruir».

    Atención a esta última frase, que es para grabarla en piedra: «El orgullo de los que no pueden edificar es destruir».

    Carlos I respondió lapidariamente aquello de «ha encontrado a su Juez. Yo hago la guerra contra los vivos, no contra los muertos»

    También es conocida la anécdota del emperador Carlos I de España y V de Alemania, cuando entró con sus tropas en Wittemberg. La soldadesca le pidió a su rey permiso para desenterrar el cuerpo de Lutero, el encarnizado enemigo del monarca, para ultrajarlo. Sin embargo, Carlos I respondió lapidariamente aquello de «ha encontrado a su Juez. Yo hago la guerra contra los vivos, no contra los muertos».

    Es necesario volver la mirada a la historia para aprender de nuestros antepasados y no cometer los mismos errores. Y es necesario también mirar en el interior de uno para descubrir las motivaciones que mueven nuestras acciones. Porque podrán sacar a Franco, pero su rencor permanecerá en ellos. 

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