Por una vez, la sociedad española parece haberse puesto de acuerdo. Desde Pablo Iglesias a Mariano Rajoy, todos han alabado al héroe del monopatín; al héroe sin capa; al héroe español de Borough Market; a Ignacio Echeverría, el joven español asesinado por yihadistas en Londres cuando trataba de salvar a una víctima.
Es curioso: por una vez, toda la opinión pública está conforme con algo. Ha sido tan evidente el acto de heroísmo de Ignacio que todos los españoles, independientemente de su orientación política, religiosa o social hemos sabido señalarle como héroe.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraSon escasísimos los actos no ya heroicos, sino mínimamente valientes o que muestren algo de arrojo
Vivimos en una sociedad huérfana de héroes. Al menos, de aquellos que, como Ignacio, son capaces de un acto patente, público y notorio de heroísmo. Nuestra clase dirigente, por lo general, es tan mediocre, que son escasísimos los actos no ya heroicos, sino mínimamente valientes o que muestren algo de arrojo o de lanzarse a la arena de la incorrección política.
Algo similar pasa con la clase intelectual, refugiada demasiadas veces en el pensamiento dominante y uniformado, sin atreverse a salir del renglón de lo establecido y aprobado por el poder. Pasa, por ejemplo, entre los historiadores, que han rehusado en tantas ocasiones bucear en el pasado en búsqueda de la verdad para adecuar su relato histórico a lo que quieren las clases dirigentes.
Pasa, por supuesto, con los periodistas, cuando se dejan llevar con demasiada frecuencia de sus filias, fobias y prejuicios y pasan por el tamiz de sus ideologías el hecho del que están informando.
Tener héroes es de fachas. Cualquiera que diga que admira a Don Pelayo, el Cid, Blas de Lezo, Hernán Cortés, Elcano o Pizarro, por citar sólo a algunos de nuestra nutrida historia, se convertirá inmediatamente en sospechoso de franquista y reaccionario.
Sin embargo, una sociedad que ignora a sus héroes va camino de su perdición. Por eso, el acto heroico de Ignacio tiene tanto valor: porque demuestra que aún quedan héroes y que toda la sociedad vibra ante su ejemplo.
También nos encontramos a cada paso con héroes anónimos, de los que no salen en los periódicos
Se buscan héroes; necesitamos héroes. Pero también hay que saber identificarlos. En el caso de Ignacio es claro y patente y no ofrece ninguna dificultad el identificarlo. Pero también nos encontramos a cada paso con héroes anónimos, de los que no salen en los periódicos ni ocupan minutos en los telediarios.
Esa madre que, pese al riesgo, sigue adelante con su embarazo. Ese empresario con ética y valores que no acepta formar parte de una trama de corrupción. Ese adolescente que se queda solo y arrinconado por defender a un amigo y no permitir que se cometa una injusticia contra él. Ese padre que llega reventado a casa y se tira al suelo para jugar con sus hijos. Ese profesor que, día a día, da lo mejor de sí mismo para formar a sus alumnos y llevarles al bien y la verdad.
Todos ellos son héroes, como Ignacio. No entregan la vida de golpe, como él, pero se van dejando jirones de su vida en la entrega a los demás. Existen los héroes. Hay muchos más de los que creemos. Sólo basta con abrir los ojos para descubrirlos.