
Desde siempre se nos ha repetido como un mantra que vivimos en la mejor de las sociedades posibles, que somos una democracia consolidada y que nuestro país nunca conoció mayores cotas de libertad, progreso y bienestar.
En el caso de España, además, nos recuerdan con cierta frecuencia que esa democracia la conseguimos entre todos, después de unos años aciagos de dictadura, y que la sociedad entera se volcó en conseguir los valores democráticos de los que hoy gozamos.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraDesconfío por tanto de esos políticos que nos doran la píldora y alaban el «inmenso esfuerzo del pueblo español y sus anhelos de libertad para que llegara la democracia»
Personalmente, creo que la democracia llegó a España porque tenía que llegar, porque se habían puesto las bases para ello; que a la mayoría de españoles les pilló en el sofá (o en la cuna, como fue mi caso) y que no hicieron grandes esfuerzos por conseguirla. Vamos, que no hubo ninguna gesta épica de por medio.
Desconfío por tanto de esos políticos que nos doran la píldora y alaban el “inmenso esfuerzo del pueblo español y sus anhelos de libertad para que llegara la democracia”. Me parece que es un mezquino ejercicio de autocomplacencia y de regalar el oído al electorado. Los políticos saben bien que a muchos ciudadanos les encanta esto y que, con ello, tienen ganado su favor y su voto.
En serio: ¿estamos a la altura de la democracia de la que gozamos? Y me explico. Aunque ya se vivía en la Grecia clásica, la democracia actual proviene de los movimientos liberales del siglo XIX. Un hombre, un voto. Pero, me espetaba hace poco un amigo al que le gusta la polémica y llevar las ideas hasta ciertos extremos: ¿está igualmente capacitado para ejercer su derecho al voto un catedrático de universidad que un hombre que apenas sabe leer y escribir? Los dos tienen la misma dignidad, eso no lo discute nadie, pero, ¿poseen ambos la misma preparación, la misma capacidad de discernimiento, el mismo conocimiento de la realidad?
¿Tiene el mismo derecho a depositar su papeleta en la urna el individuo que ha ejercido la violencia machista que su víctima?
O, para ponerlo más políticamente correcto y que escandalice menos: ¿tiene el mismo derecho a depositar su papeleta en la urna el individuo que ha ejercido la violencia machista que su víctima? ¿No habría que, por ejemplo, retirar temporal o definitivamente el derecho a voto a una persona que haya delinquido gravemente y haya demostrado que no sabe vivir en democracia?
Porque, visto así, la democracia se podría convertir en un sistema pervertido donde valdría lo mismo el voto del indolente, del anárquico, del “nini” o del embustero que el del hombre recto, virtuoso, sabio o esforzado. Y esto, ¿no es ya una injusticia en sí mismo? ¿Estaríamos realmente ante “una fiesta de la democracia”, como nos gusta llamar a las jornadas electorales?
Pensémoslo un momento: en una misma urna electoral descansan los votos de un defraudador de Hacienda, de un honrado padre de familia, de un terrorista, de un violador, de una universitaria que se está sacando la carrera con gran esfuerzo, de un emprendedor que da trabajo a cinco familias, de una empleada que jamás ha robado nada, etc. ¿Deberían ser todos esos votos igual de válidos?
“Pero es imposible decidir quién está capacitado para votar y quién no”, argüirá alguien. Es cierto que es complicado de llevar a la práctica, pero no lo es tanto en su formulación teórica. La democracia debería ser el estado al que se llega cuando una sociedad y cada uno de sus integrantes alcanzan la plena madurez democrática y humana. Seamos sinceros: ¿Se da esto en nuestro caso?
Para poder participar en una democracia con esa plena madurez democrática y humana, quizás nos deberíamos exigir estos puntos:
- Vivir en la virtud, en el bien, en la rectitud, en la búsqueda de la verdad
- Estar libre de ideologías que fomenten el odio, el revanchismo, el ajuste de cuentas y el rencor
- Vocación continua y insobornable de buscar el bien común por encima del bien individual
- Capacidad de discernimiento entre el bien y el mal; entre lo conveniente y lo denigrante
- Que los medios de comunicación ejercieran realmente una labor de formación e información, y no de defensa de intereses partidistas, prostituidos y espurios
Sobre este último punto, por ejemplo, ¿estaría madura democráticamente una sociedad que tuviese un solo medio de comunicación controlado por un Gobierno o un partido (o varios medios pero controlados por la misma persona) y que se diese una única versión torticera sobre la realidad? Los votantes de ese país, ¿estarían votando realmente en democracia y libertad? Creo que es bastante obvio que no.
Pero parece que la democracia es un dogma, un tabú del que no se puede rechistar, ni dudar, ni disentir lo más mínimo. Pero esto es ir, precisamente, en contra de la esencia de la democracia, donde supuestamente todo se puede discutir, hablar y someter a votación, a escrutinio y a referéndum. En democracia, parece que todo es debatible menos el concepto mismo de la democracia.
Mil personas pueden estar equivocadas aunque voten todas lo mismo, si lo que aprueban es erróneo
Lo que quiero decir con todo esto es que hemos absolutizado y entronizado a la democracia, como si de una diosa intachable se tratara, y nos hemos olvidado de algo fundamental: que mil personas pueden estar equivocadas aunque voten todas lo mismo, si lo que aprueban es erróneo. Ejemplos en la Historia no nos faltan.
Sería más valiosa la decisión sabia de un rey absolutista que redundara en el bien común de todo sus súbditos que la votación democrática y transparente de mil personas que optaran por un mal para la sociedad. De hecho, sería mejor vivir bajo un soberano que ostentara el poder absoluto con sabiduría y virtud que vivir bajo una democracia dirigida por gobernantes corruptos y falsarios.
Esto, por supuesto, a los dogmáticos que absolutizan a la diosa democracia por encima de todo les parecerá escandaloso, pero objetivamente es así. Algunos, los más simples, si han llegado a este punto del artículo, quizás creerán que estoy defendiendo una vuelta a la monarquía absolutista o a un régimen dictatorial. Pero no es así.
Por dejárselo claro, mi objetivo con este artículo es demostrar que una democracia, para que funcione correctamente, exigiría de sus ciudadanos la mayor de las virtudes, ya que las decisiones se toman por mayorías, y una mayoría de corruptos no podrán decantarse nunca por la virtud.
En un régimen absolutista, es el gobernante el que exige de sus súbditos, mientras que en una democracia deberían ser los propios súbditos los que se exigieran a sí mismos para alcanzar la mayor cota de virtud personal.
No afirmo nada, pero sí lo cuestiono todo. Y creo que disfrutar de una democracia no consiste sólo en recibir, sino en que cada uno se haga digno de la confianza que se deposita en él.
Y, dicho esto, ¿estamos preparados para ser una democracia? Pues, aunque a algunos les duela, muchos seguramente no lo estén, mientras que otros muchos sí. ¿En qué situación nos encontramos cada uno de nosotros?