A Cosme Haces, periodista de origen asturiano, lo despidieron de El Heraldo de México en 1983 por publicar notas y fotografías del fraude cometido por el PRI-Gobierno en las elecciones de la ciudad de Puebla.
Aún en su apogeo, el viejo sistema echaba mano de toda clase instrumentos, legales e ilegales, para ganar una elección. Desde el control del árbitro electoral; los grupos corporativos de choque, las fuerzas armadas, todo.
La presión a los medios formaba parte fundamental del elenco de medidas del régimen y El Heraldo, señalado como santuario de la “derecha” (su dueño, Don Gabriel Alarcón, DonGa, lo definía como guadalupano, anticomunista e institucional) no era la excepción.
Han pasado 35 años, el entorno se ha modificado, las generaciones han cambiado pero el ADN priísta sigue vigente y ante su escenario de fracaso casi total hay indicativos de que podrían intentar un fraude electoral este domingo 1 de julio.
De hecho es uno de los escenarios para el desenlace de esta campaña en donde la unidad de los mexicanos está a prueba.
Un escenario de fraude
Varios frentes finamente labrados desde el gobierno de Enrique Peña Nieto se pondrán a funcionar para influir en el desenlace del proceso electoral más numeroso en la historia de México.
El adversario a vencer es Andrés Manuel López Obrador, un populista, representante de otra antigua corriente del viejo sistema priista y quien desde hace dos años lidera las tendencias electorales en todos los estudios demoscópicos.
Ricardo Anaya Cortés, un joven brillante, dirigente del Partido Acción Nacional, quien ha conformado un frente con liberales e izquierdistas, bajo una plataforma funcional de propuestas a los grandes problemas del país, pero sin sustento doctrinal o ideológico, se ha posicionado desde el inicio como la segunda opción.
Y aunque en todos los estudios el candidato oficial, José Antonio Meade Kuribreña aparece en un lejano tercer sitio, la estrategia del PRI-Gobierno ha sido tácticamente insistir en colocarlo en segunda posición.
«Los partidos pagan en efectivo la movilización el día de la elección y contratan a representantes para las casillas»
Ello le permitiría dos cosas: atraer el voto útil y abrirse márgenes para justificar una gran movilización el día de las votaciones, es decir, un fraude al viejo estilo del PRI.
¿En pleno siglo XXI es posible un fraude electoral? Hay indicios de que para el PRI el tiempo no pasa. Su ADN es más terco que la realidad.
Hace unos días, afuera de las oficinas del PRI en la Ciudad de México se hicieron filas de personas a quienes se les estaban comprando sus credenciales de elector por mil 500 pesos y a principios de la semana pasada, la Policía detuvo a dos sujetos con 20 millones de pesos en efectivo (un millón de euros, aproximadamente) cuyo destino eran esas oficinas centrales del partido oficial.
En México, los partidos pagan en efectivo la movilización el día de la elección y contratan a representantes para las casillas, pues sus estructuras de militantes y grupos corporativos afines son insuficientes para cubrir todos los centros de votación en el país.
Esa incapacidad estructural de los partidos abre una posibilidad para que se alíen con organizaciones extendidas a lo largo del país, con capacidad de organización, recursos humanos y efectivo, aunque no necesariamente con actividades legales.
Del resultado de las votaciones se podrá deducir – parcialmente – para qué, para quién o quiénes trabajaron esas estructuras territoriales ajenas al tricolor.
Otro frente ha sido la entrega de recursos y apoyos a las clases más necesitadas a través de programas del Gobierno federal, es decir, clientelismo electoral.
Es tan real la posibilidad de una operación fraudulenta que la dirigente nacional de Morena, Yeidckol Polenvsky ha amenazado que si les cometen fraude no solo se soltará el tigre, sino hasta se les “aparecerá el diablo”.
Ese lenguaje amenazante obliga a López Obrador y su grupo a ser los principales promotores de una elección limpia y participativa.
Y en el ámbito legal, el equipo de Peña Nieto ha influido en la conformación del Tribunal Electoral Federal con magistrados afines al poder, con quienes podrían cerrar una pinza en caso de que la elección deba dirimirse en los tribunales.
Para el PRI solo queda esa vía para poder lograr un triunfo de su candidato.
Para Ricardo Anaya, quien toda la campaña permaneció como el segundo lugar, queda el razonamiento del voto útil de los electores y que acudan en masa a las urnas. Es un escenario muy difícil.
«Estamos en el riesgo de una regresión, de por lo menos 35 años»
Lo mejor para el país es que el triunfo del ganador sea inobjetable, por el más amplio margen frente al segundo lugar, pues ello aleja la tentación de la violencia.
Lograr un Congreso con mayoría opositora sería el mejor equilibrio para el país.
Lo que es un hecho es que gane quien gane en esta vuelta electoral por la Presidencia la sociedad quedará polarizada.
La creciente polarización conforme avanzaron las campañas ha rayado en la intolerancia y agresión entre ciudadanos y no sólo entre actores políticos, por eso es más perceptible que en otros procesos electorales.
Si el PRI impone un triunfo a través de sus tradicionales prácticas fraudulentas la polarización del país será más aguda y nos colocaría en la ruta de la violencia.
Aunque parezca increíble, aunque el mundo haya cambiado, estamos en el riesgo de una regresión, de por lo menos 35 años.
¿Por qué?, le pregunté a Cosme Haces, ya retirado y en lucha contra un cáncer.
“Esa corrupción es una característica del poder mexicano; el fraude electoral aquí es típico. Se lo debemos al PRI y al Gobierno”.
Pero su ADN es más terco que la realidad.
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