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El trauma Malvinas-Gibraltar

En la primavera de 1982 ‒cinco meses antes de que Felipe González inaugurase su moncloato de 14 años‒ Ronald Reagan decidió secundar a Margaret Thatcher en la guerra de las Malvinas, aduciendo que el Reino Unido sufría una provocación unilateral por parte de la Argentina de Galtieri.

Sin mediar una declaración formal de guerra, Thatcher ‒con la OTAN y la opinión pública internacional a su favor‒ dio orden de atacar el Belgrano, en cuyo hundimiento el 2 de mayo perdieron la vida más de 300 soldados argentinos. Mientras todo esto sucedía, el número dos de Galtieri, el almirante Jorge Anaya, el ideólogo de las Malvinas, organizaba un plan secreto para destruir un buque de guerra de la Royal Navy en la base británica de Gibraltar.

Decidido a reconquistar el archipiélago para su país, montó esta extravagante maniobra con intención de desconcertar al enemigo. La proximidad con España fue una circunstancia decisiva en la elección del objetivo, pues se consideró que el comando llamaría menos la atención en un país con un idioma común. La “Operación Algeciras” se vino abajo cuando los servicios secretos britanicos alertaron al CESID ‒el antiguo CNI‒ de la aparición injustificada de decenas de argentinos en Málaga y San Roque. Dos semanas después fracasaba también la guerra de las Malvinas con un saldo de un millar de muertos.

El eslogan “Malvinas argentinas” equivale a nuestro “Gibraltar español”

La intentona del almirante Anaya, encarcelado con los demás miembros de la Junta Militar de Galtieri, se convirtió en una anécdota histórica, pero resucitó un trauma del pueblo argentino. Todos los países del mundo sobrellevan obsesiones nacionales que, espoleadas por los políticos de turno, se convierten en poderosos instrumentos de manipulación. El eslogan “Malvinas argentinas” equivale a nuestro “Gibraltar español”, pero hay otro suceso menos conocido que produjo un intenso sentimiento de afrenta en el país latinoamericano: la privatización de la petrolera Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), que en 1999 pasó a pertenecer a la española Repsol.

La operación tuvo lugar bajo el Gobierno neoperonista de Carlos Menem, apoyado por el entonces gobernador de Santa Cruz Néstor Kirchner y la entonces diputada provincial Cristina Fernández de Kirchner.

Cuando ocho años después ‒nepotismo mediante‒ la señora de Kirchner fue elegida como sucesora de su marido en la presidencia de Argentina, le tocó reclamar la soberanía de las Malvinas (como a todo presidente español le cae la obligación de reclamar Gibraltar). En 2010, a raíz de las exploraciones petrolíferas de una empresa británica en la zona, Kirchner amenazó con sancionar a todo navío que transitara sin permiso o pretendiera realizar operaciones petrolíferas en aguas circundantes a las Malvinas.

El 10 de diciembre de 2015 ‒diez días antes del 20D que inauguró la parálisis política española‒ el antiperonista Mauricio Macri sucedió a Cristina Kirchner, heredando un país caracterizado por el descontento socioeconómico y las manifestaciones casi diarias contra una ex-presidenta considerada corrupta y envuelta en escándalos como el de la sospechosa muerte del fiscal Nisman.

Macri dijo que «Brexit sí o Brexit no”, el reclamo de la soberanía del archipiélago no iba a desaparecer nunca

Pero Macri tampoco se ha librado del síndrome de las Malvinas y el 4 de julio de este año declaraba en Bruselas que “Brexit sí o Brexit no”, el reclamo de la soberanía del archipiélago no iba a desaparecer nunca. Vaticinaba que las conversaciones con el gobierno británico iban a durar años, por lo cual debían empezar lo antes posible.

Ahora que los políticos españoles están aprendiendo a relacionarse unos con otros ‒“pactar no es traicionar”, ha explicado Zapatero a Pedro Sánchez‒, el siguiente presidente español, si llega a haberlo alguna vez, podría plantear al presidente argentino la posibilidad de interponer una reclamación conjunta Malvinas-Gibraltar al mandatario británico de turno.

En los dos países parece subyacer la idea voluntarista ‒publicitada en los medios respectivos y verbalizada por varios de sus políticos‒, de un Reino Unido debilitado tras el Brexit, cosa que facilitaría la recuperación de sus islas correspondientes. Hace cuatro años Peter Hain (ministro para Europa con Tony Blair) desveló en sus memorias que en 2002 Gibraltar estuvo a punto de obtener la soberanía compartida mediante un tratado secreto entre Reino Unido y España, pero que finalmente José María Aznar despreció ese cincuenta por ciento del control, lo que parece indicar que compartía la idea del pacto como traición de Pedro Sánchez.

Con la salida de Reino Unido de la UE, España pierde la posibilidad de afear públicamente la conducta británica ante el resto de Europa. En el Occidente políticamente correcto de hoy, la acusación de colonialismo tiene mucha más fuerza de la que España parece dispuesta a conceder.

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