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Trump: Candidato asombroso, mal presidente

Donald Trump

El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump / EFE

En enero de 2016 el entonces presidente Barack Obama aseguraba en The Today Show (programa de NBC con casi 70 años de antigüedad) que la política no es tan antagónica como pudiera parecer, criticando la nostalgia del pasado y recordando que en la Guerra de Secesión los estadounidenses se mataron entre sí durante un lustro.

En España, donde el ciudadano medio consume obligatoriamente un chute diario de guerra civil española -políticos, periodistas, intelectuales y artistas aluden a ella (¿viven de ella?) de manera directa o indirecta desde hace cuatro décadas-, puede costar creer que existan países cuyos conflictos nacionales se hayan resuelto gracias al esfuerzo común de sus habitantes.

Nueve meses después de este optimismo televisivo de un Obama ya en la rampa de salida, ganaba las elecciones generales Donald Trump, demostrando no solo que Estados Unidos está más polarizado que nunca en tiempos recientes, sino que está partido políticamente en dos, tanto como pudiera estarlo a mediados del siglo XIX, en los años previos a la Guerra de Secesión.

En la segunda década del siglo XXI sigue siendo la primera potencia mundial y se ha recuperado económicamente del crash de 2008, pero conserva la mentalidad de un país en crisis.

El millonario setentón

La nostalgia de la ‘Verdadera América’ de los años 50 aflora en ensayos como el Réquiem por el Sueño Americano de Noam Chomsky -basado en el documental homónimo, en una inversión del clásico proceso 1) libro 2) versión audiovisual- y en series de éxito mundial como Mad Men, que narra el rol de la publicidad de 1950-60 en la creación de la identidad estadounidense.

En 1961 Eleanor Roosevelt escribía que «el futuro pertenece a los jóvenes y no hay tarea más esencial que hacerles partícipes, en todo su esplendor y belleza, del sueño americano, pues podríamos perderlo si nos obsesionamos con vivir bien o con impresionar a nuestros vecinos o con triunfar».

Pese a estar en las antípodas de todo lo que representó la demócrata y pionera Eleanor Roosevelt, el sueño americano -que ella veía desvanecerse hace medio siglo largo- es lo que pretende recuperar el millonario setentón que lleva en la Casa Blanca desde enero de este año.

Trump ganó en buena medida porque se dirigió en un lenguaje llano -basto, en opinión de algunos- a un amplio grupo de estadounidenses que se sienten estafados por «el sistema»

La apropiación de la incorrección política como un lema de la derecha y el hecho de no ser un político profesional fueron las dos grandes bazas de Donald Trump para ganar las elecciones de 2016 con un lema pirateado de la campaña de Ronald Reagan de 1980: «Recuperar la grandeza de América» (Make America Great Again).

Trump ganó en buena medida porque se dirigió en un lenguaje llano -basto, en opinión de algunos- a un amplio grupo de estadounidenses -50 millones, concretamente- que se sienten estafados por «el sistema», es decir, por el mastodonte estatal e institucional de su país. Prometió que al librar a su país de las élites corruptas y de los voraces grupos de presión que usan la política en beneficio propio, todo se arreglaría.

El expresidente de los Estados Unidos, Barack Obama / EFE

Estados Unidos volvería a ser aquel lugar ordenado y rico de los años cincuenta, poblado por familias felices instaladas en casas de colores -las Little Boxes de Malvina Reynolds que popularizó Pete Seeger- rodeadas de inmaculadas verjas blancas y con relucientes Packard y Chevrolet aparcados en la puerta.

Los fuegos artificiales

El plan de reforma fiscal de Trump va camino de concretarse en una bajada de impuestos para ricos que deja el sistema recaudatorio tan lleno de lagunas y trampas como siempre. En cuanto al sistema sanitario, en vez de perfeccionar el Obamacare, los republicanos se han estancado intentando aprobar un proyecto de ley que dejaría a millones de votantes del propio Trump sin cobertura.

En política exterior sus propuestas electorales tenían la atractiva osadía de la rebelión antisistema: Estados Unidos debe dejar de ser «el policía del mundo»; la OTAN es una estafa; los países con presencia militar estadounidense deben contribuir a mantenerla económicamente; los países que se proclamen contrarios al Estado Islámico deben luchar contra él; la tortura puede usarse en los interrogatorios de sospechosos de terrorismo. Durante la campaña electoral es indudable que el reclamo de este neo-aislacionismo era considerable por su novedad y por su simplismo valentón.

Hay una creciente polarización ante la maraña de recelos y manías persecutorias entre el partido demócrata y el republicano, ambos incapaces de confiar en él

Pasados nueve meses, sin embargo, la imagen internacional de Estados Unidos y del propio Donald Trump han sufrido un varapalo de proporciones mayúsculas. En su propio país mantendría al parecer la fidelidad de sus votantes, pero comienzan a verse los resultados de la estrategia de hacer política con mentalidad empresarial, con el provecho propio como única meta:

1) peligroso aislamiento del mundo; 2) prolongación ilegal del entramado de sus negocios personales/familiares mezclados con la actividad presidencial; y 3) creciente polarización ante la maraña de recelos y manías persecutorias entre el partido demócrata y el republicano, ambos incapaces de confiar en él.

Y planea la alargada sombra que empaña su sorprendente victoria: la sospecha de un fraude electoral amañado con ayuda de Vladimir Putin. Los fuegos artificiales de la campaña de 2016, que pasmó al mundo, son hoy ascuas de las que sale un denso humo oscuro.

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