Cuando queda una semana para que los estadounidenses acudan a las urnas ‒antes de ese día habrán votado anticipadamente casi 50 millones de votantes registrados‒, resuenan los lamentos sobre el año previo al 8 de noviembre. El sociólogo Ian Bremmer califica irónicamente el plebiscito estadounidense de 2016 como “más bochornoso que Brexit, incluso antes de haber sucedido”.
En un país que tuvo como España una crisis en 2007 ‒motivada también por la corrupción financiera e inmobiliaria−, pero cuya recuperación refleja una tasa de desempleo del 5%, esta campaña electoral ha dejado la sensación colectiva de estar ante una broma macabra que el país no merece.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraMientras las teorías conspiranoicas siguen aflorando en un ambiente de surrealismo generalizado donde el espectáculo diario parece siempre mayor que el de ayer pero menor que el de mañana, puede resultar útil regresar a los orígenes.
A mediados de los años setenta, cuando Bill Clinton había pedido a Hillary Rodham en repetidas ocasiones que se casara con él y ella no acababa de decidirse, la abogada demócrata de Illinois tenía un futuro brillante en Washington DC, donde había trabajado en la Comisión Judicial del Congreso en la argumentación del caso legal que sirvió para defenestrar al presidente republicano Richard Nixon.
En 1974, en vez de avanzar en su prometedora carrera, Hillary se mudó a Arkansas para ayudar a su entonces novio en la carrera política de él
Hoy el argumento que se emplea reiteradamente contra la candidata demócrata es su desmedida ambición, pero en 1974, en vez de avanzar en su prometedora carrera en la capital del país, Hillary se mudó a la casi desconocida ciudad de Fayetteville, Arkansas, para ayudar a su entonces novio en la carrera política de él.
Como todos sabemos, Bill Clinton acabaría llegando a la Casa Blanca en 1993, tras haber sido Gobernador de Arkansas entre 1978 y 1992, en dos periodos sucesivos.
La admiración por el aristocrático John Kennedy implicaba también emular la satiriasis
Tanto Bill como Hillary proceden de familias desestructuradas con problemas económicos y ambos comparten una admiración provinciana por el “Camelot” demócrata de los Kennedy.
En el caso de Bill, en 1963 (con 16 años) dio la mano al entonces presidente John Kennedy en una visita colegial a la Casa Blanca y lo define como el detonante de su decisión de entrar en política, junto con el discurso “I Have a Dream” de Martin Luther King, que escuchó en directo y aprendió de memoria. Para el chico sureño −hijo póstumo de un vendedor ambulante y con un violento padrastro alcohólico de apellido Clinton−, la admiración por el aristocrático John Kennedy implicaba también emular la satiriasis, que le llevaría ante los tribunales en 1998 por el mundialmente famoso “Affaire Lewinsky”, acusado de perjurio y obstrucción de la justicia.
¿Le gritaría entonces Hillary Clinton “¡Nunca debí haberte hecho presidente!”, como grita Claire a Frank Underwood al final de la tercera temporada de House of Cards?
En todo caso, Hillary no se pudo permitir el lujo de pedir el divorcio, porque una mujer divorciada nunca llegaría a la Casa Blanca. El único en lograr semejante hazaña ha sido Ronald Reagan, que llevaba tres décadas casado con su segunda esposa Nancy cuando se presentó como candidato.
A Hillary Clinton le tocó tragarse los cuernos mundiales y el orgullo, para cumplir la segunda parte del pacto que había hecho con su marido: “Te ayudo a ser presidente si tú me ayudas a mí”. Esta es la gran paradoja que arrastra la candidata demócrata: su mochila biográfica está cargada de problemas –Whitewater, Bengasi, la guerra de Irak, su mala salud, el servidor privado de emails−, pero su gran lastre es haber seguido casada con el mentiroso Bill Clinton.
Una buena parte del electorado, incluido el femenino, la considera una cornuda consentidora, mentirosa y ambiciosa sin límites.
Esta grave penalización parece haber motivado que la campaña electoral de la primera mujer estadounidense que aspira a la Casa Blanca gire en torno a la voracidad sexual de tres hombres: 1) Bill Clinton, su marido y ex presidente; 2) Donald Trump, el candidato republicano y su rival electoral; y 3) Anthony Weiner, ex diputado demócrata y esposo de Huma Abedin, su asesora política.
El exhibicionismo sexual de este último, que ya saltó a los titulares hace tres años ha puesto la guinda a la campaña, al hacerse público que el FBI está investigando 30.000 correos del matrimonio Weiner, para determinar si contienen información oficial o no. De este delirante modo, Trump, considerado por muchos el rival perfecto para permitir a Clinton llegar a la presidencia, se ha convertido in extremis en una amenaza real.