Madrid está convulsa. Está convulsa por el daño que siempre hace la mentira, o más bien para ser rigurosos, el daño que provoca el ocultamiento de la verdad. Esta semana hemos visto cómo la muerte natural de Mmabe Mbage ha sido la espoleta que necesitaban algunos para reproducir los violentos altercados que ya hemos visto en otras ciudades, como Florencia.
Como siempre, vemos a la izquierda radical utilizando a los más débiles para lanzar sus ideas caducas. Es la izquierda que en España ha renunciado a defender la igualdad, ha renunciado a mejorar la vida de los más débiles, ha abandonado la defensa de la patria. La izquierda a la que ya no le queda otra que lanzar a colectivos a los que llena de odio contra su propia gente, que atónitos ven como queman sus coches, incendian sus calles, y que tienen miedo a caminar en su propio barrio en el centro de Madrid, donde se libra una batalla campal.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraEste episodio no es un hecho aislado, ni casual. Esta forma de utilizar un hecho desgraciado forma parte de la estrategia de algunos que ya no tienen propuestas para mejorar la vida de los europeos y que esperan a cualquier oportunidad para apropiarse de su dolor y crear odio. Tienen en su ADN grabado a fuego el resentimiento, e incapaces de hacer prosperar a los suyos, no les queda otra opción más que agruparlos y mentirles. Así cegados por esa mentira, salen a la calle a defender las consignas de los eternos becarios, que disfrutan cómodamente viendo como otros dan la cara por las ideas que ellos quieren imponernos. Los eternos becarios que en su vida han aportado algo a la sociedad, que languidecen con un sueldo pagado con nuestros impuestos y nos drenan en vez de aportar.
«Tibios por falta de convicciones y aburguesamiento, la mayoría de los políticos de distintos partidos que hoy plagan nuestras instituciones carecen de la más mínima vocación social, disfrutan de su posición sin entender cuál debería ser su principal objetivo»
Claro que estos que se dicen políticos pero que denigran las instituciones, no estarían en el poder si los que conocían bien las ideas de la izquierda, los que comprobaron su fracaso y discrepaban de su visión estatista, contraria a la libertad, hubieran hecho algo en el ámbito de las ideas por rearmar una respuesta política. El adversario ha aprovechado su tibieza y aburguesamiento para avanzar con su hegemonía, la de Gramsci, e imponernos su pretendida supremacía cultural. No hay más que darse una vuelta por las universidades públicas españolas.
Tibios por falta de convicciones y aburguesamiento, la mayoría de los políticos de distintos partidos que hoy plagan nuestras instituciones carecen de la más mínima vocación social, disfrutan de su posición sin entender cuál debería ser su principal objetivo. Han olvidado que tienen la responsabilidad de garantizar las condiciones para que los ciudadanos mejoren no sólo en bienestar material, sino también que crezcan como individuos en libertad, integración social, educación y ética. Para la mayoría de nuestros dirigentes la política es una profesión como otra cualquiera; les garantiza un sueldo y no deparan en la gran responsabilidad social que les ha sido encomendada.
«Se atreven a acusar a los atónitos vecinos de ser racistas y se pretende meterles amordazados en los portales para que no se discrepe de la versión de la dictadura de la izquierda»
Ayer teníamos que escuchar con sonrojo como nuestra irresponsable alcaldesa afirmaba que estaba esperando a dar una rueda de prensa “solemne”. La realidad es que mientras ella esperaba el mejor momento para la solemnidad, sus protegidos, bien dirigidos, destrozaban un barrio y atemorizaban a sus vecinos. Al final resulta que han utilizado a una comunidad de senegaleses, pobres entre los pobres, a los que hemos visto furiosos, perjudicándoles.
La realidad cierta y constatable, es que han destrozado un barrio. Repararlo nos costará cientos de miles de euros. La realidad es que hoy los locales y viviendas en ese barrio han perdido de la noche a la mañana al menos un veinte por ciento de su valor. Han atribuido a Lavapiés la etiqueta de barrio peligroso, convulso. Han perjudicado al madrileño que había ahorrado toda su vida para comprarse una casa allí. Ese vecino de Lavapiés hoy es un poco más pobre gracias a nuestra alcaldesa y sus secuaces, que por omitir voluntariamente la verdad, que por esperar al momento solemne ha conseguido el triste efecto material del paso de las ideas de la izquierda por nuestros barrios: inseguridad y pobreza.
Pero hay otro consecuencia; el daño moral, el daño que provoca la mentira que es socavar el buen nombre de quienes están para protegernos y que han cumplido con su trabajo. El intento de sembrar la duda sobre la labor de la policía, de quitar legitimidad a la autoridad. A la vez, se atreven a acusar a los atónitos vecinos de ser racistas y se pretende meterles amordazados en los portales para que no se discrepe de la versión de la dictadura de la izquierda, esa con la que te callan si no estás de acuerdo….tienen experiencia en extender el miedo.
Florencia, Lavapiés, Saint-Denis….algunos ya han fijado estrategia en Europa para este año, volver a utilizar a los más débiles y manipularles para incendiar la calle. Y hoy estamos aquí no por casualidad, no por un desgraciado hecho accidental. Estamos aquí porque hay veces que se llega a situaciones indeseadas, y no sólo por las ideas caducas y mal intencionadas de algunos, sino por la omisión de su obligación por parte de otros, por la conjura de los tibios y los buenistas. Disfrutamos de una serie de derechos y libertades que quizás algunos piensan que se heredan, sin entender que en realidad, para preservarlos se tienen que defender todos los días. No entendemos lo rápido que se puede degradar un país cuando es atacada la libertad del individuo, y la propiedad privada, o se imponen ideologías totalitarias y no se reacciona por egoísmo o por miedo.
Los países, como los individuos, no tenemos nunca un futuro trazado, ni la prosperidad asegurada. Ahora nos encontramos en una encrucijada que demanda especial atención. Estamos en una bifurcación, en el dilema entre seguir sometidos a la dictadura del relativismo, a la falsedad de los medios de comunicación y de las redes, a los dictados del mundialismo; o levantar la bandera de la reacción para recuperar la verdadera libertad, la del individuo, la que le permite elegir, ser libre, crecer como individuo y en sociedad.
«Inexplicablemente, la ideología que más pobreza, dolor y sufrimiento ha causado en el siglo XX no ha sido enterrada y superada, sino que renace ahora, y con suficiente cinismo como para aleccionar a los demás»
Es hora de defender los principios de la democracia y la libertad con valentía. No hacerlo así nos lleva a la claudicación. Ahora se nos machaca con el mantra del consenso y el diálogo, pero no por un afán de convencer al que piensa distinto, sino sólo para camuflar la falta de ADN; la falta de ideas y el miedo a contradecir el totalitarismo del pensamiento hegemónico. Inexplicablemente, la ideología que más pobreza, dolor y sufrimiento ha causado en el siglo XX no ha sido enterrada y superada, sino que renace ahora, y con suficiente cinismo como para aleccionar a los demás, que silenciosamente se limitan a bajar la cabeza y a actuar a remolque.
Es justamente por esto, que urge volver a los principios básicos, a las raíces, a la defensa de la libertad y de los valores, la defensa de la dignidad humana, la propiedad privada, la familia, del libre mercado, la defensa del mérito, del esfuerzo, la empatía social con el débil, la defensa de nuestra identidad frente a la sumisión. Son los principios y valores que permitieron a Europa y a los europeos prosperar como individuos y como sociedad. No hacerlo nos aboca a estar bajo el sometimiento de otros que con una mentira y con odio, destrozarán lo que tanto nos ha costado levantar. Tú eliges la Europa que quieres. Tú eliges como quieres que sea el barrio donde vas a vivir. Piénsalo.