Demostraría conocerme muy poco quien esperara de mí una crónica del acto de Vox en Vistalegre, y tampoco podría achacarle mucha intimidad al que pensara que voy a defender, explicar o glosar el muy respetable mensaje de Santiago Abascal .
No, voy a hacer otra cosa que me gusta más y se me da mejor: voy a responder a los medios.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraPorque los medios, los que han caído en la trampa de hablar de ellos, han dedicado, están dedicando y van a dedicar resmas interminables de artículos de opinión preguntándose por el porqué de Vistalegre. No, no soy adivina: es que esto ya ha sucedido antes.
Como sé que mucho de esos artículos, probablemente la mayoría, van a ser un ejercicio en dialéctica biempensante y retorcidas teorías que solo sirvan para dejar bien claras las intachables credenciales progresistas del autor, me voy a adelantar y voy a darles yo las razones.
«Hay un momento -punto de saturación- en el que el común se cansa de que le digan lo que tienen completamente prohibido pensar o decir o sentir»
¿Por qué no cabía un alfiler en Vistalegre? Porque ya era hora. Porque no existe un país de nuestro entorno que no tenga un partido así, llámenlo ‘populista’, ultra, soberanista o como mejor se ajuste a su mentalidad, y que no esté creciendo como las setas tras las lluvias de noviembre.
En Francia -ya saben: cuando Francia estornuda, todo el mundo se resfría-, el Frente Nacional de Le Pen -ya no se llama así, pero tanto me da- lleva décadas siendo el mayor partido de Francia en número de militantes, y en las últimas presidenciales todas las fuerzas políticas tuvieron que agruparse detrás de un diputado de diseño, sin partido aún, para que no ganase Marine en segunda vuelta.
En Italia gobierna ese ‘populismo’, como en Estados Unidos cuando le dejan hacer a Trump, y a medias en Austria; en esa meca del progresismo que es Suecia se han colocado como tercera fuerza entre dos partidos con los mismos votos, la Alternativa para Alemania no para de crecer, como el partido de Geert Wilders en Holanda, y de Europa del Este, mejor ni hablamos.
¿Más razones? Por saturación. Al pueblo nos intimida la propaganda agresiva, hasta cierto punto. Hay un momento -punto de saturación- en el que el común se cansa de que le digan lo que tienen completamente prohibido pensar o decir o sentir.
El otro día, La Sexta dedicó su programa estrella ‘Al rojo vivo’ a hablar de Vox. Pero sin preguntar a nadie de Vox. Hombre, esas cosas se acaban notando, que es que están perdiendo el mínimo de sutileza manipulativa.
De hecho, sospecho que ahora que el gato está fuera del saco, como dicen los anglohablantes, los medios le van a hacer la campaña a Vox como se la hicieron a Trump. Hablarán obsesivamente de «la amenaza ultraderechista», incluso cuando muchos de estos artículos e intervenciones tertulianas se hagan para decir que no conviene hablar de ellos. No lo pueden evitar, es más fuerte que ellos.
Hacer como si no existieran, es innegable, ha funcionado. Nadie hablaba de Vox, e incluso su votante ideal, el que podía firmar hasta la última coma de su programa, se achantaba por miedo a eso que llaman «tirar el voto». Si nadie habla de él en la tele o en los diarios es que es un partido marginal y votarlo es exactamente lo mismo que depositar el papelito en el contenedor azul. Pero ahora que hasta La Sexta habla de ellos, eso se acabó.
¿Más? Por desesperación. Supongamos que usted es un español normal, que se considera tirando a liberal y completamente alejado de cualquier extremismo, hasta la alergia. A usted le han dicho que Vox es un partido extremista, y eso le ha echado siempre para atrás.
No, no: usted no va a apoyar aventuras políticas ni a demagogos vociferantes; la sola idea le hace sudar frío. No: después de todo, lo que usted quiere, lo que pretende del gobierno, es todo muy normal, moderado, hasta modesto.
No tiene la menor intención de salir a la calle con una rojigualda ni a poner la Marcha Real a todo trapo. Pero, bueno, tampoco le gusta que a uno le llamen ‘facha’ por apreciar los símbolos patrios, ni que silben el himno como si fuera una canción de Valtonyc.
No quiere para nada una vuelta al nacionalcatolicismo. Pero eso de que cada fiesta cristiana tenga que enfrentarse a ofensas continuas y a blasfemias en repetición es bastante agotador, por no hablar del contraste con el tratamiento a otras confesiones religiosas.
«No hay partido de peso que no preste la debida obediencia servil al lobby gay, que esté dispuesto a una defensa siquiera moderada de nuestras tradiciones o que pretenda recuperar cierto control sensato sobre nuestras fronteras»
Tampoco quiere cerrar la frontera a cal y canto, pero piensa que, bueno, la frontera está para algo, y si saltársela por las bravas es ilegal, no debería premiarse con ayudas que no llegan siempre a los que están aquí y pagan sus impuestos.
Es personalmente muy respetuoso con los homosexuales, y decidido a que se les respete y hagan de su capa un sayo en su vida privada. Pero le hastía que exijan privilegios a todas horas, que quieran hacer a su hijos ‘experimentar’ con la sexualidad y que la del arcoiris se vea mucho más que la propia bandera nacional.
Usted se alegra un montón de que España esté «en Europa», es decir, en la Unión Europea, pero empieza a recelar frente a los intentos de gobernarle totalmente desde Bruselas, por no hablar de que, en ocasiones, desde fuera parecen tomarnos por el pito de un sereno.
Podríamos seguir y seguir con un montón de cosas absolutamente sensatas y tan moderadas que hace no tanto eran patrimonio común de todos o casi todos los partidos. Pero que hoy no lo son de ninguno.
No necesito dar nombres, pero no hay partido de peso que no preste la debida obediencia servil al lobby gay, que esté dispuesto a una defensa siquiera moderada de nuestras tradiciones o que pretenda recuperar cierto control sensato sobre nuestras fronteras o la inmigración.
Ha visto cómo el partido al que siempre ha votado esperando estas cosas tan simples y elementales mantenía la Ley Aído, desarrollaba la de la Memoria Histórica, y dejaba intactas otras como la de Igualdad y la de Violencia de Género, que parten de la culpabilización preventiva de la mitad de la población. Por no hablar de ‘leyes de género’ aprobadas ‘ex ovo’ por esos mismos ‘conservadores’ que no se le ocurrirían ni al que asó la manteca.
Y eso, y no «el regreso de los fascismos», es lo que explica Vistalegre, créanme.