Los medios de comunicación se han convertido en órganos de interpretación. Y lo que está pasando con los resultados de las elecciones es un ejercicio de lo que los expertos llaman “tercer nivel de agenda setting”: cuando a la gente no solo se le provee el marco en el que tiene que analizar una noticia, sino que se le da la lectura misma de la noticia, su interpretación.
Leemos en varios periódicos que el PP hubiera sacado 98 diputados si no hubiera existido Vox. O sea, que Vox tiene la culpa de la “atomización” de la derecha que nos ha costado a todos que Pedro Sánchez permanezca en la Moncloa.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraPero esta interpretación parte de algunos supuestos que no se ajustan a la realidad. Veamos.
Supuesto 1: la derecha era una masa uniforme en la que todos los votantes estaban muy contentos en el PP y Vox sedujo a un grupo, lo que perjudicó a los demás. Y “los demás” (es decir, los del PP) le reclaman la traición. Los periodistas la muestran como una traición caprichosa.
Supuesto 2: el PP, el de ahora –igual que el de Rajoy– es la referencia principal, más acabada, más clara, del pensamiento de la derecha. Por eso los otros pensamientos se alejan del PP o se acercan a él. El “ombligo del mundo” ideológico de la derecha es el pensamiento del PP de Pablo Casado.
Supuesto 3: lo más importante en la estrategia electoral es desalojar a una persona de La Moncloa –en este caso, a Pedro Sánchez– o a un partido. Estamos en una emergencia y todos tienen que renunciar a su ideario político por ese fin, que marca la pertenencia a un espectro ideológico. Según este supuesto, “la derecha” son los que se oponen a Sánchez.
Estos tres supuestos son totalmente falsos. Y por eso la explicación de que Vox dividió a la derecha es una falacia, un gran engaño.
Vamos por partes.
No es cierto que la derecha era una masa homogénea en la que todos estaban muy contentos hasta que apareció Vox. De hecho, Vox nació 5 años antes de que fuera el “Vox de 2,7 millones de votantes”. Además, Abascal ha construido piezas oratorias notables, pero está lejos de ser el flautista de Hamelin. Es decir, Vox no dividió una masa ideológica sólida y muy contenta. Fue más bien el vehículo para que un grupo ya muy tensionado expresara su verdadero pensamiento en temas sensibles. ¿Hace falta recordar que Rajoy mismo “botó” del PP a liberales y conservadores? ¿Cómo es la cosa: un líder del partido invita a unos votantes a irse y otro líder les reclama que se hayan ido y que dividan el voto?
Y ojo que no ha sido solo un tema de menciones en el ideario o en el plan de campaña. Baste recordar la expulsión de las listas de todos los diputados pro vida en 2015 o el aislamiento al que fueron sometidos grandes políticos –como Jaime Mayor Oreja–, llegando a hacer el partido todo lo contrario a lo que ellos defendían en terrenos como la vida o la lucha contra el terrorismo. Esto sin mencionar la aprobación en varias comunidades autónomas del PP –la más saltante, la de Madrid– de leyes mordaza LGTBI o similares. Después de todo esto es un atentado contra la inteligencia que el PP esperara que gente como Abascal, Lourdes Méndez, Gil Lázaro, entre otros, se quedaran en una agrupación política que no tenía prácticamente nada qué ofrecerles. O que gente como Rocío Monasterio o Iván Espinoza los siguieran votando.
El segundo supuesto –el de que el PP es la mejor referencia de la derecha–, es posible solo si se le hace caso al pensamiento débil. Según esto, la única forma de lograr consensos es ubicarse en la nada ideológica: para no pelearnos, tenemos que hacerle caso a Gianni Vattimo y no sostener nada firme, y así lograr “ponernos de acuerdo”. Esto puede funcionar para algunos, pero al menos 2,7 millones de españoles piensan que no defender nada en política no es una buena forma de estar de acuerdo.
Y con respecto al supuesto 3, una parte del electorado se ha dado cuenta de que solo cambiar caras no alcanza: ahora quieren que cambien políticas, maneras de hacer las cosas. Puede ser que, en algunos casos de gran necesidad, lo prioritario sea desplazar a una persona, aunque se tengan que hacer alianzas electoralistas débiles. Pero no se puede vivir permanentemente en emergencia, sobre todo cuando lográndose reemplazar a la persona no se cambian las políticas ni la matriz ideológica.
En el 2011 el PP recibió una mayoría de votos con grandes expectativas. Pero pasaron dos legislaturas –una con mayoría absoluta–, y muchos votantes siguieron sintiendo que estaban en la época de ZP. Claro, lo económico se salvó, había empleo –¡vamos, que España no estaba en llamas!–, pero en casi todo lo demás era como si nada hubiera cambiado.
Por lo tanto, siendo falsos los tres supuestos, el verdadero titular es: “el PP perdió la oportunidad de llegar a 98 escaños… por traicionar a su electorado”. O sea, el PP dividió a la derecha con su indefinición, y obligó a muchos votantes a buscar a alguien más que les diera lo que buscaban. Vox no es la causa de ninguna pérdida, es una de las consecuencias del rumbo ideológico de un partido que, si no se aclara pronto, cosechará un desastre aún mayor en cuatro semanas.