De verdad que no lo hago a propósito. No es en absoluto mi intención dar la nota ni ser Doña Contreras ni ir por la vida de disidente. Pero resulta que OK Diario publica un intercambio de mensajes privados de Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero en una red que comparten una serie de líderes de Podemos. Y la gente se ha lanzado a criticar ferozmente lo que, en mi nada modesta opinión, tiene menos importancia.
Empezaré por decir que todo este asunto me produce cierta instintiva repugnancia. Ya sé, ya sé: conozco todas las justificaciones y explicaciones para dar por bueno que rebusque entre la ropa sucia de los llamados ‘hombres públicos’. Me convencen solo a medias, si eso, y desde luego no basta para frenar la arcada instintiva.
Iglesias: “La azotaría hasta que sangre. Soy marxista convertido en psicópata”
Pero, bueno, ya está hecho y ya hemos leído los mensajes. Y todo el mundo y su cuñado se ha lanzado contra lo mismo, referido a la presentadora de televisión Mariló Monterto: “La azotaría hasta que sangre. Soy marxista convertido en psicópata”.
Sí, suena fatal, asqueroso, pero… Pero es lo menos interesante, con diferencia. Es una conversación íntima entre colegas; no hay modo de saber si es un deseo real o, más probablemente, una ‘gracia’ de dudoso gusto. Personalmente, y sé que aquí arriesgo bastante, estoy persuadida de que el señor Iglesias no tiene verdadera intención de azotar a la periodista, sangre o no, ni me parece una prueba de sus perversas fantasías.
En mi experiencia, la gente dice cosas bastante impublicables entre amigos. No me gustaría que me juzgaran por algunas personales que me vienen ahora a la cabeza.
La propia publicación que se hace eco de estos mensajes señala que «la conversación muestra al Pablo Iglesias que habla en confianza con un amigo íntimo, muy alejado del político que ha pretendido presentarse como el abanderado de los derechos de las mujeres y de la lucha contra la llamada violencia de género».
«¿De verdad creen que no podría haber dicho otro tanto de Eduardo Inda?»
No me creo ni por un segundo que haya nadie tan ingenuo para pensar que los políticos creen todas las declaraciones que se ven obligados a hacer ante el altar de lo políticamente correcto, o que la frase de pésimo gusto sea «machista». La periodista parece ser un enemigo personal del político. Cámbienle el género: ¿de verdad creen que no podría haber dicho otro tanto de Eduardo Inda? ¿Todo lo malo que se diga sobre una mujer es machismo, es esa la igualdad a la que aspiramos, mantenernos convertidas en una clase protegida como delicadas damiselas victorianas?
¿Qué nos pasa, que estamos siempre colando el mosquito y tragándonos el camello? Pablo Iglesias, Podemos, es un horror por la ideología que defiende, un sistema que solo ha traído desolación, sangre, opresión, represión y miseria. ¿Y lo que nos importa es una gracia estúpida sobre una periodista?
He leído en redes sociales que con esta revelación Pablo Iglesias queda «desenmascarado». Señor, dame paciencia. Pero, ¿es que no le han leído y oído? ¿No escucharon su primer discurso en el Congreso, que empezó alabando al asesino de un pobre veinteañero inocente? ¿No están hartos de oír lo que ha dicho mil veces en público, su visión totalitaria, el resentimiento que destila, la ideología de muerte que defiende?
Si necesitan este mirar por la cerradura de la intimidad de Iglesias con sus amigos para alarmarse, dejen en paz, es mi consejo, ese «atentado contra el feminismo», esa «incitacion a la violencia de género» que no es una cosa ni la otra, sino solo una patochada, y quédense con que no le gusta la familia.
El objetivo a batir de toda la progresía desde hace ya demasiado tiempo, con demasiado éxito: la familia
Y ese es el quid, porque ese es el objetivo a batir de toda la progresía desde hace ya demasiado tiempo, con demasiado éxito: la familia.
Lo que ahora necesitamos como el comer son políticos que valoren la familia, porque en su crisis está la razón y el secreto de toda la crisis social; no de boquilla, no con alguna limosna-soborno o alguna medida electoralista menor para salir del paso, sino como centro de su quehacer político.
Si la familia está sana, lo estará la sociedad. Si la familia no funciona, no hay nada que hacer, por mucho que suba el PIB o nos dé a todos Pablo la paguita.
Pero me temo que fortalecer de verdad a la familia exige demasiados esfuerzos, demasiados cambios poco compatibles con el pensamiento único o con lo que complace a Bruselas.
Así que mejor sacamos horcas y antorchas y linchamos a Pablo por antentar con la imaginación contra la integridad de una periodista.
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