En la actual coyuntura de pactos postelectorales se ha puesto de manifiesto una vez más una de las taras más fastidiosas de nuestra cultura política: la intolerancia asimétrica. En el espectro de formaciones políticas nacionales hay tres partidos que podríamos denominar genéricamente tradicionales y moderados: un partido conservador-liberal (PP), un partido de centro-derecha y centro izquierda a la vez (Cs) y un partido de izquierdas (PSOE).
A la derecha del PP hay un partido desinhibido de corte nacionalista español, VOX, probablemente más cercano a la primera AP de Fraga, que a una extrema derecha del tipo de Fuerza Nueva de Blas Piñar. A la izquierda del PSOE está Podemos -de denominación fluctuante-, un partido de agregación de movimientos antisistema de fisonomía nítidamente marxista.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
Suscríbete a Actuall y así no caerás nunca en la tentación.
Suscríbete ahoraPodemos decir que se trata de un abanico ideológico completo de partidos que han aceptado las reglas del juego parlamentario y constitucional. Sin embargo, gran parte de Cs, el PSOE y Podemos niegan la legitimidad democrática a VOX, apriorísticamente, sin sentir la necesidad de justificarlo. Es un veto “ontológico”, “por ser vos quien sois”. Y en consecuencia se les deja fuera de cualquier posibilidad de pacto o negociación. Se les considera tóxicos per se, un error de la naturaleza política, y se trata de atajar su efecto nocivo con el llamado cordón sanitario.
Con ese mismo criterio -claramente ideológico, sin fundamento in re– habría que aplicar esas mismas medidas de cuarentena a Podemos, un partido que en su origen extraparlamentario buscaba una subversión del sistema al estilo de las dictaduras bolivarianas. Pero no. A ellos se les considera legitimados al cien por cien para establecer pactos, negociaciones e incluso gobiernos de coalición. Un partido que hable con Vox es considerado como un putero sorprendido en un vergonzante affaire extramatrimonial.
Pero esta asimetría cargada de ciega hipocresía es vieja. Nunca se trató igual el delirio criminal nazi que el estalinista. No se ensalzó igual la Primavera de Praga que la revolución pacífica de Solidarnosc
Por el contrario, el mismísimo presidente del Gobierno puede sentarse a negociar públicamente con los dirigentes de Podemos sin que se le pase a nadie por la cabeza que eso es igual de democrático o de antidemocrático que hacerlo con VOX. Para muchos políticos más vale perder una determinada plaza que pedirle el voto a VOX, pero sin embargo, el presidente puede pedir los votos no solo de Podemos, sino de partidos que propugnan el golpe de estado.
Pero esta asimetría cargada de ciega hipocresía es vieja. Nunca se trató igual el delirio criminal nazi que el estalinista. No se ensalzó igual la Primavera de Praga que la revolución pacífica de Solidarnosc. Y en el plano cultural es más evidente si cabe. Un director de cine de izquierdas tiene infinitas veces más posibilidades de triunfar en un festival que uno de derechas. La Academia de cine española se ha sentido muchas veces con la autoridad moral de tomar posición política contra la derecha pasando por encima de aquellos de sus miembros que pensaban distinto. Y es así porque les inviste ese halo de legitimidad inventada que está por encima de la ilegitimidad -también imaginaria- de quienes piensan en clave no izquierdista.
Es evidente que el marxismo, no sólo ha dominado culturalmente el siglo XX, sino que mantiene su hegemonía en el XXI. Aunque muchos han levantado acta de su defunción, como Francis Fukuyama, su espíritu ha arraigado con fuerza en la opinión pública y en el ámbito académico y cultural. Hasta la gente de derechas es marxista en muchas cosas sin saberlo. Grande Marx.