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El petróleo suní contra el chií

De izquierda a derecha: el ayatolá Ali Jamenei (Irán), Vladimir Putin (Rusia) y el rey Salmán bin Abdulaziz (Arabia Saudí)

Este fin de semana se reunieron en Doha, la capital de Catar, representantes de todos los países de la OPEP y de Rusia con el fin de limitar la producción de petróleo y lograr así que su precio se recupere. Había buena disposición a alcanzar un acuerdo hasta el punto de que el ministro del petróleo saudí llegó con instrucciones de firmar un acuerdo, aunque no lo suscribiera Irán, con tal de favorecer una siquiera modesta subida de precios. Y Moscú estaba dispuesto a presionar cuanto hiciera falta para alcanzarlo porque el descontento en Rusia es cada vez mayor y los gastos sociales se financian con las ventas de hidrocarburos. Sin embargo, a última hora, el representante saudí recibió órdenes estrictas de rechazar todo acuerdo al que no se sometiera Irán y Moscú no fue capaz de imponérselo a su aliado.

Sorprende la incapacidad de Rusia para meter en cintura a su supuesto socio menor, el Irán de los ayatolás, al que acaba de vender una partida de misiles de alcance medio S-300 aprovechando el levantamiento de las sanciones. Lo normal es que el socio senior imponga al socio junior la política que conviene al primero. Sin embargo, ha ocurrido lo contrario. Una de dos, o Rusia está muy lejos de ser la potencia regional que dice ser o en el Kremlin creen que compensa asumir los sacrificios que la falta de acuerdo va a exigir a cambio de que Irán disponga de los medios necesarios para vencer en su lucha por el liderazgo islámico.

La estabilidad social de Arabia Saudita y la conservación del poder por parte del régimen teocrático wahabita depende de los ingresos petrolíferos

Sorprende asimismo que en Riad haya, como parece, una lucha entre quienes son partidarios de llegar hasta las últimas consecuencias en la guerra de precios con Irán y los que piensan que con ello se está poniendo en riesgo la paz interior. La estabilidad social de Arabia Saudita y la conservación del poder por parte del régimen teocrático wahabita depende de los ingresos petrolíferos. Los ciudadanos saudíes no pagan impuestos. No sólo, sino que la mayoría de ellos trabaja para el Estado o finge que lo hace a cambio de un sueldo que pagan los petrodólares. Los trabajos penosos o simplemente exigentes los realizan emigrantes sin apenas derechos, aunque la mayoría de ellos son musulmanes.

Siendo cierto que el coste de extracción del petróleo en Arabia Saudí es de los menores del mundo y apenas alcanza los 5 dólares por barril, la poderosa monarquía del Golfo no puede permitirse descensos indefinidos del precio del petróleo sin poner en peligro su propia estabilidad social. Y sin embargo, parece que el monarca, en contra de la opinión de algunos, prefiere dar prioridad a su guerra con Irán, donde los costes de extracción son más altos y a quien por lo tanto perjudica más un precio del barril bajo. En este sentido, el incremento en el número de ejecuciones llevadas a cabo en el país suní podría ser la prueba de que el rey está dispuesto a asumir cualquier riesgo, y a sofocar con mano de hierro cualquier descontento que los precios bajos puedan provocar, con tal de seguir combatiendo al chiismo con todas las armas, incluida el petróleo.

Abandonado por Occidente, en general, y por Obama, en particular, Oriente Medio es cada vez más un polvorín que cualquier chispa podría hacer estallar

Por último, lo ocurrido en Doha demuestra que la república islámica iraní está decidida a recuperar a toda costa los ingresos que antes de las sanciones le proporcionaba el petróleo para emplearlos en seguir persiguiendo el liderazgo de los musulmanes del mundo, lo que a su vez implica exacerbar su enfrentamiento con Arabia Saudí.

Abandonado por Occidente, en general, y por Obama, en particular, Oriente Medio es cada vez más un polvorín que cualquier chispa podría hacer estallar. Si alguna vez creímos que Rusia estaba en condiciones de controlar la situación, cada vez es más evidente que no es así. La única esperanza que nos queda es que, cuando Hillary Clinton gane las elecciones en Estados Unidos, lo primero que haga sea poner orden allí, si es que su más que probable victoria no llega demasiado tarde.

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