The Economist ha puesto sus ojos sobre nuestro país y ha hablado de nuestra situación de forma precisa y optimista a un tiempo. La revista, cuando se centra en la materia que promete su nombre, suele pisar un terreno más firme que cuando salta al pantanoso mundo de la política, y aquí ha acertado sobre nuestro país.
La publicación creada por Walter Bagehot observa que nuestra economía parece encaminada a cerrar su tercer ejercicio de crecimiento por encima del 3 por ciento. Ya 2014 cerró con un crecimiento interanual del 2 por ciento y los siguientes ejercicios con un 3,6 y un 3,0 por ciento, respectivamente.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraAdemás, los últimos datos, que se corresponden con el primer trimestre de este año, muestran que el crecimiento sigue en un ritmo parecido: un 0,8 por ciento de enero a marzo, que si se repitiese el resto del ejercicio nos llevaría al 3,2. Ya estamos superando el nivel de producción de antes de la crisis.
Tenemos un indicador que es mejor que el PIB en varios sentidos. El primero, que se centra en la economía privada, que es la economía real, la que sostiene no sólo la población sino a todo el aparato del Estado.
El segundo es que está basado en encuestas sobre decisiones reales de los empresarios. Y el tercero es que los datos son mucho más recientes. Se trata del índice PMI. Un índice por encima de 50 indica expansión, y uno por debajo, contracción. ¿Cómo está la economía real española?
Según Markit, que es quien elabora este índice, el PMI del sector de manufacturas está en 55,4 puntos en mayo, 9 décimas por encima del de abril. Lo más notable es que “el empleo industrial creció a la tasa más alta en 19 años”, según Markit.
¿Y los servicios? El PMI correspondiente está en mayo en los 57,3 puntos, de modo que “la actividad ha aumentado ininterrumpidamente durante los últimos 43 meses”. No haga los cálculos: desde noviembre de 2013.
En número de afiliados a la Seguridad Social, estamos en 18,35 millones, una cifra que no se veía desde 2009
Vamos al empleo. Según la EPA, marzo cerró con 18.438.300 trabajadores, cuando exactamente tres años antes teníamos 16.950.600, casi millón y medio menos. En número de afiliados a la Seguridad Social, estamos en 18,35 millones, una cifra que no se veía desde 2009. En este contexto, volver al pasado es una buena noticia.
Y no es sólo la renta y el empleo, sino la riqueza. El patrimonio financiero de las familias españolas, que se contrajo al inicio de la crisis, crece desde 2011. Esto es porque las familias se han tenido que ajustar, y han reducido su endeudamiento, sobre todo hipotecario.
Si, en conjunto, debían en 2010 902.466 millones de euros, en 2016 su deuda caía a 716.915 millones. El patrimonio financiero neto, que en 2010 era de 788.527 millones, ahora (datos de 2016) es de 1.311.871 millones.
Pero el grueso de la riqueza de los españoles, más de 4,5 billones de euros, está en el mercado inmobiliario. Y éste está viviendo una auténtica recuperación, basada en el ajuste durante estos años, la mejora del empleo y las nuevas demandas de alquiler.
Las empresas han tenido que ajustarse durante la crisis, porque la financiación menguaba. Pero según los datos del Banco de España, desde que arrancó 2017 las tasas de financiación a las empresas (no financieras) ya crecen.
Estos son los datos. Pero ¿por qué se recupera nuestra economía? La crisis se ha comparado a la resaca después de la borrachera. La economía española, como el resto de las avanzadas, surfeó sobre una gran ola de crédito, insuflada por la política de tipos bajos orquestada por los principales bancos centrales.
Los tipos bajos, en una economía no manipulada por la política, son la indicación de que hay mucho ahorro en la sociedad, pero en este caso era una señal falsa. No había tanto ahorro, lo cual quiere decir que no se liberaron tantos recursos para emprender todos los grandes proyectos a largo plazo que inició nuestra sociedad, en su opulencia sólo aparente.
La crisis es el momento de la verdad, cuando se descubre que la magia de los políticos no funciona, que no hay medios suficientes para todos los proyectos, y que hay que abandonar (liquidar) multitud de ellos, recomponer la situación financiera de familias y empresas, y sanear la economía con la esperanza de que los gobiernos no nos vuelvan a engañar masivamente.
Con el desplome de la economía cayeron también los ingresos, y se abrió un agujero fiscal que es la medida de su ambición desmedida
El gobierno hizo dos cosas bien ante esa situación. La primera, liberalizar el mercado de trabajo para que la solución más fácil no fuera el despido, y para que la contratación fuera fácil cuando llegase la recuperación. Y la segunda, obligar a los bancos a reconocer sus pérdidas latentes, provisionar fondos para enjugarlas, sanear sus balances, y salir adelante… las que puedan. Estas decisiones facilitaron la salida de la crisis.
Pero ha hecho una muy mal. El boom llegó también a las Administraciones Públicas, que crecieron sin medida. Con el desplome de la economía cayeron también los ingresos, y se abrió un agujero fiscal que es la medida de su ambición desmedida.
El gobierno de Mariano Rajoy no reformó el Estado, mantuvo todo el gasto público que le permitía la crisis, y el resultado es un déficit que se achica lánguidamente, y una deuda que crece hasta alcanzar el valor de la producción anual. Caminaremos las próximas décadas con esa soga alrededor del cuello, y está por ver que sepamos soltárnosla.