¿Qué prefieres?: ¿Autonomías o pensiones? se pregunta y nos pregunta a los españoles Aleix Vidal Quadras en un clarividente artículo. Creo no equivocarme si digo que hay dos tipos de respuestas. Apostarán por las pensiones las hormigas que han trabajado de sol a sol durante toda su vida; y apostarán por las autonomías las cigarras que tocan alegremente la mandolina en consejerías, direcciones generales, puestos de asesores y otros entes de ese Estado paralelo, innecesario y ruinoso que son las 17 comunidades.
Y por supuesto los líderes políticos, master en Cigarrería y Parasitismo. La prueba es que su reacción ante el abismo que se abre bajos los pies de los pensionistas se resume en un irresponsable “allá te las compongas”. Desde Podemos que pretende arreglarlo en modo pirómano: más impuestos y más jubilaciones anticipadas, hasta el PP que en “modo Pilatos” (su modo favorito) recomienda a la gente que suscriba planes privados. ¡No llegan a fin de mes y van a hacerse planes privados de pensiones!
La bomba de relojería del sistema de pensiones ha estallado y los jubilados se han echado a la calle dejando en evidencia el cortoplacismo de nuestros gobernantes, que ahora pretenden paliar el problema con apaños propios de ‘Pepe Gotera y Otilio’, como la reforma de 2013.
«Su daltonismo les impide ver que se trata de ‘¡La demografía estúpidos!’: dentro de cuatro décadas habrá en España más septuagenarios que personas en cualquier otra franja de edad»
No van a la raíz del problema porque su daltonismo les impide ver que en este caso no se trata de “¡La economía estúpidos!” sino de “¡La demografía estúpidos!”.
No hay hijos, no hay futuro: son habas contadas. Y después del babyboom que se extendió hasta finales de los años 70, la fatal combinación de baja natalidad y aumento de la esperanza de vida lleva a España a la pirámide invertida, de suerte que el jubilado se convierte en un carga insostenible. Literalmente.
Según el Instituto Nacional de Estadística, en la primera mitad de 2017 hubo más muertes (219.835) que nacimientos (187.703), lo que arroja un saldo vegetativo negativo de más de 32.000 personas.
Si España sigue con una de las tasas de fertilidad más bajas de Europa (1’33 hijos por mujer), dentro de cuatro décadas habrá más septuagenarios que personas en cualquier otra franja de edad, como advierte Alejandro Macarrón en su libro Suicidio demográfico en Occidente y medio mundo: ¿A la catástrofe por la baja natalidad?
No toda la responsabilidad del invierno demográfico es atribuible a los gobernantes. Se puede (y se debe) fomentar la natalidad, pero, en última instancia, si las familias deciden tener hijos no es por las ventajas económicas. No es una cuestión de cálculo, sino de valores.
La prueba es que en los años 70 aún estaban vigentes ayudas a las familias numerosas y sin embargo fue entonces cuando comenzó a descender la natalidad en España. Y, sensu contrario, en los primeros años de la posguerra, las familias tenían el triple de hijos que ahora con más dificultades económicas y un nivel de renta notoriamente inferior.
La última palabra no la tienen en la Moncloa sino en cada familia que sigue siendo la república independiente del hogar, por más esfuerzos que haga un Estado cada vez más orwelliano por someterla.
Claro que las leyes pueden ser munición de grueso calibre para demoler la soberanía de la alcoba. Las legislaciones abortistas y divorcistas tienen parte de culpa en la destrucción de la familia y el exterminio físico de los hijos. Y la equiparación del matrimonio con las uniones homosexuales, implica desnaturalizarlo y deconstruir la familia, pues como apunta Francisco José Contreras el casamiento ya no es visto como lo ha sido durante toda la Historia, desde antes incluso del cristianismo: la unión entre un hombre y una mujer para tener hijos y educarlos sino como la certificación juridíco-social de un sentimiento entre dos adultos.
Y al revés, las leyes pueden servir para salvar la civilización, reforzando a la familia y fomentando la natalidad. Es lo que ocurrió en la Europa de la posguerra mundial.
En España, nuestros gobernantes impulsan el matrimonio homosexual, riegan con maná presupuestario a las asociaciones de gays y lesbianas y ayuntamientos y comunidades reparten condones con sabor a fresa con dinero público, pero no tienen en consideración el papel del ama de casa y de la madre de familia. Al contrario, los poderes públicos la consideran una apestada.
¿Por qué no reconocer, con su correspondiente traducción económica, el trabajo de la madre de familia, para que la mujer que libremente quiera pueda dedicarse total o parcialmente a la crianza de los hijos, ocupación insustituible y esencial para la sociedad?
Fue el propio Parlamento Europeo el que en 2015 señaló la necesidad de que haya un mayor reconocimiento a labores como la maternidad, el cuidado de los niños o de dependientes, con una valoración económica: “Este trabajo es raramente remunerado y la sociedad no lo valora adecuadamente, pese a que contribuye al bienestar social y puede medirse con indicadores económicos como el PIB”.
Máxime en una Europa en que la mujer, en líneas generales, parece haber abdicado de su papel insustituible como motor del relevo generacional, al ser madre y criar a los hijos. Por una conjunción de diversos motivos: incorporación al mercado laboral, prolongación del periodo formativo, retraso del matrimonio, uso de anticonceptivos etc.
Actuall hizo recientemente un cálculo, meramente estimativo, de lo que podría suponer el trabajo de la madre de familia y, teniendo en cuenta las cotizaciones a la Seguridad Social, podría valorarse entre los 2.640 y los 2.758 euros mensuales.
«El salario maternal sería un primer paso para cambiar de actitud frente a la maternidad -que va camino de convertirse en una obscenidad mal vista como refleja Un mundo feliz-«
Este periódico respondía así a una necesidad expresada por distintas asociaciones y plataformas como la Federación Española de Familias Numerosas, cuyo director general Raúl Sánchez subrayaba: “es increíble que no se haya hecho un estudio sobre el valor económico que tienen en el PIB del trabajo en el hogar y sí un estudio sobre el impacto en el PIB del juego no regulado o la prostitución”.
El salario maternal por sí solo no paliara el complejísimo problema de las pensiones. Pero sería un primer paso para cambiar de actitud frente a la maternidad -que va camino de convertirse en una obscenidad mal vista como refleja proféticamente Un mundo feliz de Huxley-; y sería un acto de justicia elemental, ya que al dar a luz y criar hijos, futuros contribuyentes, la mujer está aportando a la sociedad savia joven.
Pero es dudoso que a las cigarras les interese otra cosa que seguir medrando y tocando la mandolina. Cuando lleguen, inexorables, los rigores del invierno demográfico, ya no estarán aquí y el marrón nos los comeremos las hormigas.
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