Una escuela inglesa anima a los niños a que en verano, en lugar de pantalón corto, lleven falda. Es, lo sé, una gota en un océano, una de las cientos de noticias -e innumerables anécdotas que no llegan a los medios- que nos asaltan ya con una frecuencia asustante. Van a por nuestros hijos, y ya no disimulan.
«Dejadnos los primeros ocho años de un niño y será nuestro para siempre«, dicen que dice el dicho jesuita. Y, como no podía ser menos en una orden tan avezada en la educación, contiene una verdad comprobable: el modo en que a un ser humano se le presenta el mundo, los primeros datos que se le dan sobre las cosas, son determinantes para el resto de la vida, y colorearán todas sus opiniones posteriores.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraPor eso la modernidad está obsesionada con acceder a nuestros hijos, con corromperlos lo antes posible. No, no voy a pedir disculpas por el verbo.
Los medios han convertido en estrellas, halagándolos hasta el infinito, a menores que no solo aseguran pertenecer al sexo contrario al biológico, sino que participan en desfiles como diminutos ‘drag queens’ y tienen canales de vídeo con miles de seguidores. Cómo esto no es perversión de menores y pedofilia institucional es algo que se me escapa.
«¿Por qué tendría nadie que aguantar que a sus hijos les sometieran como ratas de laboratorios a estos experimentos ideológicos?»
Hace poco, un menor -por pocos años- cometió un atroz asesinato de detalles especialmente espeluznante, pero no puede ir a prisión por eso, porque es menor. No es imputable en el mismo grado que un adulto, igual que no puede votar, ni fumar, ni beber alcohol, ni conducir.
Sí puede, en cambio, abortar contra la opinión de sus padres o decidir que su ‘verdadero’ género es el contrario al que indican sus cromosomas, algo que sabe le pondrá de moda y le ganará el aplauso de las élites culturales.
No sé, pero yo diría que aquí hay algo sospechoso, ¿no les parece?
Es, naturalmente, ironía: no hay nada que sospechar, porque todo es claro como el día. El ‘lobby gay’, ese colectivo que ha pasado de reivindicar tolerancia a imponer una tiranía mediática de la que este grupo ha sido tanto testigo como víctima, sabe que su esperanza de seguir condicionando la vida social está en el adoctrinamiento de la infancia.
«La educación obligatoria ha pasado de ser una bendición que nos iguala y nos permite prosperar a convertirse en un laboratorio orwelliano»
Actuall se hizo recientemente eco de la hazaña, a finales del mes pasado, de un padre de Madrid que consiguió frenar los talleres LGTBI en el colegio público de su hijo, alumno de 6º de Primaria. Una de las actividades consistía en que los niños cambiaran su sexo y fingieran los niños ser niñas y las niñas, niños. ¿Por qué tendría nadie que aguantar que a sus hijos les sometieran como ratas de laboratorios a estos experimentos ideológicos?
Desgraciadamente, es solo un padre, solo en una ocasión. Y la apisonadora seguirá adelante.
Los filósofos que alumbraron nuestro tiempo en la ya lejana Ilustración estaban convencidos de que todos los males sociales eran hijos de la ignorancia, y que cuando el pueblo al completo tuviera acceso a la instrucción, se inauguraría un periodo de concordia y prosperidad, un segundo Edén.
Quizá no preveían que los hombres no se ponen de acuerdo sobre la verdad, con lo que es difícil enseñarla, o que es igual de fácil transmitir en la instrucción obligatoria una verdad como una mentira. Hasta llegar a nuestra era, donde la educación obligatoria ha pasado de ser una bendición que nos iguala y nos permite prosperar a convertirse en un laboratorio orwelliano para construir una sociedad aberrante y suicida.