Ha dicho Luis Alegre, secretario de Participación Interna de Podemos, en La Sexta Noche -en esa cadena que lleva desde su origen al servicio de los chicos de Iglesias-, explicando por qué los padres no deben tener derecho a elegir cómo educar a sus hijos, que la enseñanza pública está «pensada para proteger a los niños de la ideología de sus padres».
¿Cuántas veces lo he dicho? Van a por nuestros hijos. Eso es mucho más importante que cualquier otra cosa, porque quien tiene al niño tiene para siempre al adulto o, al menos, tiene una cabeza de puente en su conciencia. Y, naturalmente, van contra la familia, que en la concepción progresista es siempre el enemigo, porque es el último bastión, el lugar que aún no han podido controlar del todo y donde a saber qué ideas carcas de libertad puedan estar inculcándose a los tiernos infantes.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraNo por casualidad, la entrevista con este siniestro ‘apparatchik’ tenía como vídeo de fondo el autobús de HazteOír, que cada día que pasa veo como un último y casi heróico reducto de libertad.
La familia es hoy El Álamo, es Numancia, es el fuerte de Baler, una fortaleza asediada, constantemente bombardeada por mensajes que la contradicen, la denigran, la ridiculizan, la atacan. El colegio es demasiado a menudo un lugar donde, durante más horas diurnas de las que pasa el niño en su hogar, se le viene a enseñar lo contrario de lo que se le dice en casa. Los medios de comunicación, especialmente la televisión, son una ventana por la que se cuelan mil mensajes disolventes empaquetados como ficción o como noticia.
«Se diría que la modernidad es una conspiración contra la familia, último espacio de resistencia y libertad en un mundo de asfixiante conformismo progresista»
Tener hijos es un disparate económico, es una merma de la libertad, nos esclaviza especialmente a las mujeres y es un atentado contra el medio ambiente. Lo que se enseña en la familia es casi siempre retrógrado y su comunidad de afectos es sospechosa de situaciones de dominación, machismo, xenofobia y discriminaciones sin cuento. Se anima a los hijos a oponerse a los padres, a denunciarlos si, por ejemplo, se niegan a pagar un tratamiento del mal llamado ‘cambio de sexo’, y se prohíben a los padres con el código en la mano los medios para disciplinar a los hijos de forma mínimamente eficaz.
Se diría que la modernidad es una conspiración contra la familia, último espacio de resistencia y libertad en un mundo de asfixiante conformismo progresista. Tomando literalmente las palabras de Alegre, ¿para qué tener hijos, si el Estado tiene la ‘obligación’ de protegerles de la ideología de sus padres? Que los tenga el Estado.
Y no creo que haga falta echar un vistazo a las alarmantes cifras de fecundidad, en Occidente en general pero en España de modo especial, para advertir que esa ofensiva generalizada está teniendo éxito. Tener hijos es, en el mejor de los casos, un sacrificio. Son una sangría para la economía personal, su atención consume mucho tiempo y energía y cercena nuestra libertad de movimientos. Por eso todas las civilizaciones de éxito han aplicado formas, leyes, costumbres y códigos para hacerlo más llevadero, para fomentar la creación de familias, otorgando a los padres autoridad sobre sus hijos y capacidad para decidir sobre su educación.
«Es no solo necesario, sino urgente sacudirnos la pereza y la ingenuidad y presentar batalla ahora, cuando quizá todavía no es demasiado tarde, sino queremos abocar a nuestras familias a ese destino soviético e inhumano del que Luis Alegre es solo un representante»
Ahora, con todo en contra, formar una familia es heróico, y los héroes son minoría en cualquier población. Pero como ninguna sociedad puede mantenerse sin jóvenes, la solución que dan nuestras autoridades es abrir nuestras fronteras y sustituir la población autóctona por otra llegada de diversos países lejanos, con culturas y valores completamente distintos y frecuentemente incompatibles.
Esto, que cualquiera con dos dedos de frente vería como la receta para un desastre seguro, es algo no meramente tolerado, sino positivamente procurado y querido por las élites, que ven en una población heterogénea y sin conexión natural un ‘rebaño’ más fácil de dominar y manipular.
El tiempo se acaba. Es no solo necesario, sino urgente sacudirnos la pereza y la ingenuidad y presentar batalla ahora, cuando quizá todavía no es demasiado tarde, sino queremos abocar a nuestras familias a ese destino soviético e inhumano del que Luis Alegre es solo un representante refrescantemente sincero y directo.